Varios estudios recientes lo constatan: tras la pandemia, la salud mental de los adolescentes se ha hundido. Da la sensación de que la pandemia de 2020 fue sólo un detonante para algo que se llevaba larvando desde antes, una fragilidad previa y sostenida.
En España, el Grupo de Trabajo Multidisciplinar sobre Salud Mental en la Infancia y Adolescencia, con profesionales de las tres grandes asociaciones de psiquiatría infantil y pediatría, consultó a unos 1.000 psiquiatras infantiles: el 95% se declaró muy preocupado porque detectaban un claro empeoramiento de la salud psico-emocional de los adolescentes. Los casos de ansiedad y depresión en 2022 multiplicarían por 3 o por 4 los de 2019. Los comportamientos suicidas aumentarías hasta un 60%.
En Alemania, se hizo un estudio con 2.097 niños y adolescentes de 7 a 17 años (Ulrike Ravens-Sieberer, Michael Erhart, Janine Devine et altri) comparando su situación prepandémica con la de octubre de 2021: la mala salud psico-emocional pasó del 15% al 35%; la ansiedad, del 15% al 27%. Entre los emigrantes, hijos de padres de bajo nivel educativo e hijos de padres con enfermedad mental la situación era peor.
Se suele recordar que la tasa de psicólogos en España es de 6 por 100.000 y en Alemania es de 41 por 100.000, pero tener más psicólogos no necesariamente ayudará mucho si el fenómeno es muy extendido.
Un estudio italiano: la fragilidad emocional, lo previo a la depresión
Ahora se ha difundido un nuevo estudio a partir de 1.400 jóvenes entre 13 y 25 años, realizado de diciembre de 2023 a mayo de 2024 en Campania, el sur de Italia, por el Observatorio Nacional de Salud Emocional y Conductual, presentado en el Hospital Psiquiátrico de Nápoles 'Leonardo Bianchi'. El Observatorio buscaba llegar "antes de la crisis", es decir, detectar y prevenir lo que sucede antes de la depresión o la ansiedad, trabajar con los síntomas previos que preparan el camino.
Lo que hay "antes de la depresión" se llama fragilidad emocional con propensión a la depresión, e incluye:
- malestar,
- sensación de inadecuación,
- sensación de vulnerabilidad ante situaciones presuntas o reales,
- tensión, sensación de opresión:
- miedo a sentirse perseguido o sufrir desaprobación (por ejemplo, al ser criticado en redes sociales).
Pues bien, un 58% de la muestra de jóvenes presentó este nivel de fragilidad emocional.
Casi un 62% de las chicas sienten esa susceptibilidad emocionalmente grave y sensación de persecución; entre los varones, es un 57%.
En Italia, antes de la pandemia, los problemas de salud mental en general afectaban a un 18-20% de la población (de todas las edades); ahora serían un 28%, pero concentrándose en los jóvenes, comentó Vincenzo Barretta, presidente del Observatorio, en una presentación que recogió Avvenire.
La relación con las pantallas y redes sociales
La sensación de persecución y sufrimiento por susceptibilidad emocional va directamente ligado a las redes sociales: acecho, acoso, pensamientos obsesivos... la mente está bioquímicamente habituada a ir a las redes sociales a buscar conexión y recompensa, y encuentra allí críticas y acoso que le afectan con dureza. Afecta al sueño, al estrés, a los estados de ánimo... y puede empeorar y convertirse en estrés y ansiedad o depresión diagnosticada. Lo que propone este equipo es actuar antes de llegar a la depresión.
Joven deprimido con un móvil (foto de Adrian Swancar para Unsplash); cada vez está más claro que el iphone y las redes sociales tienen parte de responsabilidad en la epidemia de mala salud mental juvenil.
Pero si la clave está en la combinación de fragilidad emocional y de redes sociales en las adolescencia y juventud, parece lógico retrasar al máximo el acceso de los menores a las redes sociales y el móvil inteligente, y también trabajar las características internas de reciedumbre, autoestima y autodominio del adolescente y el adulto joven. Todo ello (junto con un entorno familiar estable y sano) son cosas que siempre ha intentado promover la cultura y la familia cristiana.
Para ayudar a los jóvenes ¿más religión?
La religión protege contra la conducta suicida: un 17% de media a nivel mundial, según un análisis de 63 estudios internacionales repasados en 2021 (metaanálisis Relationship of Religion with Suicidal Ideation, Suicide Plan, Suicide Attempt, and Suicide Death, de Jalal Poorolajal y otros). El estudio incluye varias religiones: parece probable que si midiéramos sólo la cristiana descubriéramos que proteja aún más.
¿Cómo actúa la religiosidad para proteger contra el suicidio? Los sociólogos del metaestudio de 2021 de Poorolajal enumeran 5 posibles mecanismos protectoras (contra el suicidio, pero probablemente funcionan contra otros problemas mentales):
1) religiones que prohíben el suicidio: generan sociedades que lo desincentivan;
2) religiones que fomentan la unidad y reducen el individualismo;
3) las personas religiosas cuentan en su comunidad religiosa con una red de amistades y apoyos, que reducen su soledad y depresión;
4) la gente religiosa lleva una vida pacífica (mientras que muchos suicidas han vivido en entornos violentos, de crimen, agresiones...);
5) la gente religiosa tiene mejores hábitos de salud (menos alcohol, tabaco, etc...) y tienen por lo tanto mejor salud mental en general.
Hay un sexto elemento que los sociólogos y psicólogos deberían estudiar: que la fe cristiana da esperanza y sentido, aporta un Padre bueno que nos ama, una Madre en el Cielo que nos cuida, un Hermano mayor, Cristo, que sabe lo que es sufrir y nos ayuda a levantarnos y da fuerzas. Este es un factor importante que favorece la salud mental, más aún en los jóvenes, y del que se habla poco.
P.J.G., ReL
Vea también El Desafío de la Depresión - San Juan Pablo II
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