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lunes, 3 de febrero de 2025

Evangelio del día


 

Carta a los Hebreos 11,32-40.

¿Y qué más puedo decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, de Samuel y de los Profetas.
Ellos, gracias a la fe, conquistaron reinos, administraron justicia, alcanzaron el cumplimiento de las promesas, cerraron las fauces de los leones,
extinguieron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada. Su debilidad se convirtió en vigor: fueron fuertes en la lucha y rechazaron los ataques de los extranjeros.
Hubo mujeres que recobraron con vida a sus muertos. Unos se dejaron torturar, renunciando a ser liberados, para obtener una mejor resurrección.
Otros sufrieron injurias y golpes, cadenas y cárceles.
Fueron apedreados, destrozados, muertos por la espada. Anduvieron errantes, cubiertos con pieles de ovejas y de cabras, desprovistos de todo, oprimidos y maltratados.
Ya que el mundo no era digno de ellos, tuvieron que vagar por desiertos y montañas, refugiándose en cuevas y cavernas.
Pero, aunque su fe los hizo merecedores de un testimonio tan valioso, ninguno de ellos entró en posesión de la promesa.
Porque Dios nos tenía reservado algo mejor, y no quiso que ellos llegaran a la perfección sin nosotros.


Salmo 31(30),20.21.22.23.24.

¡Qué grande es tu bondad, Señor!
Tú la reservas para tus fieles;
y la brindas a los que se refugian en ti,
en la presencia de todos.
Tú los ocultas al amparo de tu rostro
de las intrigas de los hombres;

y los escondes en tu Tienda de campaña,
lejos de las lenguas pendencieras.
¡Bendito sea el Señor!
Él me mostró las maravillas de su amor
en el momento del peligro.
En mi turbación llegué a decir:

“He sido arrojado de tu presencia”.
Pero tú escuchaste la voz de mi súplica,
cuando yo te invocaba.
Amen al Señor, todos sus fieles,
porque él protege a los que son leales
y castiga con severidad a los soberbios.


Evangelio según San Marcos 5,1-20.

Llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos.
Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro.
El habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas.
Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo.
Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras.
Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él,
gritando con fuerza: "¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!".
Porque Jesús le había dicho: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!".
Después le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?". El respondió: "Mi nombre es Legión, porque somos muchos".
Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región.
Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña.
Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: "Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos".
El se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó.
Los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La gente fue a ver qué había sucedido.
Cuando llegaron adonde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquella Legión, y se llenaron de temor.
Los testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos.
Entonces empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su territorio.
En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse con él.
Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: "Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti".
El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él, y todos quedaban admirados.


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

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Bulle

Concilio Vaticano II
Constitución Dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium”, 17 (Trad. Copyright © Libreria Editrice Vaticana)


"Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti"

Como el Hijo fue enviado por el Padre, así también Él envió a los Apóstoles (cf. Jn 20,21) diciendo: “Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo” (Mt 28,19- 20). Este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad salvadora, la Iglesia lo recibió de los Apóstoles con orden de realizarlo hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). Por eso hace suyas las palabras del Apóstol: “¡Ay de mí si no evangelizare!” (1 Co 9,16), y sigue incesantemente enviando evangelizadores, mientras no estén plenamente establecidas las Iglesias recién fundadas y ellas, a su vez, continúen la obra evangelizadora.
El Espíritu Santo la impulsa a cooperar para que se cumpla el designio de Dios, quien constituyó a Cristo principio de salvación para todo el mundo. Predicando el Evangelio, la Iglesia atrae a los oyentes a la fe y a la confesión de la fe, los prepara al bautismo, los libra de la servidumbre del error y los incorpora a Cristo para que por la caridad crezcan en Él hasta la plenitud. Con su trabajo consigue que todo lo bueno que se encuentra sembrado en el corazón y en la mente de los hombres y en los ritos y culturas de estos pueblos, no sólo no desaparezca, sino que se purifique, se eleve y perfeccione para la gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre.
La responsabilidad de diseminar la fe incumbe a todo discípulo de Cristo en su parte. Pero, aunque cualquiera puede bautizar a los creyentes, es, sin embargo, propio del sacerdote el llevar a su complemento la edificación del Cuerpo mediante el sacrificio eucarístico, cumpliendo las palabras de Dios dichas por el profeta: “Desde la salida del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes y en todo lugar se ofrece a mi nombre una oblación pura” (Ml. 1, 11). Así, pues, la Iglesia ora y trabaja para que la totalidad del mundo se integre en el Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y templo del Espíritu Santo.   (EDD)

Reflexión sobre el panel de marfil tallado

El panel de marfil de hoy forma parte de un notable conjunto de dieciséis tallas de marfil que representan episodios de la vida de Cristo y datan del año 968 d.C. Conocido como el Marfiles de MagdeburgoEl conjunto fue encargado por el emperador Otón I para conmemorar la dedicación de la catedral de Magdeburgo ese mismo año. Cada panel es exquisitamente pequeño, mide sólo 13 por 12 cm, pero muestra una extraordinaria artesanía con su intrincado fondo calado. Esta tabla representa a Cristo expulsando un espíritu inmundo de un hombre, con San Pedro de pie detrás de Él, sosteniendo las llaves. El espíritu impuro, que se dirige hacia una piara de cerdos, carece de cabeza, lo que podría deberse a modificaciones durante los mil años de historia del objeto, tal vez porque su naturaleza grotesca se consideró inapropiada en algún momento.


La lectura del Evangelio de hoy puede parecer una historia vívida pero lejana, con sus espíritus inmundos, sus cerdos y su dramática caída desde lo alto de un acantilado. ¿Qué relevancia puede tener para nosotros un acontecimiento semejante? La clave puede estar en la frase inicial: Jesús viaja "al otro lado del lago". En lecturas recientes, Jesús ha estado en Galilea, la orilla judía del mar. Hoy, sin embargo, cruza a territorio no judío, el país de los gerasenos, una tierra considerada impura por la ley judía. Este viaje deliberado refleja la misión de Cristo de llegar a todos los pueblos, incluso a los considerados más alejados de Dios. Nos recuerda que nadie es tan impuro, tan distante o tan "otro" que quede fuera de su abrazo amoroso, sanador y salvador.


La respuesta de Jesús al hombre fue liberarlo del espíritu atormentador que lo tenía tan angustiado. Esto ofrece una poderosa imagen de cómo actúa Dios, tratando de liberar a las personas de todo lo que las disminuye o deshumaniza. Esta misión de libertad no es sólo obra del Señor, es también llamada de la Iglesia, responsabilidad de sus seguidores y, por tanto, obra nuestra. todos compartimos esta responsabilidad. Cada día, estamos invitados a participar en esta misión, ayudando a los demás a experimentar una mayor libertad y plenitud de vida.

by Padre Patrick van der Vorst





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