Ailín Fessler, catholic-link
Con esta pregunta −tan común y profunda a la vez− comienza este video realizado por SoulPancake, una agencia dedicada a producir videos que nos permiten reflexionar acerca de nuestras vidas.
Con esta pregunta −tan común y profunda a la vez− comienza este video realizado por SoulPancake, una agencia dedicada a producir videos que nos permiten reflexionar acerca de nuestras vidas.
Escribimos libros en donde el amor y la justicia son los protagonistas, creamos películas con finales felices e inventamos canciones para hablar de la alegría y la esperanza. Soñamos con alcanzar la paz mundial, la igualdad de condiciones o la eliminación del sufrimiento (como podemos ver en el video). Estos ejemplos nos demuestran queen el corazón de todo hombre, independientemente de la época, nacionalidad, sexo o edad, existe un profundo anhelo de cambio y una interminable búsqueda de felicidad.
Sin embargo, nadie necesita de una habilidad o poder especial para desear cosas buenas. Nos basta con mirar un concurso de belleza, escuchar una entrevista hecha a algún famoso o recorrer las redes sociales, para advertir que hay cientos de personas con una gran capacidad de oratoria hablando de buenos deseos pero que lamentablemente no hacen más que endulzar los oídos. El mérito verdadero se encuentra en aquellas personas que se arriesgan a intentar transformar esos ideales en algo real. Al respecto, hay una frase de Hector Tassinari, escritor mexicano, que me gusta mucho: «Dios no te hubiera dado la capacidad de soñar sin darte también la posibilidad de convertir tus sueños en realidad».
Si hacemos un repaso de nuestra historia, encontraremos miles de personas que también han soñado con un mundo mejor y que han logrado, con su esfuerzo y perseverancia, un gran impacto positivo en el mundo, siendo hasta hoy día ejemplos a seguir para muchas personas. No se me ocurre un mayor logro en la vida que éste. Entre tantos nombres que se me vienen a la mente cuando pienso en aquellas personas que han seguido a un nombre mayor, «el nombre que está por sobre todo nombre» (Filipenses 2, 9), el de nuestro Señor Jesucristo, siendo el modelo de vida más sublime y perfecto al que todos estamos llamados a imitar. «Solo de los santos, solo de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo» (Benedicto XVI, JMJ, Colonia 2005). Creo que esta frase sintetiza todo lo que pueda escribir en este post. Si buscamos cambiar el mundo, comencemos por nosotros mismos y no nos soltemos de la mano de Dios, que es de quien vienen todas las gracias.
En este tiempo de cuaresma, camino a Semana Santa, estamos invitados a contemplar una vez más el acto de amor más grande de todos los tiempos: Jesús, siendo Dios, murió en una cruz para salvarnos, para darnos vida en abundancia y conducirnos a otra mejor que esta: la eterna y todo gratuitamente porque nos ama. Entonces, quisiera reformular la pregunta inicial del video y centrar la atención en la siguiente: «¿qué estás haciendo (tú) para cambiar el mundo?”.
Si no saben por dónde comenzar, aquí les comparto humildemente algunos consejos que son fruto de haber examinado mis acciones y sus efectos en los demás bajo la luz de la fe, y que particularmente intento aplicarlos en el día a día. Nadie dice que es tarea fácil, pero cuando somos conscientes de “para quien” y “junto a quien” trabajamos, todo toma un sentido distinto:
1. Empieza por gestos de bondad simples
Es curioso como gestos tan simples, que están al alcance de todos, tienen el poder de llegar a cambiarnos el día. Hay algunas personas que ni siquiera emiten sonidos o cambios de expresión facial al chocar mejilla con mejilla, o al dar un apretón de manos, y eso nos hace sentir un poco extraños. Por eso, presta atención a las personas que saludas, míralas a los ojos, y di sus nombres con una sonrisa. «Se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre» (San Francisco de Sales).
2. Da sin esperar recibir
© kiara_/Flickr
Los regalos son demostraciones de interés, cariño, atención, pero lo son mucho más cuando no se los espera. Sorprende a tus seres queridos con un regalo fuera de programa, que no coincida con su cumpleaños u otro día especial, desde una simple esquela de buenos días, hasta cualquier cosa que a esa persona le pueda gustar. También te propongo un desafío aprovechando el tiempo de cuaresma y el Año de la Misericordia: intenta hacer un regalo a aquella persona que más te cuesta querer. «De todas las variedades de virtud la generosidad es la más estimada» (Aristóteles).
3. Haz tu parte. Dios hará la suya en su justo momento
Fíjate metas concretas, con pasos cortos pero seguros. Tomaré como ejemplo alguien que sueña con eliminar la pobreza del planeta. Es un deseo genuino y que no debe perderse, pero un cambio tan grande no depende solamente de una persona. En ese caso, comienza por dar de comer a aquellas personas en situación de calle con las que puedes cruzarte en tu andar diario. Haz esto cada vez que puedas, quizás algún día logres abrir un comedor. «Dios no manda cosas imposibles, sino que al mandar te enseña que hagas cuanto puedes y que pidas lo que no puedes» (San Agustín).
4. Trabaja en la causa que te interesa cambiar
Piensa en cuál es tu mayor preocupación por las realidades en las que vivimos y aporta tu granito de arena desde un grupo que se dedique a buscar el mismo cambio que tú deseas. Puede ser algún movimiento pro-vida, de ayuda al medio ambiente, algún hogar de niños, etc. De esta manera aprenderás mucho de los demás, los demás aprenderán de ti y como regalo hasta puedes ganarte amigos. «Yo hago lo que tú no puedes, y tú haces lo que yo no puedo. Juntos podemos hacer grandes cosas» (Madre Teresa de Calcuta).
5. Corrige con paciencia los errores de los demás
Cuando somos nosotros los que cometemos alguna falta o no entendemos algo, quisiéramos que el mundo entero se detenga y nos explique qué, cómo, cuándo y dónde. Sin embargo, muchas veces nos cuesta perder algunos minutos de reloj con alguien que necesita de nuestra ayuda. Ármate de paciencia y ten por seguro que esos minutos que consideras perdidos, son los mejores invertidos. «Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas» (Mateo 7:12).
6. Sé un verdadero amigo
© Pixabay.com
Jesús mismo nos habla del valor de la amistad: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; pero os he llamado amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre» (Juan 15, 15). Si crees que andas descuidando tu relación con algún amigo, llámalo e intenta quedar en una cita con él. «Un amigo fiel es un refugio seguro: el que lo encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio, no hay manera de estimar su valor. Un amigo fiel es un bálsamo de vida, que encuentran los que temen al Señor» (Eclesiástico 6, 14-16).
7. Invierte tu tiempo en cosas que valgan la pena
Intenta llenar tu vida con obras de caridad, cumpliendo con todos los deberes que te corresponden. Alimenta tu espíritu con buenas lecturas y embellece tu vista con aquello que miras. «Es para mí una alegría oír sonar el reloj: veo transcurrida una hora de mi vida y me creo un poco más cerca de Dios» (Santa Teresa de Jesús).
8. Perdona
¡Qué tarea tan difícil a veces!, ¿no? Si contamos con nuestras propias fuerzas, jamás podremos lograrlo. De nosotros puede venir el deseo de perdonar, pero la gracia de hacerlo viene únicamente de Dios. El acto de perdonar está íntimamente unido a la humildad. Aprendamos a reconocer que nosotros también nos equivocamos y tomemos como ejemplo a Jesús que en el momento de su pasión clamaba la misericordia del Padre, antes que su justicia: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23, 34). Presta más atención cada vez que rezas el Padrenuestro y confía en que Dios acudirá en tu ayuda para liberarte de todo rencor y angustia.
9. Haz apostolado y no descuides tu relación con Dios
Si realmente queremos cambiar vidas, debemos anunciar a los demás al único capaz de transformar corazones. He sido testigo de ese cambio que solamente Dios puede hacer en un corazón endurecido y ciego, sacando toda impureza e imperfección para llenarlo de luz. Hay muchas maneras de evangelizar. Busca la más adecuada y respeta los tiempos de cada persona y los tiempos de Dios. Nosotros simplemente somos instrumentos a través de los cuales Él actúa. «Separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15, 5) No abandones tu oración. Visítalo en el Sagrario, frecuenta la confesión y la eucaristía para unirte a Él cada vez más. «Predica el Evangelio en todo momento, y cuando sea necesario, utiliza las palabras» (San Francisco).
10. Piensa con más frecuencia en que el cielo nos espera
Cuando la tristeza parece invadirme, cuando las cosas no salen como yo esperaba o cuando mis fuerzas parecen llegar a su fin, me consuela enormemente saber que esta vida es pasajera y que si hemos buscado hacer la voluntad del Padre en nuestras vidas, la recompensa que nos espera es el cielo. Hace poco escuché una definición de lo que es el cielo que se convirtió en una de mis favoritas: «El cielo es aquello que nos dice que desde ahora debemos ir preparándonos para las sorpresas». La realidad del cielo supera toda nuestra imaginación y pensar en él nos incentiva a intentar hacer lo mejor que podamos para cambiar el mundo y a levantarnos si hemos caído, porque sabemos que ese es nuestro destino, junto a nuestro Padre, de regreso en casa. «Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir» (Apocalipsis 21, 4).
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