Testimonio aportado a Despacho Profamilia
autorizando su publicación con el objetivo de ayudar
A mi ex esposa le propuse divorciarnos como dos personas civilizadas; sin pasiones, ofensas, alegatos. Le pedí hacer los convenios reguladores sin la ayuda de un tercero: una manipulada pensión alimenticia, repartirnos los bienes, así como acordar la custodia y tiempos a compartir con nuestros hijos. Era, le dije, lo más razonable, lo más inteligente. Le propuse en el colmo del cinismo quedar como dos buenos amigos… y cansada, accedió. Luego todo fue mentira, nada puede terminar bien cuando se ha roto algo por dentro con un daño irreparable. Un daño que ha dejado una secuela imprevisible en la vida de ella y de nuestros hijos convirtiéndonos en seres infelices.
¿Mis motivos?: Tenía otra relación e intentaba convencerme de que era entonces cuando tenía realmente la libertad de elegir; cuando precisamente fue por mi libertad que causé todo. Mi primer matrimonio fue una autentica historia de amor truncada por mi inmadurez y egoísmo. Una historia en la que, lo que pudo y debió haber sido, no lo fue, porque intervino mi libertad. La vida me ha hecho ver que durante ese tiempo siempre elegí lo que no debía.
El hombre que se casa renuncia a todas las demás mujeres por la persona elegida, sin embargo… elegí no ser fiel a mi mujer.
Cuando percibí en ella defectos y limitaciones, como los tenemos todos… elegí no aceptarlos.
Ante los problemas económicos y las contrariedades que probarían mi amor… elegí no esforzarme.
Cuando ella esperaba comprensión…elegí no comprender, ni disculpar, ni perdonar.
Cuando se presentó la enfermedad, el dolor… elegí rehuirlos.
Cuando nació cada uno de nuestros hijos, nació una esperanza de reconstruir nuestra historia pero…elegí no hacerlo.
Cuando ella busco respuestas… elegí el silencio.
Cuando se me ofreció el perdón…elegí ignorarlo.
Cuando ella me busco con angustia…elegí dejarla sola.
Me he vuelto a casar sin cometer los mismos errores, pues echando a perder he aprendido. Pero en lo más profundo de mi alma soy infeliz, pues vivo con remordimientos, y por más que abro mi corazón para entregarlo pleno y total a mi otra familia, siempre será y ellos lo saben, un corazón partido.
Quisiera que mis hijos supieran que solo se puede hallar la felicidad amando y siendo amado, que es imposible aprender a vivir sin el amor autentico; que la auténtica libertad proporciona su valor al amor.
El problema para mi es que he amado al revés, egoístamente, pues me he amado a mí mismo y he terminado frustrado. Los más duro es que siendo libre, eso es lo que he elegido.
El deber ser del amor en el matrimonio supone dos cosas: que algo está llamado a ser y que ese algo puede no ser por la libertad del hombre; por lo que corresponde a este usar la voluntad para comprometer su libertad, asumiendo el futuro posible en su plenitud y totalidad para entregarlo al otro.
Amar es poder hacerlo.
Por Orfa Astorga de Lira. Orientadora familiar, máster en matrimonio y familia de la Universidad de Navarra
Escribe a Orfa: consultorio@aleteia.org
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