Aunque hayas hecho las paces y hayas sido perdonado, a veces es muy difícil perdonarse a uno mismo...
Aunque hayamos pedido perdón por algo que hicimos mal, a veces seguimos pensando en ello… “¿Por qué hice esto? ¿Cómo pude hacer esto? ¿En qué estaba pensando? ¿Cómo no me di cuenta de esto?”. A veces nos agarramos a la culpa como si fuese un manto de seguridad.
Cuando cometes un error…
Tal vez, en ese momento, sencillamente no veías las cosas tan claramente como las ves ahora, o perdiste tu autocontrol. Quizás no prestaste la suficiente atención, o no fuiste suficientemente empático o magnánimo. Tal vez tu enfado había hecho salir lo peor de ti, o al contrario, permaneciste indiferente cuando deberías haber actuado.
Tal vez tenías muy poco conocimiento o experiencia, o estuvieras dominado por emociones que distorsionaban tu percepción de la situación. O tal vez estuvieras simplemente cansado, enfermo o debilitado por otra situación, potencialmente sin relación con ese acontecimiento.
Es posible que incluso ahora no seas capaz de recordar ese acontecimiento objetivamente, con todas sus circunstancias; sólo recuerdas lo mal que lo hiciste y lo mal que te sentiste.
Sintiendo culpa
La culpa nos pone en el papel del condenado; es un fiscal que constantemente nos acusa, causando estrés y ansiedad. Ella nos distancia del presente y del futuro; vivimos mirando al pasado. ¡Pero tu puedes elegir! No necesitas torturarte. Puedes defenderte y ser tu propio abogado. Puedes encontrar circunstancias que justifiquen tu comportamiento, como las situaciones mencionadas anteriormente (cansancio, ignorancia etc.).
Sin embargo, a veces el único argumento que parece traerte paz es echarte la culpa y acusarte. Deberías estar preparado para reconocer que sencillamente te equivocaste. No es el fin del mundo; todos cometemos errores y, a veces, todos cedemos a impulsos y deseos indignos. No es bueno, pero es normal.
Si estás luchando con la culpa, tal vez sea porque aún no soltaste tu orgullo. Humildad significa aceptarte a ti mismo como eres realmente. Si reconociste tus faltas, pediste perdón e hiciste lo que esta a tu alcance para reparar los daños e intentar evitar la misma falta en el futuro, entonces no tienes nada de lo que avergonzarte. Tienes que dejar de castigarte y seguir adelante.
Igual que estás llamado a perdonar a quienes te hicieron mal, también estás llamado a perdonarte a ti mismo.
Date a ti mismo el derecho de hablar
Si sentiste remordimiento y pediste perdón, no eres una mala persona. Si eres católico, quizás deberías también confesarte para pedir perdón a Dios. Ahora es el momento de perdonarte a ti mismo.
Espero que hayas madurado y cambiado; ahora sabes más, y en las mismas circunstancias reconocerías la situación y sus consecuencias. Tal vez te comportaras mal en el pasado, pero esa no es una buena razón para atacarte a ti mismo ahora. Tienes que entender que los errores son una parte natural de la vida.
No puedes cambiar tu pasado, pero puedes pensar diferente. Aunque ahora no consigas olvidar, sí que puedes perdonar.
Perdonarte a ti mismo significa curar tu memoria
Perdonar no significa fingir que no pasó nada. Ni significa olvidar el mal; en vez de eso, significa estar abierto al bien.
Así que toma el teléfono y contacta con esa persona a la que hiciste daño, para disculparte y explicarte. Escríbete una carta de perdón a ti mismo. Si eres católico, deberías poder escribirte esta carta antes de ir a la confesión.
Ser adulto no es solo ser consciente de tus errores. Es también aceptar tu responsabilidad de respetarte a ti mismo. No te conviertas en una víctima permanente; en vez de eso, sé protagonista en curar esos recuerdos dolorosos y sus consecuencias, y tu propio corazón.
Zyta Rudzka, Aleteia
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