Después de la comunión, somos algo distintos, aunque no nos demos cuenta
Hay regalos que cambian tu vida.
En mi caso, fue mi mujer, April. Hace 26 años me asombré de que esta mujer decidiera ofrecerme incondicionalmente todo cuanto tenía, así como cada día de su vida.
La grandeza del regalo me asustó al principio. En la víspera de la boda, mirando al techo en la cama, temía no estar a la altura.
Sin embargo, después de la boda y desde entonces, he dejado de ser Tom Hoopes, un tipo cualquiera. He cambiado. Ahora soy Tom Hoopes, el hombre a quien April Hoopes miró y dijo, “Este hombre lo vale todo.”
Esto es de lo que hablaremos en esta lectura del 19.º domingo del tiempo ordinario. Jesús da algo tan inesperado, que transforma nuestro entendimiento de nosotros mismos.
Primero, la Eucaristía nos transforma de la misma manera que lo hace el matrimonio.
En esta tercera tercera lectura dominical, trataremos por qué Jesús quiere darse a nosotros en el Santísimo Sacramento.
“El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”, dice en el evangelio. “Aquél que coma mi carne y beba mi sangre habita en mí, y yo en él,” dirá más tarde.
Él nos da la Eucaristía porque quiere darnos su todo.
Este regalo fue completamente inesperado para los creyentes judíos de su tiempo, que inmediatamente lo cuestionaron. Pero a lo largo de los años, la Iglesia ha desentrañado las palabras de Jesús, y nos ha dado en el Catecismo un repertorio completo de “los frutos de la Santa Comunión.”
“El fruto principal de recibir la Eucaristía en Santa Comunión es la unión íntima con Jesucristo,” dice el Catecismo. “Es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres,” añade posteriormente.
Segundo: pero no siempre nos sentimos unidos a Cristo y transformados. La Eucaristía también nos ayuda.
En la primera lectura, Elías experimenta un momento de oscuridad como la Iglesia no vive hoy – es un profeta rechazado por gente que no creía en Dios. Su desánimo se vuelve tan grande, que reza por su muerte.
“Y he aquí que un ángel lo tocó y le dijo: Levántate, come,” lectura de los Reyes. “Fortalecido por aquella comida, viajó cuarenta días y cuarenta noches hasta que llegó a Horeb, el monte de Dios.”
Lo mismo sucede con nosotros. “A través de la Eucaristía, aquellos que viven la vida de Cristo son alimentados y fortificados,” dice el Catecismo. Un ángel nos toca, nos dice “Levántate y come,” y no se refiere a hogazas de pan, sino al cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo.
Tercero, la Eucaristía nos transforma ayudándonos a evitar el pecado.
“La Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados,” dice el Catecismo.
La segunda lectura nos presenta un catálogo de malos comportamientos –ira, gritos y malicia– así como también positivos: “Sed amables con el prójimo, compasivos, y perdonad a los otros como Dios os ha perdonado en Cristo.”
La Eucaristía nos ayuda en ello. Ya no somos seres sin rumbo batallando el pecado – pasamos a ser amigos íntimos de Jesús, nuestro mejor aliado contra el pecado.
Cuarto, la Eucaristía nos transforma uniéndonos con la Trinidad.
Cada figura de la Trinidad está contenida en la Eucaristía.
“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere,” dice Jesús en el Evangelio. “Escrito está en los Profetas: Y serán todos enseñados por Dios.”
“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios,” dice la segunda lectura. “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados, y andad en amor.”
“La comunión de la Santa Trinidad es la fuente y criterio de verdad en toda relación,” dice el Catecismo. “Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía.”
Quinto, la Eucaristía nos transforma presentándonos una familia entera de santos.
Además de unirme a April Hoopes, mi matrimonio me unió a toda su familia, con toda la ayuda y apoyo que me han prestado desde entonces.
La Eucaristía también lo hace.
“El nombre de comunión puede aplicarse a todos los sacramentos puesto que todos ellos nos unen a Dios,” dice el Catecismo. “Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque ella es la que lleva esta comunión a su culminación.”
Cuando recibimos la Eucaristía, ganamos una familia de cristianos en la tierra y una familia santos en el cielo, que nos ayudarán siempre que lo necesitemos.
Por último, nos da esperanza para el paraíso.
“Este es el pan que desciende del cielo,” dice Jesús, “para que el que de él come, no muera.”
“No tenemos prenda más segura o signo más manifiesto de esta gran esperanza en los nuevos cielos y la nueva tierra,” dice el Catecismo, “que la Eucaristía.”
Después de la Eucaristía, dejamos de ser personas sin rumbo. Somos de Cristo. Para siempre.
Tom Hoopes, Aleteia
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