Seán Connolly habla de su peor semana como sacerdote y cómo ha encontrado la fuerza
Los graves escándalos que han estallado en Estados Unidos han causado un gran dolor a los millones de católicos del país y de todo el mundo. También han provocado un gran sufrimiento en los muchos sacerdotes buenos que hay, que ahora son también señalados y que además sienten tristeza, rabia e impotencia ante los delitos de sus hermanos.
Sin embargo, muchos de estos sacerdotes han hechos públicos sus sentimientos, el dolor y tristeza que sienten, las dudas que incluso han vivido, pero también han reivindicado el don que para ellos es el sacerdocio. Uno de estos sacerdotes es Seán Connolly, un joven que todavía no llega a la treintena y que actualmente es vicario parroquial en una iglesia de Nueva York.
Por qué ser sacerdote
En una carta que publica Catholic World Report, Connolly recuerda que apenas lleva ordenado 3 años, que según él fue el día “más feliz” de su vida. “Al igual que muchos sacerdotes jóvenes de hoy, mi celo por la casa del Señor (Sal. 69: 9), la Iglesia, no era algo que siempre haya poseído. Tuve que descubrirlo en medio del laicismo generalizado de nuestros días”.
Connolly explica que el gran descubrimiento para él “fue el piadoso ejemplo de mi abuelo en el tiempo que pasé con él al final de su vida. Esto provocó una curiosidad intelectual dentro de mí para estudiar la fe por mi cuenta. Nunca olvidaré la euforia de mis años universitarios, al leer el Catecismo , GK Chesterton, Peter Kreeft, las vidas de los santos y más”. “Encontré a Jesús y su Iglesia, una voz audaz que proclamaba la verdad y la virtud en nuestro mundo quebrantado”, afirma.
Este joven sacerdote cuenta que “el mundo me mostró todas las formas en que se puede caer, pero cuando descubrí la Iglesia, encontré la única forma de levantarme”.
Luchar por la Novia de Cristo
Con el tiempo discernió que era la voluntad de Dios que entregara por completo su vida como sacerdote. Ingresó en el seminario en 2010, mucho después de que estallara la noticia del escándalo de abuso sexual cometido por clérigos y que estalló en 2002.
“A pesar de los asquerosos pecados de algunos de sus sacerdotes y el patético encubrimiento de algunos de sus obispos, no iba a permitir que este mal tuviera la última palabra. Iba a hacer mi parte y luchar por la Novia de Cristo, la Iglesia. Y entonces, entré al seminario”, cuenta este sacerdote estadounidense.
Sin embargo, otro duro golpe le esperaba. Connolly asegura que “mi espíritu de lucha ha sido cuestionado por las revelaciones de la terrible semana pasada, con el informe del gran jurado que detalla siete décadas de abuso sexual y encubrimiento en seis diócesis de Pensilvania. Ha sido la semana más dura de mi breve sacerdocio. He tenido sentimientos de enfado, incredulidad, tristeza y vergüenza”.
La Iglesia no puede ser como una empresa
En su opinión, considera que “parece que la Iglesia ha sido administrada institucionalmente como si fuera una empresa. Con demasiada frecuencia, los fieles han sido vistos no en términos de sus almas inmortales, sino más bien en términos de clientes. Predicar fe y moralidad se volvió secundario para mantener a los clientes contentos. Que saliera a la luz el escándalo es malo para los negocios. Y así, el santo temor que viene con el conocimiento fiel de que todos seremos juzgados por Dios al final de nuestras vidas dio paso al encubrimiento del escándalo para proteger la reputación de la compañía. Un punto positivo que puede venir de esta crisis es que la Iglesia puede ser guiada y gobernada como una Iglesia nuevamente, no como una compañía. Y que los fieles sean vistos como almas hambrientas de Dios, no como clientes que buscan charlas felices”.
A su vez, insiste en que los sacerdotes y obispos que han cometido pecados graves y crímenes atroces son culpables de causar escándalo, que es “un acto de asesinato espiritual”, por lo que serán juzgados por Dios y las autoridades apropiadas. Sin embargo, agrega, “no podemos permitirnos caer en la tentación de estar tan escandalizados que perdamos la fe y dejemos la Iglesia. Hacer eso sería un suicidio espiritual. Es necesaria la distinción que tiene que hacerse entre la Iglesia y sus ministros humanos, que son falibles”.
"Quiero ser un sacerdote mejor y más santo"
“No podemos y no debemos permitir que sus pecados nos separen de la Iglesia de Cristo. Ese sería el golpe sobre el hematoma de la catástrofe de este escándalo”, sentencia.
En su carta, Seán Connolly reconoce que “durante estos días pasados mi celo por la casa del Señor ha sido desafiado, pero no ha menguado. A raíz de la revelación de este escándalo, quiero ser un sacerdote mejor y más santo. Yo, junto con algunos de mis amigos sacerdotes he decidido llevar a cabo penitencias adicionales, como el ayuno, para ofrecer a Dios en reparación por los pecados de los sacerdotes. Debemos responder a este mal con nuestra bondad. Ahora más que nunca debemos abrazar la herencia de la fe católica que hemos recibido de nuestros antepasados. Ahora más que nunca, debemos ser valientes en nuestra proclamación de las enseñanzas de la Iglesia. Ahora más que nunca, debemos aceptar las promesas que hicimos el día de nuestra ordenación, especialmente el celibato por el Reino”.
La procesión que le terminó de convencer
Los días aciagos del escándalo coincidieron con la festividad de la Asunción de la Virgen, precisamente una de las patronas de la parroquia de este joven sacerdote. Estaba prevista una procesión y una pequeña fiesta.
“Estábamos preparando mesas y sillas, colocando las flores en la estatua de Nuestra Señora, que se llevaría en procesión. En medio de esta agradable atmósfera, llegaron un reportero y un camarógrafo de un medio de comunicación local. Lo primero que pensé fue: "¡Qué bien vinieron para cubrir nuestra procesión y fiesta!". Pronto me di cuenta, sin embargo, que estaban allí para contar cómo uno de los sacerdotes depredadores nombrados en el informe del gran jurado había sido asignado a mi parroquia hace más de 50 años”.
"Te necesitamos"
Admite que sintió la tentación de dejarse llevar por la desesperanza y dejarse robar el espíritu de aquel día festivo. Pero cuenta que “mis feligreses no permitieron que eso sucediera. Trescientos de ellos salieron el miércoles por la noche. Su propio celo por la casa del Señor me inspiró. Ellos claramente aprecian su identidad católica, la Fe y la Iglesia. Fuimos en procesión por el vecindario llevando a nuestra Señora, cantando himnos y rezando el rosario. Cuando regresamos a la iglesia, el sol se estaba poniendo maravillosamente sobre nosotros cuando concluimos con la Letanía de Loreto”
Cuando acabo, cuenta el religioso, un feligrés se me acercó con lágrimas en los ojos. ‘Padre’, dijo, ‘esta procesión fue una luz en la oscuridad de estos tiempos difíciles. Gracias por tu sacerdocio. Te necesitamos. Necesitamos todos ustedes buenos sacerdotes. No te bajes Cuelga ahí. Recuerda lo que Nuestra Señora dijo en Fátima, que a través de todo, 'Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará' ".
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