Renuévate. Cuida tu alma. “Un santo triste es un triste santo”, recuerda un santo. Y el Papa Francisco, parafraseando esta afirmación, sentencia algo que suena más fuerte todavía, si cabe: “Un cristiano triste es un triste cristiano: no va”. El testimonio que debemos dar está enraizado en la alegría que brota del Espíritu de Dios, que nos alimenta constantemente, si nosotros no nos alejamos de Él. Nos vigila. Nos guarda. Nos impulsa a la misión, y la misión, a su vez nos hace crecer.
Recordó el Papa un día en su misa cotidiana de Casa Santa Marta que siendo sacerdote solía mandar a los jóvenes al geriátrico a acompañar a viejecitos, e iban de mala gana. Pero una vez allí, ya no querían irse, porque empezaban a cantar y entablar conversaciones y amistades que les impulsaban a crecer y crecer. Eso es la misión. Y no olvidemos que para un cristiano, la misión es la vida, pues una fe que no es compartida es una fe marchita. De ahí podemos deducir que la fe es bien vivida si es compartida. Y además, se retroalimenta, como los jóvenes del geriátrico del Papa. Entonces, la alegría crece y se contagia.
Por eso e incluso para soportar la vida es importante la alegría, el optimismo, que de vez en cuando el Papa atribuye al buen cristiano. En ese camino de la alegría bebemos y comemos los manjares de la Palabra de Dios que nos es recordada por el Espíritu Santo. Él, según palabras del Papa, “es el que nos acompaña en la vida, el que nos sostiene”. A propósito de esas personas frías de corazón podemos aplicar una anécdota curiosa de la que se aprovechó el Papa Francisco para avisar de la parálisis espiritual y del desconocimiento de muchos cristianos acerca de la acción del Espíritu Santo.
Recordó el Papa que siendo sacerdote estaba celebrando un día la misa de niños de Pentecostés y les preguntó si sabían quién era el Espíritu Santo. Un niño, ni corto ni perezoso, le contestó: “El paralítico”. Si es eso lo que pensamos nosotros del Paráclito, no es extraño que luego decaigamos extenuados. Porque es el Espíritu Santo Quien, lejos de paralizarnos, nos da las fuerzas para seguir adelante.
“Pues yo no lo noto. Voy a misa los domingos, no hago daño a nadie...”. ¿De verdad te lo crees? Eso, esa sensación de inutilidad se da, cada día. Porque vamos vacíos. Porque, en verdad, Paráclito significa “aquel que está a mi lado y me sostiene”. Y el Espíritu Santo mora y crece en el alma en gracia, y la gracia se recibe en la confesión. Por eso la confesión renueva por dentro y por fuera, porque el exterior habla de lo de dentro. La belleza nos viene de la Belleza con mayúscula. Y la Belleza se siente. ¿Cómo puedes renovarte por dentro? Confiésate.
“¿Confesarme? Pero, ¿todavía se hace eso? Yo pensaba que era cosa del pasado, de cuando la Iglesia asustaba más que estimular...”. El Papa aconsejó un método infalible para mantenerse jóvenes, cuando hablaba del Espíritu Santo: “Habla con el Espíritu. Él te apoyará y te devolverá tu juventud”. “El cristiano nunca se retira, vive porque es joven, cuando es un verdadero cristiano”. Eso es: “Cuando es un verdadero cristiano”. Y se le da el Espíritu Santo con todos sus dones cuando se confiesa, que comporta arrepentimiento, propósito de enmienda (de no volver a pecar) y reparar el mal que haya hecho. Si no, confesarse sería un maquillaje, tan en boga hoy, como criticó otro día el Papa. Así que ¿quieres ser eternamente joven? Confiésate. Confesarse es rejuvenecerse. ¡Prueba, y verás!
Jordi-Maria d´Arquer, ReL
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