Estoy en mis 20’s y he experimentado diferentes tipos de relaciones: el que es demasiado tímido y no quiere tocarte, el que está en todas las pláticas de Teología del Cuerpo y aún así no tiene límites, el que es mayor y cree que es normal tener relaciones y el que cree que, como eres católica, su permiso para tener relaciones es casarse (o comprometerse contigo).
Es tan estresante en cada una de mis relaciones haber querido poner límites y que te respondan cosas como: «¿Pero si es con amor, qué tiene de malo?», «¿Pero de todos modos nos vamos a casar, no?», «¿Pero es porque crees que es pecado?», «Es que eres muy chica y te asusta, pero es normal…», «¿Es porque te da miedo quedar embarazada?».
Entonces entre lo que he me ha advertido mi mamá, lo que te dicen en el Catecismo y las charlas sobre castidad, lo que los famosos y las compañeras opinan, las profesoras de la universidad y lo que responden los hombres, es difícil no entrar en una crisis existencial cada vez que estás en esta situación. Dan ganas de gritar un ¡bastaaa! gigante que ponga todo dónde debe estar… pero ¿dónde debe estar?
Creo que este estrés es innecesario y sobre todo la culpa de verte en el confesionario después de cada cita. Por eso te comparto cosas que me hubiera gustado saber antes de sufrir con mis relaciones:
1. «¿Dónde están los que te juzgan? Yo no te juzgo»
Sentir que Dios nos mira con decepción y desgano es la primera trampa para no salir de esta desesperación. Pero lo que debes recordar es que Dios te ama igual si estás en un claustro o de novia con tal chico. Y por ese mismo amor quiere lo mejor para ti.
Seguro te pasa que entras en oración para pedirle su consejo y de pronto te da pena «Todo lo que he hecho… debo darle asco». No, Jesús, cuyo amor no es de este mundo, no busca para nada juzgarnos y señalarnos, sino con su eterno amor revelarnos lo valiosa que es cada parte de nuestra vida para Él.
Cada vez que entres en oración o le pidas consejo a Dios sobre tu vida, medita estas palabras para ti: «Quien no tenga pecado que lance la primera piedra…Yo no te juzgo» (Juan 8). Al entrar en oración debemos sentir y saber que Dios busca defendernos como hace con la mujer acusada, no acusarnos. Él sabe que en nuestro corazón buscamos estar unidos a Él pero nos cuesta por razones que Él también entiende y mucho mejor que nosotros. ¿Quién mejor para llorar, preguntar y desahogarnos que quien nos ama sin ponernos en juicio?
2. El amor de Dios nos sube el autoestima… no al revés
No hay peor trampa para mejorar que sentirnos la decepción de Dios, de nuestra familia, la humanidad, la Iglesia. No, para mejorar está el sentirnos amados, admirados. Quizá ahora no lo sientas porque escuchas en tu interior las voces de juicio que te dicen: «¿Cómo te vas a dar a respetar si ya te dejaste hacer eso?», «¿Quién crees que va a quererte después de lo que hiciste?»…¿Te digo quién, más que nadie?: Dios. Dios tu Padre, Dios tu mejor amigo, Dios Espíritu que ama habitarte.
Pídele a Dios mirarte y amarte como Él lo hace. Dios no es un Amor que te deja como te encuentra sino que quiere seas cada vez más tú. Tanto desearía supieras el gran don que eres para quienes cruzan tu camino y que muchas veces cubres porque tienes culpas y prejuicios sobre ti, sabe que no cualquier persona podría amarte como mereces.
¿Crees en un Dios que te bajonea o que te quiere echar porras? «Crearía el universo otra vez solo para escucharte decir que me amas» – Jesús a Sta. Teresa de Ávila.
3. ¿Y tú, qué quieres?
Recuerdo haber estado saliendo con un tipo que era muy controlador. Se ofendía si yo no lo abrazaba en público o no le contaba a todos que estábamos saliendo. Recuerdo también que en una Hora Santa me sentía muy culpable porque no me senté al lado de él, le preguntaba a Jesús en ese momento, desesperada, qué era lo mejor: si dejar de salir o dar el paso de ser novios… escuché firme una voz en el corazón que me decía: «Y tú, ¿qué quieres?».
¡Entré en shock! Debo decir que jamás creí que Dios mismo me preguntara a mí lo que yo quería. Y ese es nuestro defecto: creemos que hay un instructivo que Dios tiene para nuestra vida y nuestra relación que está en japonés y no sabemos interpretar. Pero es más sencillo: lo que Dios quiere para tu relación es lo que a ti te haga sentirte plena, muy tú, tranquila, honrada, alegre, amada… ¿qué es?
4. ¿Qué me da paz?
Nos hemos llenado de ideas y sugerencias (y hasta miedos) de lo que deberíamos hacer con nuestra pareja: hasta dónde y por qué. Pero ¿te has preguntado a ti qué te da tranquilidad y paz? No a los dos, no a él, no a la relación: a ti, a ti que duermes contigo al final del día, a ti que vives con tus pensamientos y tus sentimientos y tu cuerpo, a ti que sabes lo que quieres y lo que no te gusta.
Cuando te vuelvan a preguntar: «¿Es porque te dijeron que era pecado?», «¿Es porque estás muy chica y te da miedo todavía?», «¿Es porque alguien te hizo algo antes que yo?», «¿Es porque te da miedo quedar embarazada?»… Tienes toda la autoridad de decir: «No, es porque eso quiero yo». Dios te ha dado a ti autoridad para cuidarte y elegir lo mejor para ti. Y con eso voy al siguiente punto:
5. Dios no va a iluminar mágicamente al chico que te gusta
Tenemos la creencia de un Dios mágico que ilumina la cabeza y los corazones, que convierte en sueños y transforma corazones y olvidamos que no estamos de adorno en nuestras vidas: tenemos autoridad, como su imagen y semejanza, como sus hijos, sus sacerdotes… para darnos lo mejor y llevarnos por buen camino.
A tu novio no lo va a iluminar el Espíritu Santo para que deje de besarte, para preferir ir a misa que llevarte de compras, ni a comprender el maravilloso misterio de la Teología del Cuerpo. Él tiene que educarse voluntariamente en el misterio del amor, en el respeto a la mujer. No tiene que ser resultado de cada conducta que le corriges, sino de buscar talleres, acompañante espiritual, de entrar en oración, de tener un deseo de vivir con trascendencia no solo su noviazgo, es una conversión que debe él elegir como modo de vida, que abarque todas las áreas de su vida y su corazón… no solo para «no hacerte sentir mal».
6. Tú no vas a convertirlo – El Síndrome de Santa Rita
Sí, hay historias y varias de mis amigas cuentan «Yo lo empecé a adentrar a todo esto de la fe, de la religión, Dios me usó de instrumento para llegar a él y ahora él es el que me lleva a mí a misa». Sí: pero esto no es a costa de tus principios, tu paz, tus responsabilidades ni tu vida.
Si Dios es tu Papá crees que te diría: «Sí, quédate con él aunque te haga pasar malos ratos y te maltrate porque tú vas a salvar tu alma». No, como un Papá lo último que querría sería un hombre que más que cuidarte te descuidara, que más que mejorarte te jalara hacia sus arenas movedizas.
Jesús no eligió como sus seguidores a los hombres más hipócritas ni a las mujeres menos deseosas de una vida más plena, ¡ni siquiera escogió a cualquier mujer para encarnarse! ¿Por qué seguimos pensando que nos tiene preparado lo peor para convertirlo en lo mejor?
En los Ejercicios Espirituales dice San Ignacio que no se discierne entre lo bueno y lo malo, sino entre lo bueno y lo mejor: tu noviazgo no es para romperte la cabeza y el corazón haciéndole entender lo que es bueno y lo que es malo, sino para crecer en virtud, amor, disfrutarlo, no sufrirlo… ¡él también debe ayudarte a ti! ¡Son pareja no mamá e hijo!
7. «El fuego de un amor no debe quemar sino iluminar»
Recuerdo haber leído esto en una frase clásica de Instagram y me dejó reflexionando sobre mis relaciones pasadas: siempre he «salido quemada» — una expresión que usamos para cuando alguien termina mal parado de una experiencia —, ¿por qué? Porque nos han educado pensando que el amor se desparrama, se vuelca sobre todo, te quita el sueño y la cabeza.
Que el amor te saca de ti, te inunda, te vuelve loco, te ciega, te aturde… No hay mejor mentira que te haga vivir las relaciones como si fueran infiernos para ti.
«Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave» (1 Reyes: 19).
El verdadero amor da calma, ordena la vida, quita de confusiones, aclara dudas, vive lo cotidiano con calma sin pretender estar siempre en estado eufórico, apasionado, descontrolado. Si Dios es amor: ¿cómo es Dios?, ¿cómo es mi relación?
8. Cada día es nuevo
Hay otra trampa que intenta usar el maligno: «Ya no hay marcha atrás». Bueno, pues el mismo Jesús que nos asegura «Yo hago nuevas todas las cosas» quiere que confíes en Él tu corazón. Muchas veces nos cuesta imaginarnos fuera de una relación porque ya pasamos al grado del desborde de besos, apapachos y quizá hasta las relaciones sexuales.
¿Recuerdas lo que oramos en Misa?: «Señor, no tomes en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia» o «Señor, yo no soy digna de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme».
Ese es Dios, ese es Jesús. Quien está dispuesto a salir de su trono para vivir contigo. Quien prefiere quedar mal con los sabios a apedrear a una adúltera. Quien escandaliza por perdonar los pecados sin pasar por los sacrificios y los holocaustos.
La próxima vez que pienses: «Pero yo ya perdí mi virginidad/mi castidad/mi respeto, ya nada puedo hacer» recuerda quién es tu Dios — no es un espectador de reality show o telenovela o revista de chismes, no es un médico que te regaña por no tomarte la medicina, no es la voz juzgadora — es Amor, perdón. Tu pasado no define tu futuro: cada día es nuevo. Cada segundo puedes empezar otra vez.
Artículo elaborado por Sandra Real.
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