Primera lectura
EN aquellos días, Pedro y Juan subían al tempo, a la oración de la hora nona, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa, para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo:
«Míranos».
Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pero Pedro le dijo:
«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda».
Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio andando y alabando a Dios, y, al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa del templo, quedaron estupefactos y desconcertados ante lo que le había sucedido.
Palabra de Dios
Salmo
R/. Que se alegren los que buscan al Señor
Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas todos los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.
Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.
Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):
AQUEL mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana la sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria».
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
San Juan Pablo II (1920-2005) |
“Tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos..”
El icono de los discípulos de Emaús puede servir muy bien a la Iglesia como orientación en este Año en que presta una atención especial al misterio de la santa eucaristía. En el camino de nuestras preguntas, nuestras inquietudes y, a veces, nuestras profundas decepciones, el divino Caminante continúa a nuestro lado como compañero que nos introduce, interpretando las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios. Cuando el encuentro se realiza en su totalidad, a la luz de la Palabra sigue la luz que brota del “pan de vida” por el que Cristo realiza de la manera más alta su promesa de quedarse con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo.” (Mt 28,20) |
La narración de la aparición de Jesús a los dos discípulos de Emaús nos ayuda a destacar un primer aspecto del misterio eucarístico que tiene que estar siempre presente en la devoción del pueblo de Dios: la eucaristía como ”misterio luminoso”...Jesús se llama él mismo “luz del mundo” (Jn 8,12) y esta característica se pone de relieve por aquellos momentos de su vida como la Transfiguración y la Resurrección, en donde su gloria divina resplandece claramente. En la eucaristía, al contrario, la gloria de Cristo queda velada. El sacramento de la eucaristía es el “mysterium fidei”, el misterio de la fe por excelencia. Precisamente, a través del misterio de su ocultamiento total, Cristo se revela como misterio luminoso, por el que el creyente es introducido en la profundidad de la vida divina... |
La eucaristía es, ante todo, luz porque en cada misa la liturgia de la Palabra de Dios precede la liturgia eucarística, en la unidad de las dos mesas, la de la Palabra y la del Pan... En la narración de los discípulos de Emaús, Cristo mismo interviene para mostrar, “empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas” que “toda la Escritura” (cf Lc 24,27ss) conduce al misterio de su persona. Sus palabras hacen “arder” los corazones de los discípulos, los saca de la oscuridad de la tristeza y de la desesperanza y suscita en ellos el deseo de quedarse con él. “¡Quédate con nosotros, Señor!” (EED) |
Oración
Secuencia
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
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