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domingo, 16 de marzo de 2025

Hay cielo e infierno de verdad

El Infierno de Dante, de Bartolomeo de Fruosino (c. 1366-1441).

El Infierno de Dante, de Bartolomeo de Fruosino (c. 1366-1441).

Jesucristo nos advierte claramente en diversos pasajes evangélicos de la posibilidad real de la condenación, del infierno. Por ejemplo, cuando dice: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?” (Mt 16, 21).

En otro pasaje evangélico, es taxativo: “Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la gehenna. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la gehena” (Mt 5, 29-30). Ciertamente, no hay que tomarse literal eso de sacarse el ojo o cortarse la mano, pero Jesús nos invita a luchar firmemente contra el pecado (que muchas veces entra por el cuerpo, aunque tenga su raíz en el corazón), porque, si no, nos dice que las consecuencias son muy serias.

Y es que algunas veces tenemos la concepción de Dios como alguien tan bueno que lo hacemos casi tonto y creemos en una cosa que, en sí misma, resulta injusta: que todos vamos a ir al cielo (algunos creen que a la nada), de modo que el mayor criminal y el mayor santo de esta tierra compartirán el mismo destino después de la muerte (esto es, o el cielo o la nada).

Entonces da lo mismo ser bueno que ser malo, hacer obras buenas que malas, porque, total, o no hay nada tras la muerte o, si lo hay, todos nos salvaremos. Da igual que me pase la vida haciendo el bien que fastidiando a los demás, siendo inaguantable, egoísta, etc., porque, finalmente, todos nos iremos de rositas. Guay del Paraguay. No hace falta que me esfuerce por mejorar; solo tengo que dejarme llevar. En esta visión, convertimos a Dios en un relativista, al que le son indiferentes nuestros actos buenos o malos y al que, por lo tanto, no ofendemos nunca. Craso error. Estaríamos más ante un Dios Abuelo y no ante un Dios Padre que nos educa, en feliz expresión que varias veces he escuchado al fallecido sacerdote y teólogo navarro José Antonio Sayés.

La mencionada visión, desde una lógica humana, constituye una soberana injusticia, porque no es lo mismo esforzarse por amar a Dios y a los demás que no hacerlo, hacer todo lo contrario o pasar por esta vida de modo egoísta, máxime si lo hacemos pisando a los demás.

Ahora bien, no podemos atribuir a Dios una injusticia. Precisamente porque Dios es muy bueno, tiene que ser justo, porque alguien injusto no puede ser bueno. El injusto es malo por definición.

Eso sí, en Él es una justicia regulada por su misericordia, pero no nos engañemos: si no nos arrimamos en esta vida a su misericordia, en algún momento tendremos que pasar por su justicia, al haber rechazado o al no haber acogido aquella con los medios dispuestos por Él (sacramento de la Confesión: “A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”, Jn 20, 19-23).

La frase “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?” cambió la vida de San Ignacio de Loyola y de San Francisco Javier. ¿Va a cambiar también la tuya? Sería bueno que empezara a hacerlo desde ya. Y si no es esa, cualquier otra frase de la Biblia o un encuentro personal con Dios que tienes que propiciar poniéndote a tiro de su gracia, por la oración, los sacramentos, un retiro, etc. Te aseguro que no te arrepentirás.

Miguel Ángel Irigaray Soto, ReL

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