Corría el año 415 y san Agustín paseaba por la playa en un día soleado. Estaba frustrado, pues se había tomado un descanso de su trabajo en lo que se conoce como una de sus mayores contribuciones doctrinales a la Iglesia, De Trinitate, o "Sobre la Trinidad". El tema le había dejado exhausto y necesitaba aire fresco.
El misterio de la Santísima Trinidad
Fue en ese momento, mientras la marea espumosa bajaba, cuando un niño llamó la atención de San Agustín. El niño, pecoso, tenía el ceño fruncido. Estaba claro que tramaba algo, corriendo de un lado a otro, de un lado a otro, entre el mar y un pequeño agujero en el suelo.
"Hijo mío", llamó san Agustín por encima de las olas rompientes, "¿qué haces ahí?".
El niño levantó la concha rosa que utilizaba para mover el agua. "Intento meter ese gran océano en este agujerito", gritó, señalando asertivamente a la arena.
San Agustín sonrió, encantado por la inocencia del niño, sus ojos brillantes, la forma en que la luz del sol brillaba en su pelo rizado. Siguió al niño hasta arrodillarse junto al pequeño orificio, viéndole derramar unas escasas gotas.
"Hijo mío", dijo el obispo de Hipona con suavidad, girando los delgados hombros del niño hacia el mar. Luego extendió sus propios brazos: "¡Nunca cabría este gran y magnífico océano en ese diminuto agujero!"
El niño no se inmutó, pero respondió rápidamente: "Y tú nunca podrías entender la Santísima Trinidad". Entonces, en un instante, el niño desapareció.
Misterios que requieren de nuestra fe
A lo largo de los siglos, muchos grandes pensadores han especulado sobre esta leyenda. ¿Era el niño un ángel? ¿Era el propio Cristo? Muchos han tomado las palabras del niño al pie de la letra, concluyendo que es imposible que el hombre comprenda la Trinidad, así que ¿para qué intentarlo?
Pero el otro día, sentada en la playa, viendo cómo mi propio hijo llenaba una y otra vez de agua un agujero de arena, me vino a la mente la sabiduría de mi confesor respecto a las grandes preguntas de la vida: "Nunca podremos entender todos estos misterios a la vez" (como en el océano, donde los científicos descubren vida nueva todo el tiempo). "Pero si abrimos nuestra mente a Dios, Él se nos revela poco a poco".
Y es esta parte de poco a poco o gota a gota lo que significa tanto para mí. ¿Podría ese niño meter todo el océano en su pequeño agujero? Claro que no, igual que san Agustín no podía meter todo el misterio de la Santísima Trinidad en su cerebro de una vez.
Pero, ¿podría el niño meter un poquito de agua salada en el agujero de arena, antes de que se hundiera, nutriendo la tierra? Sí, y según mi experiencia, ese es el mismo modo en que Dios suele transmitirse a nosotros: poco a poco o gota a gota.
Curiosamente, san Agustín, más conocido por grandes obras como las Confesiones y Ciudad de Dios, trabajó en De Trinitate durante más de 30 años sin llegar a terminarla. ¿O no? Quizá dejar inacabado este tratado sobre un misterio tan extraordinario fuera el mejor final de todos.
Sarah Robsdottir, Aleteia
Vea también San Agustín: Las Retractaciones
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