23. Aleluya en medio de la Muerte
(Canto del Aleluya)
Los vándalos están asediando Cartago, la orgullosa capital del África del
Norte. Ya han pasado semanas y los enemigos no dan tregua. Es tiempo de
Cuaresma. Pero no sólo por eso ayuna la gente de la ciudad sino también porque
el cerco de los enemigos ha causado hambre y penuria. Llega el momento de la
Vigilia Pascual. La catedral estaba como en Viernes Santo que no podía contener
el gentío cuando los ciudadanos elevan su clamor hacia la Santa Cruz. La
Vigilia avanza. Cuando salen las estrellas se ha encendido el cirio pascual y
cantado su alabanza. Los candidatos al bautismo están sentados en largas filas
esperando de recibir el sacramento que los hace hijos de Dios. Ya han
proclamado las numerosas lecturas. El lector ha cantado la epístola. Desde
afuera penetra el ruido de la batalla y amenaza el silencio sagrado. Pero esto
ha sido siempre así desde que comenzó el asedio de los enemigos. Por eso muchos
de los fieles ya no le prestan atención.
Luego, el mejor cantor de la catedral da comienzo al el canto del aleluya. Los
sonidos maravillosos se unen como perlas en una cadena y resuenan por la
catedral. El muchacho se olvida de sí mismo. Nunca había cantado el aleluya con
tanta hermosura. Canta con ojos cerrados como quien quiere seguir con los ojos
del corazón a los sonidos que suben al cielo. Echa un poco la cabeza hacia
atrás y canta y canta. De repente una flecha zumba por el aire. Al muchacho le
traspasa la garganta. El aleluya se acaba repentinamente, cortada la cadena de
perlas. El muchacho cae hacia atrás sobre las gradas del atril. Continuará con
el canto del aleluya en el cielo - un mártir del aleluya. Se levanta un
griterío angustioso en la catedral. La noche de Pascua se ha convertido
nuevamente en un Viernes Santo. Durante la celebración los vándalos han entrado
a la ciudad y comienzan su horrible faena conquistadora: matar y saquear.
El aleluia del muchacho cantor de Cartago continúa resonando en el cielo. Lo
canta también por los conquistadores crueles. Cuando finalmente los vándalos
han encontrado un lugar para quedarse en España, en Andalucía (= Vandalusía) y
los árabes los atacan allí en 711 no solamente mueren para defender su país
sino también la fe pascual.
Hasta hoy continúa - fuera de la cuaresma - la Iglesia cantando el aleluya como
respuesta dominical, festiva y pascual a la epístola y como saludo de
bienvenida a Cristo que viene en el evangelio.
La cantamos asediados de enemigos innumerables. Pero con el aleluya nos
olvidamos lo que nos amenaza. Estamos anticipando, vislumbrando el aleluya del
cielo hacia el cual caminamos.
Cantamos el aleluya en la Misa para dar gracias por la palabra divina y como
saludo al evangelio. Lo cantamos a Cristo, nuestro Señor. En el cielo se
convierte en acción de gracias por la cosecha que brota del evangelio.
Esperamos que el aleluya no sea cortada por una flecha repentina. Ciertamente,
llegará el momento cuando se cortará. Entonces vale la leyenda antiquísima: En
el cielo se nos devuelve por cada miembro de nuestro cuerpo un ojo de oro, un
brazo de oro, un pie de oro. Arriba podremos seguir cantando nuestro aleluya
con una garganta de oro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario