25. Se durmió durante la homilía.
(Sermón)
En Troas hacía un calor sofocante. La ciudad en el triangulo entre Asia menor,
el Mar egeo y el Mar Mármara había sufrido más que una conflagración en su
historia; siempre de nuevo la habían incendiado - lo más completamente en la
guerra de Troya - y la habían edificado de nuevo. Una atmósfera de los
incendios de la historia había también en aquel día.
En el aposento alto, en el tercer piso se había reunido la comunidad cristiana.
Era domingo. Luego del calor de trabajo habían venido para celebrar el día del
Señor, el día de su Resurrección. En la pequeña sala el calor era insoportable.
Habían encendido muchas lámparas. El número de los reunidos era grande.
Estaba presente un joven llamado Eutyques. Estaba cansadísimo por el trabajo
del día, por el calor y el ambiente sofocante de la sala. Había buscado un
lugar especial en el marco de una ventana. Apoyando la cabeza en las rodillas,
descansando el cuerpo agotado contra la pared podía disfrutar de la suave
corriente de aire que entraba a la sala.
Estaba predicando el Santo Apóstol Pablo. De camino a Mileto solamente por
siete días se quedaría el Apóstol de las Gentes en Troas. Por eso la
muchedumbre reunida. Estaban acostumbrados a celebrar los domingos la Santa
Misa - la llamaban "fracción del pan" -. El gran Apóstol había
atraído a todos. No tenía una voz potente. Pero hablaba con pensamientos y
palabras poderosas. Tenía mucho que decir. Él sabía perfectamente que era la
última vez que estaba en Troas, que ya no volvería más. Así hablaba y hablaba.
Ya se acercaba la medianoche. El joven Eutyques había escuchado con entusiasmo.
Pero se le cerraban los ojos. Luego inclinaba la cabeza sobre sus rodillas.
Finalmente se durmió tan profundamente que no sabia ya donde estaba. Perdió el
equilibrio y se cayó del tercer piso a la calle. La gente escuchó un grito,
luego algo pesado que caía al suelo de la calle. Repentinamente la santa
asamblea comenzó a ponerse nerviosa como una colmena de abejas. Pablo atravesó
la muchedumbre y bajó rápidamente las escaleras. Abajo yacía sin movimiento el
muchacho. Pablo se tiró sobre él. Luego dijo: "Está vivo".
Por supuesto que les expertos se ocupaban del accidentado. Pablo continuaba
arriba la celebración y hablaba hasta rayar el alba. De repente un movimiento
en la puerta de la sala. El muchacho volvió, riendo, como si nada hubiera
sucedido. La gente gritaba de alegría y no sabían si debían aplaudir más al
Apóstol o al muchacho salvado.
La prédica no era tan fácil ni en los tiempos de los Apóstoles. - Tenía lugar
después del evangelio. Si llega a faltar alguna vez cualquiera se da cuenta
cuánto calor pierde la Misa. Algunos hacen largos caminos para escuchar a un
buen predicador. Pero la prédica puede ser también una carga para la Misa -
cuando es demasiado prolongada y cuando se habla y la gente no entiende, cuando
es aburrida o cuando el predicador es duro y sin amor. Una buena prédica lleva
a la vida; hace que la celebración y los participantes tengan más vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario