26. El Emperador que reforma la Liturgia
(Credo)
Cuando los acólitos vuelven del altar a la sacristía - aunque fuera de la Misa
más solemne - enseguida comienzan los reproches: "Has tocado la campana
con mucha violencia" - "Te equivocaste con el incienso" -
"No has traído el libro" -. Cuando los monjes de la abadía o los
futuros sacerdotes se reúnen para desayunar luego de la Misa Cantada, la
liturgia y los errores cometidos son el único tópico de conversación.
Esto ha sido así ya cuando el emperador Enrique II, el Santo, fue coronado
emperador en Roma el año 1014. Con rostro serio y sin conversar estaba sentado
a la mesa al lado del Papa Benito VIII. Todavía hoy puede uno visitar el lugar:
cerca de la catedral del Letrán donde se yergue un arco del comedor. Para decir
algo el emperador Enrique dijo: "¿Por qué no había Credo en la Misa de Coronación?"
El Papa estaba un poco avergonzado por que no entendía mucho de estas cosas.
Llamó a sus prelados y a su maestro de ceremonia para que ayuden. Estos dijeron
con un gesto un tanto orgulloso: "La Iglesia de Roma siempre ha sido fiel
a la fe. Por eso no es necesario confesarla en la Misa". Esto sin embargo
no le agradó al Papa. En el acto dijo al emperador: "A partir de ahora
queremos cantar el Credo en la Misa". Y así sucedió. El abad Berno de
Reichenau del lago de Constanza estaba presente y lo ha contado.
Tampoco en nuestros días hay Misa dominical o de solemnidad donde no se
proclame el Credo. Cada vez la cubre un rayo de la Misa de Coronación del
emperador. Es que con el Credo coronamos el evangelio y la homilía o prédica.
Decimos nuestro "sí" a las verdades de fe que nos han presentado en
la Liturgia de la Palabra. Decimos "Amén" al sermón.
Con todo, la primera palabra "Credo" es especialmente importante. El
músico Ludwieg van Beethoven ha compuesto una Misa Cantada a varias voces. Se
cuenta que con ella ha querido dar un sermón a su época. Ya no se creía mucho
en la grandeza de Dios y su gloria, ni en Jesucristo, el Hijo de Dios. Ya no se
tenía fe sino se investigaba solamente y se reflexionaba y nada más. Entonces
Beethoven les cantó y les tocó: Credo, Credo...
Queremos seguir su ejemplo y proclamar en medio de nuestro tiempo: Credo, Credo
- creo, creo.
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