29. Los primeros acólitos.
(Ofertorio)
Luego de su entrada regia en Jerusalén, Jesús enseñaba cada día en el templo. Luego vino la fiesta judía de la Pascua, el "día de los panes ázimos". A los dos apóstoles, Pedro y Juan, Jesús les dio el encargo de preparar el banquete pascual. Les dijo: "Cuando entran a la ciudad encontrarán a un hombre con un cántaro de agua. Síganlo hasta su casa".
Traer agua se solía hacer muy de mañana. Era generalmente trabajo de mujeres. Si uno cargaba agua a mediodía llamaba la atención especialmente si se trataba de un hombre. No era posible que pasara desapercibido. Por eso los apóstoles podían abordar enseguida al hombre en cuestión y preguntarle: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la sala donde puedo celebrar la Pascua con mis discípulos?"
El dueño de casa les mostró a Pedro y a Juan un aposento alto, arreglado con cojines. Allí Pedro y Juan dieron comienzo a su tarea.
Compraron el cordero pascual, las hierbas para la salsa en la cual se mojaba los trozos de carne, los panes ázimos, es decir, panes duros sin levadura; también compraron el vino necesario para la celebración. Arreglaron cojines para trece para que todos tengan donde reclinarse cómodamente. A la entrada arreglaron un lugar para que todos pudieran lavarse los pies. Luego fueron a la cocina. Pronto la casa olía a cordero asado. Preparaban la salsa con hierbas. Muy pronto se escuchaba desde afuera las voces de Jesús y los demás apóstoles. Primero Jesús lavaba los pies a los discípulos. Así mostró que él era el anfitrión, él que invitaba. Enseguida los discípulos sentían que formaban con Jesús como una familia. Sólo uno seguía distraído y nervioso - Judas.
Jesús celebró la cena pascual exactamente como lo prescribía el ritual judío. Pero la acción de gracias y antes de comer el cordero procedía de una manera nueva. Tomó el pan y dijo": Este es mi Cuerpo". Luego en el momento de la gran bendición de la copa tomó el cáliz y dijo: Este es el cáliz de mi Sangre". La cena pascual de los judíos se convirtió así en la cena pascual cristiana. Cuerpo y Sangre que Jesús iba a entregar dentro de pocas horas se transformaban en cordero pascual que murió en la cruz y vive para nuestra salvación.
Pedro y Juan, en la preparación del banquete se habían atenido exactamente a las prescripciones judías, como lo habían aprendido en su casa. Quedaron pensativos. Sentían la próxima despedida. Como fieles lectores del profeta Isaías vislumbraban algo del cordero que fue sacrificado por todos. Solían celebrar como lo hacen todos los israelitas hasta el día de hoy. Estaban inmersos en la Antigua Alianza y servían el banquete pascual judío. Sin embargo, fueron ellos, sin darse cuenta, los primeros acólitos de la Misa. Había surgido el Nuevo Testamento. Actuaban con el plato de los panes, con la jarra de vino, con el lavabo de agua como todos los israelitas en los días santos de la Pascua. Pero ya estaban sirviendo a un banquete excelso, nuevo, el banquete y el sacrificado era su Maestro, Jesús.
Frecuentemente se buscan santos patronos para los acólitos. Se los buscan entre los santos estos o aquellos.
Los primeros auténticos servidores de la Eucaristía eran Pedro y Juan. Así como hoy en día la patena con las hostias es llevada por los acólitos así lo hicieron los apóstoles el Jueves Santo. Así como hoy en día los acólitos llevan al altar el agua y el vino, así lo hicieron Pedro y Juan en aquella tarde santa. Como aconteció en aquel entonces el lavatorio de los pies, así es hoy el lavatorio de las manos. Estaban contemplando pensativos los apóstoles el cordero pascual como todo acólito debería hacerlo. El que está en el lugar de Pedro debería decir con firmeza: "Señor, creo". Quien ocupa el lugar de Juan debería poder decir de corazón como Juan: "Señor, te amo". Los dos no deberían pensar en esto o aquello, en el próximo partido de fútbol, o el próximo examen, sino en sus grandes predecesores.
En la Parroquia de los Santos Apóstoles había un señor que tenía casi noventa años. Todos los días acolitaba en la santa Misa. Cuando uno luego en la sacristía le daba la mano para agradecerle, decía con firmeza: "Nada de agradecimientos. Es para mí el honor más grande poder servir en la celebración del sacrificio de mi Salvador".
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