Romper el silencio de la violencia doméstica entre todos…
Quienes nos llamamos seguidores de Jesús tenemos la obligación moral de formarnos e informarnos sobre el tema. Conferencias episcopales de diferentes países (USA, Australia, Nueva Zelanda, etc.) nos recuerdan qué hacer ante la violencia machista:
- Lo primero, escuchar a la mujer que cuenta su problema. Pero no basta con escuchar, aún más importante es creer a esa mujer. Porque lo primero que necesita una mujer maltratada es sentirse creída. Precisamente porque parte del maltrato que ha sufrido consiste en ser insultada, aislada, tomada por loca, incapaz, inútil…
- Evitar soluciones simplistas y espiritualizaciones falsas del problema.
- Evitar el mal uso de la Escritura en cualquier modo que pudiera aparecer como justificando la dominación masculina.
- Estar informados de los recursos disponibles en la comunidad (médicos, legales, albergues, psicológicos y educativos) y saber cómo y cuándo derivar personas para recibir ayuda especializada.
- Prepararnos para enfrentarnos a profundos cuestionamientos espirituales que surgirán en lo referente a la relación de esa persona con Dios y acerca de su valor y dignidad como persona.
- Crear una atmósfera en la parroquia donde laicos y sacerdotes puedan discutir sobre la violencia contra la mujer de forma abierta y honesta.
- Hacer de la Iglesia un lugar segurodonde las víctimas puedan encontrar ayuda, en la línea de la gran tradición de la Iglesia como lugar de asilo.
- Asegurarse que en las homilías se habla sobre el tema de violencia doméstica. Si las mujeres maltratadas no oyen nada acerca de los abusos, piensan que a nadie le importa lo que les pasa.
- Al acercarnos a la mujer maltratada cuidar nuestro lenguaje. No decir nada que pudiera hacerla creer que es culpa suya y que depende de su conducta. Solo el maltratador es responsable del maltrato.
- Cuidar especialmente los cursillos de preparación al matrimonio. Visitar temas como por ejemplo sus métodos de resolución de problemas, de manejo de diferencias…
- Identificar públicamente la violencia doméstica como pecado muy grave.
Pablo Guerrero Rodríguez, SJ
Extraído del artículo originalmente publicado por Alfa y Omega
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