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martes, 11 de abril de 2017

La otra cara de la luna: Homosexualidad y esperanza

Lo que no se cuenta: la realidad de muchos que padecen esta inclinación con el alma desgarrada





Yo sentía atracción hacia el mismo sexo. Después de un largo acompañamiento, ayuda espiritual y mucho apoyo emocional, pude recuperar mi masculinidad después de muchos años de confusión.
Hoy con optimismo me encuentro en la ardua tarea de conquistar el logro equilibrado de mi personalidad y mi autoestima, lo hago siguiendo el prudente consejo de cambiar de aires, viviendo en otro lugar para recomenzar una nueva vida de cara a Dios y de las personas, sin recelo por mi pasado.
No pretendo abordar aquí el cómo, cuándo y por qué llegué a esa situación, para ello puedo esgrimir dolorosas causas… como las hay distintas en cada caso personal. Lo único que quiero manifestar es que la atracción que sentía hacia mi mismo sexo fue un síntoma de  conflictos emocionales internos que no me permitieron desarrollar la integridad de mi sexualidad y plena personalidad masculina, por lo que, en su lugar, desarrollé sentimientos de atracción hacia mi mismo sexo y una ficticia manera de ser persona.
Fue la experiencia del dolor lo que me levantó y me hizo caminar hacia la luz: un dolor y una angustia vividos una y mil veces, cuando me arrastraba por las calles negras del amanecer en busca de una aventura o de un colérico pinchazo de droga, que me permitiera escapar aunque solo fuera por poco tiempo de mi dolorosa existencia, para despertar después más profundamente deprimido.
Era una más de las personas afectadas por la atracción hacia el mismo sexo para quienes la vida es dura y triste en cualquier parte del mundo, pues por lo general no se pueden formar vínculos sólidos de parejas duraderas y se tienen tantos problemas psicológicos… ansiedad, depresión, nerviosismo, baja autoestima, tendencia al suicidio, con una vida muy complicada para desarrollarse plenamente.
Esto no lo dicen los activistas gay, ni los personajes famosos que usan sus foros para defender su homosexualidad. Pero existe la cara oculta de la luna, esa a la que jamás le da la luz, y esa cara es como la otra verdad, la de muchos que padecen esta inclinación con el alma desgarrada.
En ese entonces, algunos argumentos martillearon mi cabeza con una serie de supuestas verdades, elaboradas  para quienes tienen la necesidad de aferrarse a algo que les dé un norte en sus vidas, pero que carecen en absoluto de sustentación.
Argumentos como:
  • No se nace hombre o mujer, el sexo es un constructo social.
  • El sexo realmente se elige durante el desarrollo de la persona al escoger su verdadera identidad.
  • Está científicamente comprobado que existe el gen homosexual.
  • La vida gay es igual que la heterosexual, por lo que se le deben reconocer todos los derechos, sobre todo a formar una familia y a adoptar hijos.
  • Dejar de ser gay es tan absurdo como el dejar de amar a otra persona, aun siendo del mismo sexo. Se es lo que se siente.
Entre otros…
Fue por ello que me dejé convencer de que había nacido homosexual y que por lo tanto mi naturaleza psicosomática correspondía a una forma de ser persona en plenitud, con su particular forma de pensar, sentir, amar y que era por lo tanto imposible dejar de sentirse homosexual.
Así que siguiendo el consejo de mis amigos gays: “ante todo, siéntete bien contigo mismo, lo importante es que seas libre, auténtico, valiente, feliz… no estás solo”… salí del closet, pero sin solucionar nada  y me sentí más  solo que nunca.
No resolví nada porque seguía sin convencerme a mí mismo. ¿Cómo me iba a convencer si seguía roto por dentro, pretendiendo que vivía en unidad de cuerpo y espíritu cuando en los hechos me comportaba como si de dos realidades distintas se tratara?
En mi lucha interior, me di cuenta de que esta unidad era posible cuando me abstenía de las relaciones sexuales con otros hombres y vivía con rectitud el deseo de ser casto para poder mirar a Dios de frente. Fue así que vi una lejana luz al final de túnel y la esperanza de encontrarme con mi verdadero yo para ser auténticamente libre y feliz.
Entonces decidí pedir ayuda aún cuando había escuchado siempre que lo único que obtendría sería tortura, pues la homosexualidad no tiene “cura”. No lo niego, fue duro, penoso;  pero finalmente, con un acompañamiento lleno de comprensión y caridad, pude reconciliarme con ese niño interior herido y recomponer la unidad perdida con mi verdadero ser.
Y la verdad me hizo libre.
Testimonio cedido por el Despacho profamilia con la intención de motivar a solicitar ayuda profesional y redactado por Orfa Astorga de Lira, Máster en matrimonio y familia, Universidad de Navarra 


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