El niño necesita escuchar unas palabras, pero para recibirlas, primero tiene que ser escuchado. Consejos de un especialista para poder escuchar mejor a tus hijos
Los padres se quejan de que su hijo nunca escucha…¿Y si les tocara a ellos prestar atención primero? Marie-Paule Mordefroid, madre, psicóloga, educadora de adultos en desarrollo personal, propone la escucha activa como herramienta privilegiada en la relación educativa.
– Los padres suelen hacer la amarga observación de que sus hijos no les escuchan. ¿Por qué?
Yo plantearía la pregunta al revés: ¿les estamos escuchando? La escucha tiene un poder prodigioso, se transmite por contagio. Es la base de la confianza entre padres e hijos, aunque la educación no sea sólo a través de la escucha. El niño necesita escucharte, pero para oírte, primero tiene que saber que le hayas escuchado tú.
– ¿Qué es lo que hace que los padres tropiecen en esa exigencia de escucha?
Al principio, tienen que cuestionar su certeza de saber todo lo que es bueno para su prole. Se trata de dejar de lado las soluciones prefabricadas, sus proyecciones… Bajo el efecto de la emoción, tendemos a reaccionar instintivamente.
La escucha activa no es natural, va en contra de esta reacción. Nuestra naturaleza herida por el pecado nos empuja a expresarnos según nuestro ego. Esta actitud nos protege de los demás, pero también nos estorba y les estorba a ellos. Volver a nuestra propia experiencia nos ayuda: yo también necesitaba que me escucharan. Se trata de una necesidad vital en todo ser humano.
– Pero hay muchas ocasiones en las que hay que ejercer la autoridad, en las que hay que obedecer las normas…
Por supuesto, ¡no estoy diciendo que debamos convertirnos en padres pasivos y permisivos! Es deseable ejercer la autoridad escuchando con empatía, al tiempo que se imponen límites e incluso se aplican sanciones. La educación consiste en atenerse a esta paradoja.
Tomemos el ejemplo de un niño que se niega a irse a la cama cuando toca la hora. Primero, se le advierte: «En diez minutos, se apagan las luces». Entonces, si la luz sigue encendida y el niño sigue jugando, podemos decir: «Entiendo que no quieras irte a dormir» [nos encontraremos con el niño donde está] y, al mismo tiempo, «es realmente la hora de acostarse. Así que te pido que apagues la luz». Asegúrate de que estos dos deseos coexistentes se expresen.
Esto no evitará que los padres se enfaden, ¡a veces es bueno sacar las tripas! No podemos ser ‘zen’ todo el tiempo. Nuestras emociones dicen algo al niño y nos permiten expresar nuestras legítimas necesidades.
– En concreto, ¿cómo se pone en marcha un verdadero proceso de escucha?
En un primer nivel, la escucha pasiva es una disposición; consiste primero en guardar silencio y dejar que el otro se exprese. No requiere ninguna habilidad especial. Pero la escucha activa va más allá. Permite a la otra persona decir lo que tiene que decir. Por medios muy sencillos.
Invitaciones: «¿Necesitas decirme algo?” Preguntas, no para satisfacer nuestra curiosidad o proyectar nuestra ansiedad, sino preguntas abiertas: «¿Qué ha pasado? ¿Y luego? ¿Qué has sentido? ¿Qué te ha parecido?» Los silencios, una forma de que los padres demuestren que se toman su tiempo.
Por último, reformular: decir con nuestras propias palabras lo que hemos captado como más esencial en lo que el niño ha intentado decir. Si habla de «ese estúpido profesor de matemáticas», podemos decir «estás enfadado con ese profesor de matemáticas», para que el niño se dé cuenta de que realmente le entendemos. Así será más fácil seguir con su explicación.
– Parece decir que es mejor concentrarse en lo que el niño siente más que aferrarse a lo que dice
Sí, porque la mayoría de las veces, lo más importante es la emoción. Nombrarlo tiene un efecto muy calmante. Recuerdo a una madre cuyo marido tuvo que irse al extranjero durante varios meses. Quince días antes de irse, su hija de cuatro años estaba insoportable.
La madre se acercó a ella: «Estás triste porque papá se va. ¿Es eso lo que estás diciendo?» La niña se puso a llorar durante mucho tiempo. La tristeza que sentía se traducía en inquietud, en capricho. Nombrar la emoción le permitió calmarse antes de la partida de su padre.
– El niño suele expresarse a través del lenguaje «no verbal”… ¿cómo se puede descifrar?
La etimología de la palabra «niño» (infans) significa el que está privado del habla. Esto no significa que no se exprese de otra manera. Incluso antes de que el niño hable los padres ya escuchan las señales del niño. Una madre empatiza con su bebé que llora cuando le dice: «Tienes hambre» o «Tenías miedo», es una manera de reformular un mensaje no verbal.
Hay que prestar atención a todas las actitudes corporales del niño, a sus gestos (expresión facial, tono…), a sus acciones: portazo, papel rasgado con frenesí… y a la somatización. El niño se expresa constantemente.
Los padres tienen que confiar en que el niño encontrará la manera de decir lo que está mal. Siempre se las arregla para llamar la atención, a veces cuando más les molesta a los padres. No se trata de buscar psicológicamente la causa del comportamiento, sino de ser receptivo a lo que el niño está diciendo, ahora mismo, o lo que le gustaría decir. Estamos entonces en el orden del encuentro.
– ¿Por qué es preferible esta forma de escuchar?
Escuchar a las emociones permite expresar las necesidades íntimas. Si se satisfacen, conducen a la alegría, el ardor, el entusiasmo, etc. Si no es así, la angustia, la ira y los celos se disparan como señal de alarma.
Gracias a la ayuda del padre que le escucha, el niño pone palabras a lo que está viviendo, y puede entonces conectar consigo mismo. No se queda atrapado con lo que siente, ni se invade. Este verdadero trabajo de unificación interior le permite aceptarse tal como es.
Esta forma de escuchar también le permite entrar en una relación de confianza. Así, es capaz de vivir su vida, apoyándose en sus padres: no tienen que resolver sus problemas, sino comprenderle. Después de haber aceptado el sentimiento del niño como su propia forma de reaccionar, el diálogo puede continuar: «¿Cómo vas a asegurarte de que esto no vuelva a ocurrir?».
El psicólogo estadounidense Thomas Gordon, promotor de la escucha activa, sugiere preguntarse: ¿de quién es el problema? Si es del niño, entonces es él quien debe resolverlo. Por supuesto, los padres pueden ayudar sugiriendo: «¿Qué necesitas? ¿Puedo ayudarte?» Al permitir que el niño se responsabilice de sus emociones, sus padres le dan los medios para encontrar sus propias soluciones y tomar las riendas de su propia vida.
– ¿Cómo saber si el niño se siente escuchado?
Su actitud da un giro inmediato: su cuerpo se relaja, una sonrisa, una mirada de complicidad… Querrá continuar el diálogo, si uno sigue dispuesto a escucharle. Esto lleva tiempo y supone un riesgo. Nunca se sabe hasta dónde llegará.
– Si escucho a mi hijo de esta manera, ¿no le haré sentir que estoy de acuerdo con todo lo que dice?
Eliminemos esa idea errónea de que escuchar es negarse a sí mismo o aprobar al otro. Una buena escucha requiere centrarse en el otro sin dejar de ser uno mismo: cuando el otro me habla, su palabra resuena en mí. Cada uno de nosotros escucha a través de lo que somos, por lo tanto también con nuestros defectos. No existe la escucha perfecta.
Aprender a escuchar no es más que acercarse a la comprensión de lo que vive el otro, sin aprobar ni juzgar. Nuestros frenos a la hora de escuchar pueden manifestarse en forma de juicio precipitado («no deberías haberlo hecho»), de buenos consejos o de consuelo («no estés triste»).
En lugar de decirle a mi hija, que se jactaba ante mí de sus pequeñas victorias del día, que era una «buena chica» (juicio), preferí decirle: «Pensabas que era lo correcto» (comprensión), lo que le permitió asumir plenamente su acción.
– ¿Hay momentos y lugares especiales para practicar esta escucha?
Sí, son momentos que hay que aprovechar. Cuando se está a solas con un niño, por ejemplo por la mañana mientras se viste, de camino al colegio, en los viajes en coche, etc., es un momento que hay que aprovechar. Una noche, mientras recogía la mesa, me encontré a solas con mi hijo de 14 años, que me dijo: «Mamá, si salgo con una chica, ¿qué te parecería?». Así pasamos la tarde…
Pero eso no es suficiente. Tomar tiempo es una decisión. Personalmente, me había propuesto estar a solas con todos al menos una vez al día, a la hora de darles las buenas noches en sus habitaciones. He tenido algunas sorpresas. Un niño puede confiarte algo que pasaría completamente desapercibido en otras circunstancias.
– Es difícil estar disponible todo el tiempo. ¿Qué puedes hacer cuando no puedes estar para escuchar en persona?
Puedes empatizar con «lo que me cuentas parece muy importante» y buscar otro momento. ¡Asegúrate de cumplir con tu promesa! El padre o la madre recibe la petición, pero también deja espacio para sus propias necesidades. Si no se siente capaz de escuchar, puede apoyarse en su cónyuge.
El papel de la madre consiste a veces en sugerir que se hagan ciertas confidencias al padre. Y si, en el seno de la familia, la escucha no es posible (los padres son siempre los primeros educadores), ¿por qué no buscar un apoyo externo?: jefe de los Scouts, padrino o madrina, abuelos, sacerdote, especialista competente… ¿Todos estos actores han tenido una relación natural con sus hijos? Si es así, la relación será más fácil de establecer.
Por último, puede ser una señal de que el propio padre o madre necesita ser escuchado. El mayor servicio que podemos hacer a nuestros hijos es satisfacer nuestras propias necesidades. Soy una gran defensora de las virtudes de la amistad y de las redes de apoyo mutuo.
– ¿Esta escucha es fundamental para la vida cristiana?
No, es un requisito para todos, no hay que ser cristiano para ello. Pero es una forma privilegiada de vivir la caridad con el prójimo. En una familia, mi marido y mis hijos son mis más cercanos, mis vecinos. La escucha es un amor justo que permite sentirse cerca del otro sin dejar de ser uno mismo.
Como cristianos, tenemos la suerte de contar con el modelo de Jesús, que practicaba esta escucha. En el Evangelio, sus preguntas abiertas «¿Qué quieres que haga por ti? ¿De qué hablabais por el camino?» nos permiten expresar el deseo, el sentimiento o la fe. Fíjate en cómo acompañó a los discípulos de Emaús. Salen de Jerusalén, en un camino errante, una forma de mostrar que se están equivocando.
Jesús no los sermonea, camina junto a ellos incondicionalmente. Se toma su tiempo, deja espacio para la expresión del estado en que se encuentran: la tristeza, la decepción. Jesús los escucha hasta el final, y sólo entonces empieza a instruirlos, y los discípulos a su vez ya son capaces de escuchar.
Por el contrario, nosotros los padres solemos poner condiciones: «Te escucharé, pero primero quiero que limpies tu habitación»… La técnica de la escucha sigue siendo un dominio humano, no lo podemos evitar. Pero la gracia viene de Dios.
Entrevista de Raphaëlle Simon, Edifa Aleteia
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