Si creas listas de agravios y eso genera conflicto en la familia, estás a tiempo de poner remedio con una receta que está en tus manos
En la vida de una familia, es lógico que siempre haya personas con las que nos es más fácil el trato mientras que con otros hay que poner más esfuerzo. Es cuestión de «química», de carácter, de coincidencia en las opiniones y el modo de enfocar los asuntos…
También ocurre que no todos los momentos son iguales para la convivencia. La familia es «un ser vivo»: se mueve contínuamente, crece y se pone en relación con otros «seres vivos». Hay momentos de paz y momentos en que todo tiembla. Y no es lo mismo cuando llega la enfermedad o la inestabilidad económica, por ejemplo.
Recuerdo que un jefe mío, casado y con hijos, empleó todos los ahorros de él y su esposa en la compra de una nueva casa. Era el sueño de los dos y tenían puestas en aquel proyecto todas sus expectativas. Pero de la noche a la mañana se dieron cuenta de que habían sido víctimas de una estafa inmobiliaria. Fue un mazazo.
Un día, al preguntarle cómo estaban, me respondió: «Mi mujer y yo ni nos hablamos cuando nos cruzamos por el pasillo». Y es que cuando hay problemas, estos afectan a nuestro modo de actuar y repercuten incluso en perjuicio de quienes más queremos.
Ese era un problema económico grande que, gracias a Dios, se solucionó en los tribunales y no tuvo más consecuencias familiares.
Pero conviene estar alerta respecto a situaciones que parecen sin importancia y sí la tienen. En la familia puede haber obstáculos que parecen cuestiones menores pero acaban por levantar muros que nos separan de los demás.
Por ejemplo:
- reacciones de carácter sobre las que no hablamos y nos molestan cada vez más.
- errores por los que no hemos pedido perdón (o no nos han pedido perdón).
- equivocaciones del otro que preferimos callar pero guardamos en la memoria.
El momento en que sale la lista acumulada
Quizá nos ocurre como con la cajera del supermercado. Ha ido anotando las cosas en la caja registradora y cuando llega la hora de hacer balance, nos sale una cuenta larguísima que nos deja perplejos. Y es que habíamos ido almacenando una «lista negra», tal vez sin ser muy conscientes de ello.
Esas «listas negras» al final son una bomba que estalla.
Esas «listas negras» son un muro que levantamos y que nos separa de los seres queridos. Cada apunte «sin importancia» se convierte en una piedra con la que al final levantamos un muro que divide, separa e incluso puede acabar rompiendo la unión.
Especialmente en la vida familiar, es importante estar atentos para evitar que se alcen, ni siquiera un poco, esos muros a veces imperceptibles que nos distancian a unos de otros.
«Si, en lugar de pasar por alto las cosas que nos resultan molestas, alimentáramos resentimientos, lo que en sí es normal e inofensivo nos podría entumecer poco a poco el corazón, de modo que nuestro trato con los demás, y así el ambiente de la casa, se iría enrareciendo», advierte Carlos Ayxelà, un sacerdote que se dedica a la pastoral juvenil y familiar en Suiza.
¿Qué puedo hacer para no levantar muros en mi familia?
En el libro «La ternura de Dios. Misericordia y vida diaria», aporta la receta para que evitemos levantar esos muros que separan: es la misericordia. Permítanme: la MISERICORDIA.
«La misericordia -dice Ayxelà- nos hace salir del círculo vicioso del resentimiento, que lleva a atesorar una lista de agravios en la que el yo es siempre enaltecido a costa de las deficiencias de los demás, reales o imaginarias.»
Esa misericordia, para un cristiano es tener los mismos sentimientos de Cristo al mirar a los demás: ¿cómo miraría Jesús a mi suegra?, ¿cómo miraría Jesús a esa hermana o a ese cuñado? ¿Y a ese hijo, ese que te da quebraderos de cabeza? Y un paso previo a mirar con la mirada de Jesús, es hablarle a Jesús.
Hablarle a Dios de lo que nos separa
«El amor de Dios -explica en el libro- nos empuja, en cambio, a buscarle en nuestro corazón, para encontrar allí nuestro desahogo». Gran solución: ¿hay que hablar de los conflictos? Sí, por supuesto, pero primero con Dios, que nos aportará el filtro para que encontremos la medida para juzgar esos hechos y las palabras apropiadas para enfrentarlos al hablar con los demás. O tal vez después de orar con Dios ya tengamos paz sobre ese asunto y podamos optar por el silencio en paz.
«¿Por dónde comenzar para disculpar las pequeñas o grandes ofensas que sufrimos cada día? Ante todo por la oración«, recomendó el Papa Francisco en el Angelus del 26 de diciembre de 2015, o sea, al día siguiente de Navidad.
Fuera el rencor que me separa de la familia
Y proseguía:
«Se comienza por el propio corazón: podemos afrontar con la oración el resentimiento que experimentamos, encomendando a quien nos ha hecho el mal a la misericordia de Dios: ‘Señor, te pido por él, te pido por ella’. Después se descubre que esta lucha interior para perdonar purifica del mal y que la oración y el amor nos liberan de las cadenas interiores del rencor. ¡Es tan feo vivir del rencor! Cada día tenemos la ocasión de entrenarnos para perdonar, para vivir este gesto tan alto que acerca el hombre a Dios.»
Dolors Massot, Aleteia
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