David Rubio y María Millán son un joven matrimonio de la parroquia Santo Tomás de Villanueva de Castellón que junto a sus nueve hijos están como familia en misión en Ucrania. Allí llegaron hace ya 10 años y muchos menos hijos, el más pequeño ha nacido este verano.
En este tiempo han vivido de cerca todo el conflicto de Crimea y los tambores constantes de guerra entre Ucrania y Rusia. Durante nueve años han permanecido en Odesa y en este último año han sido enviados a Kiev.
Allí anuncian a Jesucristo y David junto a María y sus hijos Israel, Josué, David, Juan, Pablo, Francisco Javier, María, Cecilia y Gloria viven como una familia cristiana en una tierra lejana, pero donde también necesitan a Dios.
En una entrevista con la diócesis de Segorbe-Castellón este matrimonio perteneciente al Camino Neocatecumenal aclara que con respecto a la guerra de Crimea la situación no es lo que era en el año 2014. “En nuestro día a día no nos afecta para nada. El país sí que está preparándose por si tuviera que entrar en combate, hay un tensión política y ves muchos tanques en la calle, pero la realidad es que en el día a día no nos afecta”.
De este modo, la familia Rubio Millán señala que su misión “consiste en anunciar a Jesucristo resucitado”. Además, estos castellonenses forman parte de una missio ad gentes, una comunidad formada por varias familias, que en este caso son dos ucranianas, una polaca, otra española de Valencia, tres chicas, y nosotros, que somos los responsables junto a un sacerdote y un seminarista”.
¿Qué es lo que hacen? “Formamos una comunidad cristiana y vivimos allí como lo hacían las primeras comunidades cristianas, encontrándonos para celebrar la Palabra, la Eucaristía y anunciar que Cristo ha resucitado. Este año, en la medida que hemos podido, hemos salido a la calle a anunciar que Cristo ha resucitado, y que ama a los ucranianos, un pueblo que ha sufrido mucho en su ser, en su alma, a causa del comunismo”.
Otra parte de su misión –añade este matrimonio- consiste en apoyar a la parroquia, que en este caso es la catedral, como catequistas, formando comunidades cristianas. También acompañan a los jóvenes de la parroquia y realizan catequesis con ellos.
Una de las preguntas más frecuentes que reciben como familia misionera es cómo lo viven sus hijos. David asegura que los mayores “son más conscientes de lo que es la misión y son más participativos”. Es más, el padre prosigue afirmando que “ellos la vive de una forma en la que, al igual que el matrimonio, se sienten llamados. Viven la misión con mucha fe, creyéndose de verdad los motivos por los que estamos allí, y forman parte de ella en el mismo grado que los padres, porque el carisma es ‘familia en misión’, no padres en misión o hijos en misión”. También la viven con sufrimiento, por la adolescencia, por la persecución de este mundo, en el que ser cristiano es muy difícil, y tienen sus combates, pero saben y tienen grabado a fuego que son parte de esta misión. Por otra, es una maravilla ver a los niños más pequeños, que han crecido en misión y forman parte de ella. Ellos saben que nosotros estamos llamados a la misión y anunciar a Jesucristo”.
Por su parte, María explica que como madre ella ve que sus hijos “viven la misión con alegría”. Confiesa que “hay momentos difíciles, pero están contentos cuando están en la misión. Les ayuda muchísimo el contacto con la Palabra de Dios, el poder formar parte de su comunidad, el poder formar parte de un prevocacional en el que se escruta la Palabra, en el que celebran la Eucaristía, en el que tienen contacto con otros jóvenes que también se preguntan por su vocación”.
Mientras tanto, los pequeños –indica María- “lo asocian todo con Dios y con su providencia, y todo esto es gracias a la misión. A veces hay gente que nos pregunta por los sufrimientos de los hijos en la misión, como si fuese algo que a ellos les coarte la libertad, o les haga vivir de una forma más precaria que otros niños, cuando ellos lo viven al revés, como una riqueza, en obediencia a sus padres, con alegría y sin rebeldía”.
Preguntados sobre los instrumentos que tiene la familia cristiana, este matrimonio del Camino Neocatecumenal lo tiene claro: “tiene que habitar Cristo en ella. Para que Cristo pueda habitar en la familia primero tiene que habitar en sus miembros, de tal forma que alguien que no es creyente, viendo a una familia cristiana pueda ver a Cristo”.
“Mi experiencia es que Cristo puede habitar en mí si yo no me separo de la Iglesia, si voy de su mano y vivo en comunión con ella, si voy de la mano de mis catequistas, si obedezco al Obispo, en la apertura a la vida, en tener los hijos que Dios quiera, en no vivir egoístamente el acto conyugal, en la forma de vestirse, en la forma de educar a los hijos, en la relación con las redes sociales…,Ahí el mundo puede ver que existe Cristo, cuando lo primero que se pone en la familia es a Él”, agrega.
Un elemento fundamental es la transmisión de la fe a los hijos. A juicio del padre, “es un reto, pero es fundamental para la Iglesia, porque su futuro son los hijos, y si a ellos no les transmitimos la fe el futuro de la Iglesia está en riesgo”.
Los Rubió Millán lo hacen –tal y como describen- “a través de la oración, rezando con ellos las Laudes todos los domingos. Eso ha sido muy importante en mi vida, porque es como mis padres me transmitieron a mí la fe desde pequeño, y así es como ahora María y yo se la transmitimos a nuestros hijos. Todos los domingos nos reunimos alrededor de la mesa y rezamos todos juntos, y después elegimos un personaje de la Biblia o un evangelio y lo leemos, y les damos una catequesis haciéndoles ver que en la Sagrada Escritura está su vida y la sabiduría de Dios, la riqueza del cristianismo, y les preguntamos cómo les ayuda esta palabra que les damos en su vida. Es una celebración preciosa, en la que los niños participan cantando, leyendo, nos cuentan como están, los sufrimientos que tienen, le piden aquello que necesitan al Señor, nos damos la paz, también los padres nos pedimos perdón delante de ellos, les hablamos de nuestra historia y de los milagros que ha hecho Dios en nuestra vida. Vivimos el domingo de una forma distinta. Es el día del Señor, el día que nos ha dado para descansar y para transmitir la fe a los niños, poniéndole a Él lo primero y haciendo una comida especial”.
Sin embargo, también avisa que “los hijos son muy inteligentes. Los padres les podemos contar, nos podemos saber muy bien la Biblia de memoria, podemos contarles la vida de los santos…, pero si ellos no ven en nosotros una coherencia y una sinceridad de lo que decimos con lo que hacemos, la fe no se transmite. Pero si ellos ven una concordancia entre lo que decimos y nuestra forma de vivir, la fe se pasa, se transmite”.
ReL
Vea también La espiritualidad de la familia (escoja lo que necesite en este momento)
No hay comentarios:
Publicar un comentario