Hoy (Solemnidad de Todos los Santos) es un buen día para examinar lo que nos sucederá cuando muramos –o más concretamente, cuando nuestras almas eternas se vayan y nuestros cuerpos mueran.
Por suerte para mí, otro escritor ya ha cubierto el lado oscuro de la muerte para Aleteia: los artículos de Brantly Millegan sobre las terribles visiones de los santos sobre el infierno y del purgatorio deberían ser suficientes para mandar a cualquiera corriendo al confesionario y de vuelta al camino estrecho.
Pero la fe verdadera debería tener mucho más que ver con la esperanza y la alegría que con el miedo y el horror.
La contrición perfecta, después de todo, tiene que ver con amar a Dios tanto que no osaríamos ofenderle, no con hacer malabarismos para evitar arder eternamente en el infierno.
Así que, deseando dar una mirada de esperanza a lo que espera a los fieles después de la muerte, os presento diez testimonios sobre el cielo según los santos, algunos de los cuales tuvieron incluso la suerte de experimentarlo de primera mano, antes o después de morir, y nos lo han contado.
Santa Faustina Kowalska
Escribió extensamente sobre sus viajes espirituales tanto al paraíso como al lugar de perdición en sus diarios, que han sido considerados por la Iglesia como revelaciones aprobadas.
Después de que Faustina quedara traumatizada por sus visiones del infierno, se le dio la oración a la Divina Misericordia para compartirla con el mundo como un arma en la guerra por la salvación de las almas.
Tuvo unas alentadoras visiones del paraíso, sobre las que escribió:
«Hoy fui al cielo, en el espíritu, y vi sus inconcebibles bellezas y la felicidad que nos espera después de la muerte. Vi cómo las criaturas dan sin cesar alabanza y gloria a Dios. Vi cuán grande es la felicidad en Dios, que se difunde a todas sus criaturas, haciéndolas felices; y así toda la gloria y la alabanza que brota de su felicidad vuelven a su fuente; y entran en las profundidades de Dios, contemplando la vida interior de Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, a quien nunca podrán comprender o abarcar. Esta fuente de la felicidad es inmutable en su esencia, pero siempre es nueva, brotando felicidad para todas las criaturas».
San Alfonso María de Ligorio
Contó una historia que compartió con él un superior de la orden jesuita quien se le apareció después de morir y le dio un informe detallado sobre qué trato la gente puede esperar en el cielo.
Según el difunto, las recompensas del cielo no son iguales para todos los que entran, pero todos los que entran quedan igualmente satisfechos:
«Ahora estoy en el cielo, Felipe II rey de España está en el cielo también. Los dos disfrutamos de la recompensa eterna del paraíso, pero es diferente para cada uno de nosotros.
Mi felicidad es mucho mayor que la suya, pues no es como cuando estábamos aún en la tierra, donde él era de la realeza y yo era una persona corriente.
Estábamos tan lejos como la tierra del cielo, pero ahora es al revés: lo humilde que yo era comparado con el rey en la tierra, así le sobrepaso en gloria en el cielo. Con todo, ambos somos felices, y nuestros corazones están completamente satisfechos”.
El papa san Gregorio Magno
Habló de la unidad sobrenatural entre la comunión total de los santos en el cielo, y su aparentemente infinito conocimiento:
«Además de todo esto, una gracia más maravillosa se otorga a los santos en el cielo, porque conocen no sólo a aquellos con los que estaban familiarizados en este mundo, sino también a los que antes nunca vieron, y conversan con ellos de una forma tan familiar como si en tiempos pasados se hubieran visto y conocido: y por lo tanto, cuando ven a los antepasados en ese lugar de felicidad perpetua, luego los conocerán de vista, aquellos de cuya vida oyeron hablar. Pues ver lo que hacen en ese lugar con un brillo indescriptible, igual a todos, contemplando a Dios, ¿qué es lo que no saben, si conocen al que lo sabe todo?”
Otros santos nos han dejado parecidas visiones y descripciones fantásticas del cielo.
El cielo es un lugar maravilloso, y todos deben esforzarse para llegar allí. Pero quizás la cita «celestial» más alentadora de todas viene de santa Teresa de Lisieux, la «Pequeña Flor», quien señaló que tan gloriosa como el cielo, Dios encuentra la presencia de sus hijos infinitamente más deseable:
«Nuestro Señor no desciende del cielo todos los días para estar en un copón de oro. Se trata de encontrar otro cielo que es infinitamente más querido para Él, el cielo de nuestras almas, creado a su imagen, los templos vivos de la adorable Trinidad”.
Kirsten Andersen, Aleteia
Vea también El cielo como plenitud de intimidad con Dios
- San Juan Pablo II
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