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jueves, 21 de marzo de 2024

Las devociones más queridas por el Papa Francisco

VATICAN


En su nueva biografía Vivir, mi historia a través de la historia (Harper Collins, 20 de marzo de 2024), el Papa nos confía las pequeñas devociones que le son particularmente queridas

«Un sudario no tiene bolsillos», le dijo una vez la abuela de Jorge Mario Bergoglio a su nieto. Desde entonces, el Pontífice ha intentado no apegarse demasiado a las posesiones materiales. Pero algunos objetos tienen, para él, una importancia espiritual tal que se empeña en tenerlos siempre cerca. Conoce sus pequeñas devociones.

Estatuas de San José

El Papa Francisco tiene siempre cerca de su mesilla de noche una pequeña estatua durmiente de san José. La tiene desde que era provincial de los jesuitas en Argentina (1976-1979). Desde entonces, tiene la costumbre de «deslizar de vez en cuando notas en las que escribe las situaciones difíciles que tiene que superar». La devoción del Papa al padre terrenal de Jesús es muy fuerte. Lo demuestra su apego a otra estatua de José, que sostiene al Niño en brazos, pero esta vez de pie, y ante la que reza todos los días a primera hora de la tarde.

Su medalla de la Virgen María

El Papa Francisco lleva siempre al cuello una medalla de la Virgen. Se la regaló Concepción María Minuto, una mujer de origen siciliano que venía a ayudar a su madre dos veces por semana a hacer la colada a mano. El pontífice la recuerda como una mujer sencilla y valiente. Años después, la mujer intentó ponerse en contacto con él, pero el padre Bergoglio estaba ocupado y la rechazó. Se culpó a sí mismo, pero tendría la oportunidad de verla por última vez justo antes de su muerte, asistiéndola en sus últimas horas en la tierra. «Pienso a menudo en ella, cada vez que miro la medalla que me regaló, y rezo por ella», dice.

Su rincón de oración

«En una estantería de su habitación hay una estatuilla de san Francisco de Asís, una imagen de santa Teresa de Lisieux, de la que es devoto, y un gran crucifijo ante el que reza todos los días, con una mano apoyada en la pared». El Papa argentino tomó prestado el nombre de la primera santa en 2013, en respuesta a un llamamiento del cardenal Hummes a no olvidar a los pobres. El 15 de octubre, con motivo del 150 aniversario del nacimiento de la pequeña Teresa, el Papa le dedicó una exhortación, Es confianza.

Otra devoción importante, fruto de la oración cotidiana, es la que le une a la Virgen desatadora de nudos. El Pontífice se encariñó con esta representación barroca durante su visita a Alemania en 1986. Aunque nunca pudo visitar el original, situado en la antigua iglesia de los jesuitas de Augsburgo, hizo colgar una copia del cuadro en la sala de recepción de la residencia Santa Marta del Vaticano, donde suele recibir visitas.

El «tesoro» de su breviario

El Pontífice es absolutamente «inseparable» de su breviario. En su interior atesora tres textos que le son especialmente queridos. El primero es una carta escrita mitad en italiano y mitad en español por su abuela Rosa con motivo de su ordenación en 1967.

«En este día magnífico, en el que puedes tener a Cristo Salvador en tus manos consagradas y se abre para ti un largo camino hacia el apostolado más profundo, te ofrezco este modesto regalo de poco valor material pero de inmenso valor espiritual», escribió en su carta – el regalo en cuestión es un kit para ungir a los enfermos.

El Papa guarda también en su breviario el «Testamento» de Rosa, que le dejó en 1974. En él, escribía a sus nietos: «Si un día el dolor, la enfermedad o la pérdida de un ser querido os llenan de pena, recordad siempre que un suspiro ante el Sagrario, donde se conserva el más grande y augusto mártir, y una mirada a María al pie de la Cruz pueden aplicar una gota de bálsamo a las heridas más profundas y dolorosas».

Por último, en su breviario, el Papa guarda un poema del poeta Nino Costa, Rassa Nostran-a, un texto que le recuerda sus raíces. Este texto rinde homenaje a los piamonteses pobres que van a trabajar fuera de Italia, esa «raza indígena, libre y obstinada» a la que pertenecía su padre, que vivió en la pequeña ciudad de Portacomaro antes de trasladarse a Argentina.

Camille Dalmas, Aleteia 





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