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sábado, 2 de marzo de 2024

Misión en la parroquia de Jersón: adultos se confiesan y comulgan por primera vez en su vida

La cola de la ayuda humanitaria junto al convento de San Vladimir en Jersón

Hace un año, tras la retirada de las tropas rusas de Jersón, el diácono Pahomii (Pacomio) Levchun llegó a la parroquia de San Vladimir el Grande, ligada al monasterio de los padres basilianos (grecocatólicos) con el objetivo de evangelizar y avivar la fe de un pueblo golpeado por la guerra.

A mediados de febrero anunciaba las confesiones y primeras comuniones en la parroquia, entre ellas las de bastantes personas adultas, incluso de edad avanzada, que nunca antes se habían confesado.

El abad, el sacerdote Ignacio Moskalyuk, expresó su alegría al confesar a esos fieles: "El Señor me permite sobrevivir aquí por el bien de esta gente", escribió en su Facebook. Muchos que se confesaban por primera vez lloraban y se abrazaban al sacerdote.

El diácono Levchun llegó, dice, por envío de su abad, pero una vez en Jersón entendió que el Espíritu Santo le pedía actuar: "Si no haces nada, no habrá resultado ni para ti ni para quienes te rodean. El Espíritu Santo guía de tal manera que te levantas del sofá y vas a predicar. Me convencí de que tenía que estar con la gente".

Charlando con los parroquianos y también con la gente de la calle, insistió en una idea: el sentido de la vida es Dios, no la guerra. Dios es quien ayuda a superar las dificultades y dispone todas las cosas para el bien. "Hay que vivir al día, no sabes si sobrevivirás a este mes. Yo iba a menudo a recoger paquetes urgentes bajo fuego de artillería", comenta el diácono.

La cola de la ayuda humanitaria junto al convento de San Vladimir en Jersón; a veces acuden 2.000 personas.

Evangelizando con guitarra en la cola de las ayudas

Un lugar donde evangelizaba era en la cola de la ayuda humanitaria. Allí el diácono iba con la guitarra, cantaba con la gente y les enseñaba a cantar el Padrenuestro y el Avemaría en ucraniano. "Un día había una cola muy larga, con más de 2.000 personas. Toda la cola repitió estas oraciones detrás de mí en ucraniano. Les hablé de la confesión, de por qué hay un confesionario en la iglesia. Expliqué cómo prepararse, qué hacer, por qué es necesario confesarse. Les invité a venir a ver la Divina Liturgia. También les hablé del rosario y allí mismo lo rezamos juntos", explica.

Lo que comprobó el diácono es que la gente de Jersón y del sur de Ucrania está abierta a saber más de la fe. "Quizás en Occidente [la zona más cristiana y más católica de Ucrania] la mayoría piensa que se lo sabe todo y que todo lo hace bien. Pero aquí la gente entiende que no sabe. Por eso les interesa saber qué es la confesión, qué sucede en la Santa Liturgia y otras cuestiones prácticas".

Durante un año ha preparado y catequizado a los interesados. Ha repartido imágenes de la Divina Misericordia y rosarios. En la eucaristía (en rito bizantino se llama la Divina Liturgia) el diácono se colocaba en un sitio estratégico para indicar a los novatos cuándo hay que levantarse, cuándo persignarse...

Muchos interesados son personas de edad madura, que tenían fe "de siempre" pero nunca recibieron formación religiosa alguna. Su vida de fe consistía en rezar por su cuenta a veces y, de tanto en tanto, poner alguna vela en una iglesia.

A menudo estas personas con fe no distinguen entre la parroquia grecocatólica y la ortodoxa y van a orar a una u otra indistintamente, sin comprometerse en ninguna. "Le digo a la gente: si vienes con nosotros, y te sientes bien y a gusto, quédate; este templo es para ti. Muchos se quedaron porque sintieron una actitud diferente", explica el diácono.

Miles de rosarios, folletitos, y animar a orar

¡Hay muchas cosas por las que rezar en guerra! Así que el diácono y la parroquia repartieron por Jersón unos 20.000 rosarios con un folletito que explica cómo rezarlo, junto con otras oraciones cotidianas y explicaciones de cómo confesarse.

En Jersón los bombardeos rusos han sido frecuentes desde que se retiraron las tropas del Kremlin. Mucha gente tiene miedo de salir de casa. Pero en la parroquia no faltan los fieles. En un día entre semana, hay entre 20 y 50 personas en la misa diaria.

Los cristianos buscan respuestas a sus preguntas sobre el mal y el sufrimiento en la Palabra de Dios y en la oración. El diácono le recuerda a cada uno que, ante todo, es un hijo de Dios, y sólo después un pobre pecador.

Fila para comuniones y bendiciones en la parroquia grecocatólica de San Vladimir, en Jersón

Fila para comuniones y bendiciones en la parroquia grecocatólica de San Vladimir, en Jersón. Este año muchos adultos confiesan y comulgan por primera vez en su vida.

Sensación de paz al entrar al templo

Una de las nuevas feligresas es la señora Tetyana Goshko, que siempre vivió cerca del monasterio, y lo miraba como un edificio hermoso pero al que nunca se acercaba.

Ella siempre creyó en Dios y oraba en su casa. En las grandes fiestas entraba en la parroquia ortodoxa, pero nunca le ofrecieron formación ni catequesis: "Allí nadie nos enseñó qué y cómo hacer, cuándo y por qué venir", comenta.

Un año antes de empezar la guerra dio el paso de acercarse al monasterio católico y charlar con un sacerdote. Luego llegó la guerra, y el primer año de guerra casi todos se encerraron en casa. Cuando las tropas rusas se fueron, el monasterio fue un sitio de distribución de ayuda humanitaria. La señora Tetyana acudió allí porque quería saber más de los monjes, de su vida y fe, y aprovechaba la multitud para echar un vistazo.

"Dentro del templo sentí inmediatamente paz, la misericordia de Dios me envolvió. Inmediatamente sentí un diferencia entre la Iglesia grecocatólica ucraniana y la parroquia ortodoxa en la que había estado otras veces", asegura.

El diácono le explicó todo sobre la liturgia, el Padrenuestro y el Avemaría en ruso, la oración en coro. "Esta atmósfera me conmovió. Cuando regresé a casa, sentí que mentalmente me había quedado en el templo y que quería regresar otra vez. Pensé, ¿por qué no vine aquí antes?"

En Navidad el diácono insistió en la importancia de confesarse, algo que para los nuevos era una novedad absoluta. "Sin preparación, corrí a confesarme con el padre Ignacio. Fue una confesión sin preparación, muy caótica. Me permitió recibir la Comunión, pero me quedé con una sensación de inquietud", recuerda la nueva feligresa. En los sermones que escuchó en los días siguientes encontró respuestas a asuntos que le inquietaban, y así preparó mejor su segunda confesión.

"Tras esta confesión recibí un completo alivio, el mundo se volvió más brillante, una piedra cayó de mi alma. Sentí el amor de Dios y la misericordia envolvente de Dios. No hay palabras para describirlo. Luego me senté en el templo en silencio. Es un increíble sentimiento de amor proveniente de la unión con Jesús. Fue como si algo gritara dentro de mí que este encuentro finalmente había tenido lugar. Tuve un sentimiento muy elevado. Me sentí feliz e iba a sonreírle a la gente, mirando el mundo con ojos distintos, con amor", recuerda.

Primera comunión con 43 años

Otro feligrés nuevo es Ihor Vorona, de 43 años, padre de 5 hijas, que quedó en paro durante la ocupación rusa. Aunque tenía fe a su manera, es ahora cuando ha empezado a ir a la iglesia, y por primera vez en su vida se ha confesado y ha comulgado. Empezó a tratar con la parroquia con el reparto de ayuda humanitaria y hablando con el abad.

"Fui a la liturgia, la escuché y me gustó. Entonces vino a vernos el diácono Pacomio. Vio a mi esposa y a mis hijas y también las invitó a asistir a la liturgia. Desde este momento, y ya hace más de un año, vamos a nuestro monasterio, todos los días. Por la mañana estamos en Maitines, en el Servicio. Y si hay oportunidad, también venimos a vísperas. El diácono Pacomio nos dio un icono de la Divina Misericordia".

Ihor hoy reza en familia, con su esposa e hijas, y tratan de comulgar cada día. "Nuestra vida ha mejorado mucho de esta manera", asegura.

P.J.G., ReL

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