Un folleto con una foto de niños pobres de Cuzco impulsó a Javier Sartorius a ir a una agencia de viajes y comprar un billete de avión. Tal vez no lo había pensado demasiado, pero ya estaba hecho.
Había decidido que entregaría un año de su vida a los necesitados en Perú. Su primo William Hartley, que estaba allí en misión, le había ofrecido acogerle en su comunidad.
En la ciudad de Los Ángeles, a la que se había trasladado desde su España natal para jugar al tenis de alto nivel, había comenzado a tener contacto con personas sin hogar. A veces incluso las invitaba a su casa.
Ellas le acercaban a algo que buscaba y que no encontraba en ningún lado, a pesar de haberlo probado casi todo a sus 25 años.
“Fue a través de estos pobres como decidió que a lo mejor Dios me estaba llamando a algo más”, recordaba Javier un tiempo después.
“A través del contacto con ellos y hablando con ellos me di cuenta de la falta que tenían de ser escuchados nada más, de que alguien escuchara sus problemas, les diese un abrazo, o simplemente les dijese: a lo mejor no te puedo ayudar pero siento por ti”, añadía.
De la espiritualidad oriental a la Iglesia católica
En Cuzco, en seguida se conectó con los niños y con los presos: les hacía reír, jugaba y hacía deporte con ellos, se los ganaba rápidamente.
Con quien no encajaba tanto era con la comunidad que le acogió, los Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo.
En aquel momento, Javier vivía una espiritualidad budista. Aunque había crecido en una familia y un colegio católico, había abandonado la Iglesia.
Los misioneros celebraban juntos cada día la Misa y compartían varias oraciones. Él hablaba con ellos y no rechazaba nada de lo que creía que le podía servir para encontrar lo que buscaba.
Pronto comenzó a participar en las prácticas religiosas de los hermanos, y en unas pocas semanas decidió acercarse al sacramento de la reconciliación.
Algunos dicen que fue como una confesión-catequesis de tres días en la que recibió la absolución de los pecados de los últimos años.
A continuación, la comunidad celebró una emotiva Misa. Él se vistió de blanco. La vivieron como su vuelta a la casa del Padre.
Un camino a la entrega total

Javier emprendió un ascenso espiritual con mucha exigencia consigo mismo. Regaló su ropa cara, ayunaba, hacía sacrificios y leyó la Biblia y varias vidas de santos.
Cuando una frase le impactaba, la apuntaba en un papel y la enganchaba en la pared de su pequeña habitación. ¡Quedó toda empapelada!, recuerda su primo William en un vídeo de Mater Mundi.
En unos meses se transformó completamente y sintió la llamada a consagrarse a Dios. “Yo ya he vivido todo, he visto todo y solamente quiero entregarme a Dios, donde sea”, explicó.
El prior y fundador de la comunidad, Giovanni Salerno, le sugirió prepararse para el sacerdocio y él entró al seminario de Toledo.
Lo hizo por obediencia porque “se sentía indigno y le costaban muchísimo los estudios”, relata Hartley.
Pero le costaba mucho la vida en comunidad, él anhelaba encontrar un lugar más separado del mundo para tener más silencio y oración. Y lo encontró en el Santuario de Lord, en el Prepirineo de Lérida.
Allí vivía aislado del mundo, dedicado a la oración, al trabajo físico de reconstruir el monasterio y cuidar las cabras, con una gran dureza, sencillez y humildad.
Libre
De nuevo la obediencia le llevó al seminario, en Solsona, con la idea de permanecer en aquel paraje alto donde la naturaleza habla de la belleza y la riqueza que buscaba.
“Cuando obedezco es cuando siento que soy realmente libre, libre de mí mismo -afirmó Javier-. Aquí arriba tengo mucho trabajo construyendo junto con Dios un hombre nuevo”.
Con cuarenta y pocos años, una colitis ulcerosa le condujo al hospital, después al Monasterio de San Miguel de Dueñas y finalmente a dejar este mundo el 21 de junio de 2006.
Su familia, sus compañeros en la misión y en el seminario, el médico personal que le atendió,… reconocen su grandeza y quedaron marcados por su apertura al otro, su humildad, su alegría.
Quien fuera rector del Seminario Mayor Interdiocesano de Cataluña cuando Javier era seminarista de Solsona, Norbert Miracle, sugirió iniciar su proceso de beatificación.
"Le admiraba y me he encomendado a él -explica a Aleteia-. Vi que era un hombre tocado por la gracia de Dios".
La Asociación Pro Beatificación de Javier Sartorius lleva años difundiendo su historia. Ahora está terminando el documental Solo Javier producido por la agencia y productora ADAUGE y dirigido por Josepmaria Anglès, quien destacó a Aleteia el buen recuerdo que guardan los que le conocieron.
Patricia Navas, Aleteia