El reino millenial llega a su fin
Durante muchos años, los millennials han dominado el debate público en términos generacionales. Las empresas han intentado, por todos los medios, conocer a fondo sus gustos para dirigir su consumo. Los partidos políticos han desmenuzado sus filias y fobias para ensanchar sus bases electorales. Los trabajadores de mayor edad los han visto con una mezcla de desdén, miedo e incomprensión cuando amenazan sus puestos de trabajo. Y, en general, el mundo entero ha sido testigo de la evolución –no siempre positiva– de la primera generación global.
Sin embargo, a comienzos del año 2019, parece que el reino de los millennials ha llegado a su fin. Todos los millennials superan los veinte años de edad, y los más maduros ya rozan las cuatro décadas de vida. A pesar de que ha sido una generación caracterizada por una adolescencia dolorosamente prolongada, no se puede ocultar lo evidente: los millennials se han hecho mayores.
Pisándole los talones, y plenos de juventud, llega una nueva generación; una generación nacida en un mundo diferente, criada bajo circunstancias diferentes y, por lo tanto, marcada por afinidades diferentes. Llega la generación Z; la que se considera, de forma un tanto estridente, como la generación más preparada de la historia de la humanidad. Para bien y para mal, la generación Z comienza a marcar el futuro del planeta.
Las últimas generaciones
El estudio generacional no es tan exacto como se piensa, y depende en gran medida de las circunstancia de cada país. En una generalización con marcado acento anglosajón, de 1928 a la fecha ha habido, contando a la generación Z, un total de cinco generaciones, las cuales han tenido temporalidades diferentes.
La generación silenciosa (1928 a 1945), los niños nacidos después de la Primera Guerra Mundial y durante la Segunda Guerra Mundial, una generación que sufrió mucho.
La generación de los “baby boomers” (1946 a 1964), los niños de posguerra, una época de relativa bonanza, sobre todo en los países anglosajones, donde se vivió un incremento en la tasa de natalidad.
La generación X (1965 a 1980), los niños nacidos durante el auge económico del capitalismo, los cuales fueron testigos del comienzo de la era digital, con la introducción de las computadoras en la vida laboral y cotidiana.
Los millennials (1981 a 1996), los niños que crecieron en la época del Internet, fueron testigos de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, y vivieron la gran crisis de 2008 cuando muchos comenzaban su vida laboral.
La generación Z
Ahora, comienza la influencia de una nueva generación de jóvenes que crecieron en un mundo plenamente conectado (1997 a 2012). Las redes sociales, el Internet inalámbrico, la televisión y las películas a libre demanda, y las multiplicidad de aparatos para conectarse a esta inmensa red. Esta nueva generación, la generación Z, es la primera generación en la historia plenamente “conectada”.
Aún se desconoce el impacto que tendrá en esta generación el nacer y crecer rodeados de aparatos. Se señalan ciertas virtudes, como puede ser un espíritu más emprendedor, la capacidad para hacer muchas tareas a la vez, y el manejar la tecnología de forma innata. Pero también se empiezan a notar problemas profundos. La dispersión, la irreverencia, la falta de concentración, y la dificultad para leer y entender textos largos y complejos.
La necesidad de rapidez e inmediatez, rasgos que ya presentaban los millennials, se profundizan. Esta percepción y asimilación acelerada del tiempo permite procesos de adaptación relativamente dinámicos, pero impide el desarrollo de rasgos profundos de la personalidad como la paciencia, la contemplación, la reflexión y la humildad, que requieren lentitud y silencio para su aprehensión.
Tecnología y arte
En este contexto, la generación Z y los que cohabitamos este planeta con la generación Z, tenemos las responsabilidad –y la urgencia– de comprender el papel de la tecnología en nuestras vidas. Son evidentes las ventajas de un mundo cada vez más tecnológico, pero el abuso de la tecnología amenaza el corazón y el alma de la humanidad.
La técnica no puede suplir al arte en nuestra apreciación del mundo. La belleza ha sido lo único que ha salvado a la humanidad en sus periodos más negros. El horror de los regímenes totalitarios del siglo XX no se podría asimilar sin la prosa de Imre Kertész, el pensamiento de Edith Stein y Hannah Arendt, la pintura de Chagall, o las premoniciones de Franz Kafka.
Pero la belleza, como la reflexión, requiere de un proceso largo de penetración en el alma, en la calma serena del encuentro con la otredad. En la rapidez y la inmediatez, en el abuso de la tecnología que podría distinguir a la generación Z, no puede sobrevivir la belleza. Se pierde como un recuerdo olvidado, como una noche de fiebre, como la última oportunidad de ser.
Jaime Septién, Aleteia
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