“la Iglesia no está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es signo perfecto de Cristo entre los hombres, mientras no exista y trabaje con la Jerarquía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede quedar profundamente grabado en las mentes, la vida y el trabajo de un pueblo sin la presencia activa de los laicos. Por ello, ya desde la fundación de la Iglesia se ha de atender sobre todo a la constitución de un laicado cristiano maduro” (Concilio Vaticano II, AG 21).
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