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viernes, 8 de febrero de 2019

¿Qué hacer para que un niño se sienta querido?

Los niños se sienten amados cuando son escuchados

FATHER SON
El futuro de las naciones está en el bienestar de los más pequeños y recientemente se ha investigado con insistencia para descubrir en qué consiste el bienestar infantil.  Se han manejado muchos indicadores sociales y económicos: renta, vivienda, escolarización, acceso a la salud, estructura familiar. Son datos reales que recogen muchos planos básicos pero que olvidan los intereses interiores de los más pequeños.
Poco a poco los criterios de bienestar infantil se han ido acercando a razones más psicológicas y concretas como las relaciones saludables dentro de la familia, el juego con amigos, la sensación de acogimiento y buen trato tanto en la familia como en la escuela. Tanto es así que en los últimos años se ha empezado a preguntar, por primera vez,  a los auténticos “expertos” en bienestar infantil: los propios niños.
En el Reino Unido algunos médicos de escuela, trabajando en el equilibrio mental y psicológico de los menores, han descubierto que los niños de menos de 8 años no son tan materialistas como podríamos imaginar. Y lo que les hace felices, más que muchos regalos, es un clima hogareño de bienestar sosegado (sin tensión, sin estrés) donde los padres son asequibles y además siguen de cerca la vida escolar de sus retoños. Padres que se acercan a la escuela para apoyarla y saber de sus hijos. Y eso el niño lo valora.
Las escuelas Reggio Emilia han sido aún más precisas: los niños necesitan ser escuchados sobre todo por los padres pero también en la escuela, en el aula, para progresar. Al ser escuchados los niños perciben esa atención como una muestra de amor.
¿Quieren los niños menores de 8 años muchos juguetes? Sí, desde luego, pero valoran mucho escuelas alegres, maestros atentos, y, sobre todo, padres que les cuidan de cerca, que les miran a los ojos y les abrazan.
UNICEF está trabajando en esta dirección: lo peor es un hogar caótico e imprevisible y una escuela-factoría y sin alma. Hace décadas que lo destacan algunos grandes pediatras y pedagogos: para desarrollarse, para desplegar todas sus potencialidades, para florecer en la vida, un niño necesita palabras dirigidas a él, muy explícitamente, no gritos sino gestos de respeto y ternura.

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Y si falta esta atención los médicos señalan que crece la ansiedad y el estrés de los pequeños. Pero los niños están a veces muy solos y tristes. Un estudio británico sobre estos temas destacaba que el niño necesita atención, que le hagan caso, sentirse escuchado, expresar sus ideas, relatar sus experiencias y mostrar cómo supera retos.
Hay una frase que a todos nos suena: “Papá, mamá, mira lo que hago”. Los niños necesitan reconocimiento y muchos padres y maestros a veces no les prestan esa atención que necesitan, incluso los ningunean. Lo hemos oído mil veces: “Cállate niño. No seas pesado. No des la paliza”.
Para un niño, ser escuchado es uno de los signos más palpables de que él vale la pena. Y la escucha no se puede fingir. El niño, en su autoconcepto, necesita ser escuchado con la sonrisa, con el gesto y el asentimiento. Entonces el niño se siente entendido, integrado en la familia (también en el aula por parte del maestro) y se da cuenta de que su voz se tiene en cuenta.
En el estudio británico este indicador de bienestar no es el más alto pero está, dicho coloquialmente, por encima de nueve y medio. Amarse es jugar, reír y hablar toda la familia. ¡Y cuantos más primos mejor!
Las escuelas Reggio Emilia cuentan con un principio educativo que es la pedagogía de la escucha. El niño escuchado toma iniciativas. Y ahí aprende también a escuchar y a escucharse. Y a reflexionar y ganar en interioridad e iniciativa. 
Escucharle no es mimarlo ni consentirlo. Es tenerlo en cuenta y fomentar su propia visión de las cosas. Y todo ello no es incompatible con exigirles afablemente para que ellos empiecen a ganar autonomía y conciencia de que son capaces de hacer cosas y de equivocarse también.
Un anuncio de Ikea, interesantísimo, de hace un par o tres de años, señalaba que los niños les pedían a los reyes no tanto juguetes como más papás. Los padres reaccionaban muy sorprendidos de las peticiones de sus hijos,  se emocionaban  y reconocían que en el cuidado de su pequeños no siempre acertaban.


Ignasi de Bofarull, Aleteia 

















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