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viernes, 1 de febrero de 2019

Laicos: el Gigante dormido 12 ¿Qué te dice la Iglesia?

Despierta, los hombres necesitan tu testimonio



El evangelio NO puede penetrar profundamente en las conciencias, en la vida y en el trabajo de un pueblo sin la presencia activa de los seglares. Por ello, ya al tiempo de fundar la Iglesia hay que atender sobre todo a la constitución de un maduro laicado cristiano...

La obligación principal de los seglares, hombres y mujeres, es el testimonio de Cristo, que deben dar con la vida y con la palabra en la familia, en su grupo social y en el ámbito de su profesión. Es necesario que en ellos aparezca el hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdadera (cf Ef 4,24). Y deben expresar esta vida nueva en el ambiente de la sociedad y de la cultura patria, según las tradiciones de su nación.Tienen que conocer esta cultura, sanearla y conservarla, desarrollarla según las nuevas condiciones y, finalmente, perfeccionarla en Cristo, para que la fe cristiana y la vida de la Iglesia no sea ya extraña a la sociedad en que viven, sino que empiece a penetrarla y transformarla.

Únanse a sus conciudadanos con sincera caridad a fin de que en el trato con ellos aparezca el nuevo vínculo de unidad y de solidaridad universal que brota del misterio de Cristo. Siembren también la fe de Cristo entre sus compañeros de trabajo, obligación que tanto más urge cuando que muchos hombres no pueden oír hablar del evangelio ni conocer a Cristo más que por sus vecinos seglares....

    Los ministros de la Iglesia, por su parte, aprecien grandemente el activo apostolado de los seglares. Fórmenlos para que, como miembros de Cristo, sean conscientes de su responsabilidad en pro de todos los hombres; instrúyanlos profundamente en el misterio de Cristo; inícienlos en los métodos prácticos y asístanles en las dificultades...

    Observando, pues, las funciones y responsabilidades propias de los pastores y de los seglares, dé toda la Iglesia joven testimonio vivo y firme de Cristo, para convertirse en señal luminosa de la salvación, que nos llegó en Cristo.

(Concilio Vaticano II, Ad Gentes: La actividad misionera de la Iglesia, 21)

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