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viernes, 22 de febrero de 2019

El gigante dormido






Consideramos ahora la persona misma de los evangelizadores. Se ha repetido frecuentemente en nuestros días que este siglo siente la autenticidad. Sobre todo con relación a los jóvenes, se afirma que estos sienten y sufren horrores ante lo ficticio, ante la falsedad, y además son decididamente partidarios de la verdad y la transparencia. A estos "signos" de los tiempos debería corresponder en nosotros un actitud vigilante. Tácitamente sin grandes gritos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta: ¿Creéis realmente lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? Predicáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en un condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. Sin andar con rodeos, podemos decir que en cierta medida nos hacemos responsables del Evangelio que proclamamos.
... Exhortamos así mismo a los seglares, familias cristianas, jóvenes y adultos, a todos los que tienen algún cargo, a los dirigentes, sin olvidar a los pobres, tantas veces ricos de fe y esperanza, a todos los seglares conscientes de su papel de evangelizadores al servicio de la Iglesia, o en el corazón de la sociedad y de mundo. Se lo decimos a todos: es necesario que nuestro esfuerzo evangelizador brote de una verdadera santidad de vida y que, como lo sugiere el Concilio Vaticano II, la predicación alimentada con la oración y sobre todo con el amor a la Eucaristía, redunde en mayor santidad de predicador.
(Evangelii nuntiandi, Pablo VI 76)




















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