Hoy me volvió a pasar. Estaba distraído haciendo mil diligencias, ocupado, afanado, el tiempo no me alcanzaba para tantas cosas y yo, preocupado de ver cómo las hacía.
En ocasiones tenemos mil obligaciones. Creemos que son indispensables, que debemos cubrirlas todas. Y pensamos que la vida no nos alcanza. Cuando en realidad, muy pocas son necesarias.
Una vez leí: “Observe su casa, mire sus bienes, las cosas materiales que tanto valora… Ahora piense: ¿Cuáles podría eliminar sin que afecten mi vida?”
Con nuestros afanes es lo mismo. Te debes preguntar: “¿Cuáles podría dejar a un lado sin que afecten mi vida?”
Bueno, allí estaba, ocupado con mil y una diligencias. Y de pronto:“¿Vendrás a verme?”
“Señor”, me disculpé, “mira todas las cosas importantes que tengo que hacer el día de hoy. Ya ves lo enredado que ando”.
“¿Vendrías a verme al sagrario, Claudio?”
Aquí recapacité. Hice un alto. Y comprendí.
Nada de lo que hacía en ese momento era más importante. El Hijo de Dios VIVO esperaba en aquel hermoso sagrario, que lo visitaran.
Muchas personas que conozco, han cambiado radicalmente sus vidas a partir de una visita a Jesús, escondido en el sagrario. Les duele saber que Él estuvo tanto tiempo allí, esperando, deseando verles, con gracias abundantes para darles, y ellos sencillamente lo ignoraron, porque no sabían. No pensaban en Jesús PRISIONERO DE AMOR, en aquél sagrario maravilloso.
No tengo dudas. Allí está Jesús, en cada hostia consagrada, en cada partícula de hostia consagrada, dispuesto a llenar nuestros corazones con su amor y su Ternura.
He conocido personas solitarias, desesperadas por este doloroso sentimiento, que acudieron al sagrario y ahora me comentan sorprendidas: “No estoy solo(a). Ahora lo sé. Tengo esa certeza. Cuando ese sentimiento quiere aflorar en mi corazón y empiezo a sentirme solo(a), acudo al sagrario para estar con Jesús, el mejor de los amigos. Sé que desde aquél sagrario Él me ve, me sonríe, me consuela, me acompaña, me abraza, me fortalece y está conmigo”.
¿Qué hice? Dejé todo lo que hacía y me dirigí en auto a una parroquia cercana. Estacioné, me bajé del auto y entré al oratorio. Sólo un creyente, en profunda oración, lo acompañaba.
Sonreí y le dije:
“Aquí estoy Jesús. Para ti. Te quiero. Gracias por ser mi amigo”.
¿Puedo pedirte un favor amable lector? Cuando vayas al sagrario dile a Jesús: “Claudio te manda saludos”. Ya sabes que me encanta sorprenderlo.
¡Dios te bendiga!
Claudio de Castro, Aleteia
No hay comentarios:
Publicar un comentario