En nuestra boda nos prometemos mutuamente
 tres cosas, y solamente tres: «serte fiel,
amarte y respetarte todos los días de mi vida».
Esta “trinidad” matrimonial forma una sola cosa:
¡un buen matrimonio! Si somos fieles, amamos
 y respetamos, ¿qué matrimonio
podría fracasar?
 Pero no siempre es fácil.
La convivencia y las crisis que podemos tener en
nuestra vida matrimonial, pueden minar la
determinación de nuestros propósitos, y muchas
veces, casi inadvertidamente, estaremos en peligro.
Generalmente, por la convivencia, podemos comenzar a perdernos el respeto. Nos vemos con todas nuestras fortalezas, pero también con todas nuestras debilidades. Cuando el respeto se va por la puerta, el amor se escapa por la ventana. Si nos comenzamos a faltar el respeto, es muy frecuente que comencemos a ver a la otra persona, ya no como el amor de nuestra vida, sino como la Cruz que debemos cargar. Y ese cambio lleva aparejado casi siempre una baja en el amor. Nos amamos menos porque nos tratamos mal, y nos tratamos mal porque nos amamos menos. Se rompe paulatinamente nuestra conexión emocional.


Al perder la conexión emocional, puede parecernos que la infidelidad ya no es “tan terrible” y comenzamos a intentar justificar lo injustificable: que aquello que prometimos ante Dios y ante nuestros familiares y amigos, fue “un arrebato de juventud”, una “locura” y como no vivimos como pensamos, comenzamos a pensar como vivimos. Esto se ve frecuentísimamente en consejería matrimonial.
Para lograr un matrimonio “a prueba de infidelidades” tendremos entonces que prevenir, y para prevenir, ¡tenemos que trabajar! ¿Trabajar en nuestra relación? ¿No es que si nos amamos “tiene que ser siempre maravilloso”? ¡Pues no! Por mucho amor que nos tengamos, si nos descuidamos mutuamente, el amor se puede deteriorar y perder. Pero así como se puede perder, también se puede encontrar todos los días. Veamos cómo:


1. Antes de conocernos

¿Cómo voy a cuidar algo que todavía no existe? ¿Cómo se hace para ser fiel a alguien que todavía no conozco? En primer lugar, mediante la oración. ¿Rezas a Nuestra Señora la Purísima para que cuide a tu futuro cónyuge? ¿Rezas para poder reconocerlo o reconocerla cuando se encuentren? ¿Cuidas tus amistades y compañías? ¿Te cuidas tú de tener un comportamiento casto? Todo esto redundará luego en beneficio de nuestra futura relación.

2. El Enamoramiento

¡Desde el primer momento debemos construir una relación fuerte a prueba de infidelidades! Desde la etapa de enamorados o durante el noviazgo. ¿Cómo? Principalmente siendo castos. Esta continencia inicial nos cuidará para amar y para ser amados. Si la relación se vuelve “física” durante esta etapa, lo más probable es que sea solamente eso: una relación física, donde el amor nunca va a poder crecer. Si en cambio dedicamos este tiempo a conocernos en profundidad y a forjar una gran amistad. ¡El matrimonio será una gran aventura juntos!

3. El diálogo

Desde el principio, pero especialmente una vez que comienza la vida conyugal, el diálogo tiene que ser fluido, constante, siempre presente. Y el diálogo no es solamente comunicación, o “pase de información”. El diálogo significa compenetrarse de la realidad del otro, saber qué le gusta, cómo se siente, cómo está, qué necesita, y una vez averiguado todo eso, ¡Ponerlo en práctica! Para dialogar, tiene que haber un encuentro de corazones, y es encuentro tiene que ser radicalmente profundo. Que después de cada diálogo conyugal salgamos siendo mejores que antes.

4. La vida de fe

¿No debería ser el primer punto este? Es que los tres están intrínsecamente ligados. Estamos enamorados, pero deberíamos estarlo en Dios. Dialogamos, pero dialogamos de las cosas de Dios. Cada acto de nuestra vida conyugal está abierto a la trascendencia. En el génesis, cuando Dios crea a la humanidad, dice: «A Imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó…». Nuestra vida conyugal tiene que estar fundada sobre la roca, que es Cristo y tener un cemento de unión en una vida de fe profunda. La oración y la frecuencia en los sacramentos son piezas claves de un matrimonio a prueba de infidelidades.

5. La castidad conyugal

La castidad no es solo “aguantar hasta que nos casamos”, durante nuestra vida conyugal las relaciones deben regirse por la castidad conyugal. ¿En qué consiste la castidad conyugal? Dejo la palabra al Papa Francisco: «… Es un amor que no usa al otro por el placer, que hace la vida de la otra persona sacra. «Yo te respeto, no quiero usarte»». En la castidad conyugal, cuidamos del otro como de nosotros mismos y como dice San Pablo: «El lecho conyugal sea inmaculado» (Hb 13,4). Cuidemos de la pureza de nuestras relaciones. No veamos pornografía, cuidemos las miradas a otras personas, tengamos un lenguaje delicado entre nosotros. La sexualidad conyugal no tiene que ser un modo de satisfacer mis deseos, sino de darle a mi cónyuge lo que él o ella necesita.

6. Renovar las promesas

Cada vez que vayamos a una boda, o después de participar juntos de la Eucaristía, ¡tomémonos unos minutos para renovar nuestros votos! Hagamos de la renovación diaria una oración, como recomienda el Papa Francisco. No necesitas tener una ceremonia especial para renovar tu matrimonio (si quieres puedes hacerlo, no tiene nada de malo) pero la idea es que cada acto de sacrificio y amor en el matrimonio, sea ocasión para que en tu interior renueves el deseo de serle fiel a tu esposa (o).

7. La sexualidad

¡Por supuesto que la vida sexual de la pareja previene infidelidades! San Pablo lo dice en la primera carta a los Corintios: «No se nieguen el uno al otro, a no ser de común acuerdo y por algún tiempo, a fin de poder dedicarse con más intensidad a la oración; después vuelvan a vivir como antes, para que satanás no se aproveche de la incontinencia de ustedes y los tiente» (1 Co, 7, 5).
La sexualidad en el matrimonio no solo está permitida, ¡está recomendada! Santo Tomás de Aquino dice que en la unión sexual de los esposos no hay «ni sombra de pecado». Parafraseando a Chesterton, diría que el secreto para no desear la mujer del prójimo, es desear a nuestra propia esposa. La sexualidad conyugal contribuye a la unión conyugal como ninguna otra cosa en esta tierra lo hace.

8. El perdón

Nuestra relación puede tener sus altibajos. Podremos, en un mal día, tratarnos mal, aun cuando nos amemos muchísimo. Como dije al principio, la convivencia puede hacernos perder el respeto. Entonces tendremos que perdonarnos. Y pedirnos perdón. En ese orden: estar siempre dispuestos a perdonar primero, y pedirnos perdón en cuanto podamos. Porque un buen matrimonio es la unión de dos buenos perdonadores. Y luego, cuando nos hayamos reconciliado, como hemos ofendido a la hija o el hijo favorito de Dios, ir a pedirle perdón a él de rodillas en el confesionario.
Nuestro matrimonio, ya sea actual o futuro, es lo mejor que vamos a hacer en nuestra vida si estamos llamados a la vocación conyugal. Es nuestro medio de santificación y nuestro camino al Cielo, por lo tanto, ¡merece ser cuidado siempre! Desde antes de comenzarlo hasta que «la muerte nos separe» podremos hacerlo siempre a prueba de infidelidades.
Para evaluar juntos nuestra relación:
¿Renovamos el propósito todos los días? ¿Rezamos por nuestro cónyuge, actual o futuro? ¿Cuidamos ambos la castidad conyugal y la pureza del lecho nupcial? ¿Recibimos la Eucaristía frecuentemente? ¿Pedimos perdón? ¿Nos perdonamos? ¿Rezamos en Familia? Todos estos ingredientes nos va a ayudar a tener siempre un matrimonio fuerte y a prueba de infidelidades.
Andrés D'Angelo, catholic-link