1. Llamados a la trascendencia
El ser humano, a diferencia de cualquier otra criatura viva de la naturaleza, participa de una dimensión que va más allá de este mundo visible. Todos tenemos experiencias espirituales. Son esas vivencias que tocan las fibras más profundas de nuestra vida. Son experiencias que nos remiten hacia «fuera de nosotros mismos».
Ese «fuera de sí mismos» no significa que nos olvidemos o nos desconectemos de nuestro interior. Más bien, es indispensable esa sintonía interior, para poder salir al encuentro de otras personas, otras experiencias que llenan nuestro vacío interior, y finalmente, la comunión con Dios mismo
Puede parecer paradójico, pero solamente saciamos nuestro vacío interior, cuánto más salimos de nuestra «burbujita» y vivimos una comunión con Dios y los demás. Cuando descubrimos, además, que podemos realizarnos, plasmando un proyecto de vida, que tenga un influjo en la vida de los demás. Darle a nuestra vida un propósito que vaya más allá de nuestros intereses particulares.
2. La búsqueda de la propia identidad
Hay algunas preguntas que son fundamentales responder si queremos vivir felices. Preguntas que orientan nuestra forma de vivir. Dependiendo de las respuestas que encontremos, nuestra vida tendrá más o menos valor. Dentro de ellas, una de las más importantes es: ¿quién soy yo? La razón no es muy difícil de comprender.
Una persona que no se conoce, no sabe cómo vivir o qué obrar para ser feliz. Es como —valiéndome de un ejemplo muy sencillo— utilizar una pistola, como si fuese un martillo, para poner clavos en la pared. Sería una necedad, puesto que como es una pistola, en realidad, solo podría ser utilizada para disparar o matar.
Salvando las distancias, si yo no sé que soy creado por Dios, a su imagen y semejanza; no solamente eso, sino que en Cristo, gracias al bautismo, soy hijo adoptivo de Dios Padre, llamado a participar de la comunión de amor de la Trinidad, entonces no trataré, por ejemplo, de vivir una conversión diaria, para asemejarme cada vez más al Señor Jesús.
No le haré caso al llamado claro que nos hace en Juan 14, 6: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida», y pondré —por decir un ejemplo— mi felicidad en el dinero, o la fama. En vez de actuar libremente como hijo de Dios, buscando mi felicidad en el amor que Él nos enseña, trataré de realizarme personalmente con el dinero o el éxito profesional.
3. Las relaciones personales
Ya es ampliamente conocido en el mundo científico, ya sea en la psicología o las neurociencias, así como en diversos estudios de renombradas universidades, cómo en la medida que la persona tenga más amistades —obviamente auténticas y profundas— podrá ser más feliz.
El individualismo, egocentrismo y una vida demasiado pragmática solamente generan tensiones, angustias y estrés… alejándonos de la felicidad que tanto queremos. Incluso, mencionan muchos, que tener familias bien constituidas favorece el desarrollo fraterno y sano desde temprana edad.
Esa constatación estadística y científica, comprueba verdades de fe que son enseñadas por Jesús mismo hace más de dos mil años. El principal mandamiento de Cristo era el amor a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a sí mismo.
4. Cargar nuestras cruces
Muy pocas veces he encontrado personas que salgan al paso y transmitan una enseñanza o camino maduro para afrontar esa realidad tan patente en la vida del ser humano. Es más, el misterio del sufrimiento es, muchas veces, motivo de desesperación y confusión. Llevando a muchas personas a creer que es imposible la felicidad en esta vida. Que debemos resignarnos a una vida sin sentido, frustrada, puesto que el dolor es parte intrínseca de la existencia.
Hay corrientes psicológicas e incluso la psiquiatría, así como los desarrollos farmacológicos, que han avanzado muchísimo para favorecer y hacer más llevadera la vida de quiénes cargan con distintas enfermedades complicadas de aceptar y manejar. Sin embargo, a la hora de aceptar la cantidad de consecuencias que tiene determinada cruz en nuestra vida, solamente Cristo nos brinda el camino sólido y bien fundamentado que necesitamos: la vivencia del amor.
En la Cruz Jesús transforma el sufrimiento como una ocasión salvífica, y una oportunidad para vivir el amor. Incluso, cargar las cruces ajenas en Cristo, es una manera hermosa de vivir la felicidad.
Finalmente, pidámosle a Dios que nos dé su gracia y la ayuda del Espíritu para encarnar en nuestro cotidiano la propia vida de Cristo. Para decir con San Pablo que lo estimamos todo por basura, con tal de vivir con Cristo. Y que de nada nos sirve ganar el mundo entero, si perdemos nuestra alma. El camino de la vida cristiana es, de lejos, el más completo y auténtico sendero para vivir esa felicidad que tanto queremos.
Pablo Perazzo, catholic-link
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