Nada mejor que una buena partida a un videojuego para relajarse y pensar en otra cosa, dicen los aficionados. El único problema es que sus esposas, que se sienten despreciadas, no comparten en absoluto la misma opinión. ¿El juego puede convertirse en una amenaza para la pareja? Si la relación de pareja está en peligro, ¿qué hacer para salvarla?
“Está pegado a la televisión todo el día. Cuando juega, no puedo ni hacerle una simple pregunta. Una noche le coloqué su PlayStation en la cama” ¡Cuántas mujeres se quejan de este problema! Y, durante el confinamiento, todavía más.
La animosidad de una mujer, que no tiene nada en contra de los videojuegos en sí, pero que sufre por no contar tanto como ellos, ¡es comprensible! Con el fin de remediar la situación y evitar disputas y resentimientos más vale poner en práctica ciertos principios.
¿Convendría consultar a un especialista?
Un cónyuge no puede privar al otro de una actividad que le agrada. Cada uno tiene su propio ámbito de distracciones. En este caso son los videojuegos. Para otros, será la caza, la pesca, el bricolaje, las cartas, el ordenador…
No se le puede reprochar, ya que la esposa tiene también el mismo derecho de disfrutar con lo que le gusta: deporte, baile, manualidades, reuniones con amigas… La esposa también puede intentar compartir el hobby de su marido y jugar algunas partidas con él.
Sin embargo, no es bueno que esta actividad ocupe la totalidad del tiempo libre. En ese caso, se trataría de una adicción, con lo que ello conlleva de dependencia y de indiferencia hacia el entorno.
Si el marido está delante de sus videojuegos todas las noches y fines de semana, su esposa puede desarrollar una gran frustración, ya que sueña que esos mismos momentos son los que podría vivir intensamente con su amado. En una situación así, sería razonable que el marido consultara con un psiquiatra del comportamiento.
Compensar la falta de atención
En definitiva, el marido debe comprender que, si ha privado durante cierto tiempo a su esposa de su atención, debe compensar ese tiempo siendo más atento y cariñoso que nunca con ella.
En fin, una pareja no puede estar siempre en la misma sintonía. No puede compartirlo todo. La pareja debe poder “respirar”. Hay tiempos para relacionarse haciendo tal cosa y tiempos para que cada uno encuentre satisfacción en la actividad particular que le guste.
No somos el propietario absoluto de nuestro cónyuge. Nadie puede ser poseído en su totalidad por el otro porque cada uno pertenece, ante todo, al Creador, autor de su autenticidad y de la profundidad de su alma.
Denis Sonet, Edifa
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