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miércoles, 9 de junio de 2021

Carta de Charles de Foucauld a todas las que han perdido un bebé


 
 
En una carta fechada el 12 de febrero de 1900 y escrita desde Nazaret, donde vivía como ermitaño, el beato Carlos de Foucauld consuela a su hermana pequeña, Marie de Blic, a la que llama Mimi, que acaba de perder a su séptimo hijo, Régis, después de unas pocas horas de vida


“¡Qué dicha ser madre de un habitante del Cielo!, ¡qué honor y felicidad!”, asegura Carlos de Foucauld a su hermana. Unas palabras que pueden reconfortar a todas las madres que han pasado por este dolorosísimo sufrimiento.
Mi querida Mimi:
Acabo de recibir el telegrama enviado ayer… Has debido de sentir pena por la muerte de este niño, y yo tengo también el pensamiento en la tuya…
Pero te confieso que tengo asimismo una admiración profunda y entro dentro de un arrobo lleno de agradecimiento cuando pienso que tú, mi hermanita, pobre viajera y peregrina sobre la tierra, eres ya la madre de un santo… Que tu hijo, al que has dado la vida, está en ese hermoso cielo al que aspiramos, tras el que suspiramos…
Aquí está convertido, en un instante, en el mayor de sus hermanos y hermanas, el mayor de sus padres, el mayor de todos los mortales. ¡Oh! ¡Qué sabio es por encima de todos los sabios!
Todo lo que nosotros conocemos en enigma, él lo ve claramente… Lo que nosotros deseamos, él lo goza…, el fin que perseguimos tan penosamente al precio de una larga vida de combates y sufrimientos, él lo ha logrado desde el primer paso… (…)
Tus otros hijos marchan penosamente hacia esa Patria celestial, esperando alcanzarla, pero sin tener la certeza y aun pudiendo ser para siempre excluidos; ellos no llegarán, sin duda alguna, sino que al precio de muchas luchas y dolores en esta vida, y puede ser todavía que después de un largo purgatorio.
Él, este angelito protector de tu familia, de un vuelo ha llegado a la Patria, y sin penas ni incertidumbres; por la liberalidad de Nuestro Señor Jesús, goza por la eternidad de la visión de Dios, de Jesús, de la Santa Virgen, de San José y del gozo infinito de los elegidos…
¡Cuánto debe amarte! Tus otros hijos podrán contar así, como tú, con un protector bien tierno; tener un santo en la familia, ¡qué dicha ser madre de un habitante del Cielo!, ¡qué honor y felicidad!
Repito, entro en una arrobadora admiración pensando esto: se consideraba a la madre de san Francisco de Asís bienaventurada porque viviendo ella asistió a la canonización de su hijo; ¡mil veces más dichosa eres tú!
Tú sabes con la misma certeza que ella que tu hijo es un santo en los cielos, y lo sabes desde el primer día de ese querido hijo, sin verle atravesar, para llegar a la gloria, todo un camino de dolores. ¡Cómo te lo agradecerá!
A tus otros hijos les has dado con la vida la esperanza de la felicidad celestial y, al mismo tiempo, una condición sometida a muchos sufrimientos.
A éste le has dado desde el primer instante la realidad de la felicidad de los cielos, sin incertidumbres, sin espera, sin mezcla de ninguna pena… […]
Querida mía, no estés, pues, triste, sino repite más bien con la Santa Virgen: “El Señor ha hecho en mí grandes cosas…; las generaciones me llamarán bienaventurada...”.
Sí, bienaventurada, porque eres la madre de un santo, porque aquel que has llevado en tu seno está a esta hora resplandeciendo de gloria eterna.
fray Carlos de Jesús
Carlos de Foucauld 


Mathilde De Robien, Aleteia



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