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lunes, 7 de junio de 2021

Evangelio del día

 


Evangelio según San Mateo 4,25.5,1-12.

Seguían a Jesús grandes multitudes, que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron."

Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.


Bulle

San Gregorio de Nisa (c. 335-395)
monje, obispo
Homilía sobre las Bienaventuranzas I (Les Pères dans la foi, DDB, 1979), trad. sc©evangelizo.org


“Felices los que tienen alma de pobres”

Si Dios es bienaventurado, como dice el apóstol Pablo (1Tm 1,11; 6,15), si los hombres participan de su felicidad por su semejanza con él pero la imitación fuera imposible, la felicidad sería irrealizable para la condición humana. Sin embargo, en cierta forma, al hombre le es posible imitar a Dios. ¿Cómo? El “alma de pobres” me parece que designa la humildad. El apóstol Pablo da en ejemplo la pobreza de Dios: “nuestro Señor Jesucristo siendo rico se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8,9). Todo lo que podemos percibir de la naturaleza divina va más allá de los límites de nuestra condición, pero la humildad siempre es posible. La compartimos con todos los que viven en la tierra, formados con el barro al que se vuelve (Gn2,7; 3,19). Si imitas a Dios en lo que está conforme a tu naturaleza y no sobrepasas tus posibilidades, revistes como una vestimenta la forma bienaventurada de Dios.
No debemos imaginar que sea fácil adquirir la humildad. Al contrario, es más difícil que la adquisición de otra virtud. ¿Por qué? Porque mientras reposaba el hombre que había sembrado la buena semilla, el enemigo sembró la cizaña del orgullo en la mayor extensión del sembrado. El orgullo tomó raíz en nosotros (Mt 13,25). (…)
Como casi todos los hombres son naturalmente llevados al orgullo, el Señor comienza las Bienaventuranzas apartando el mal inicial del orgullo. Aconseja imitar al verdadero Pobre voluntario, real bienaventurado, con una pobreza voluntaria para participar de su bienaventuranza. De esta manera serle semejante, según esté en nuestro poder. San Pablo escribe “Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres”. (Flp 2,5-7) (EDD)

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