El Papa ha pronunciado este miércoles la penúltima de las catequesis que pronunciará sobre la oración durante la Audiencia General, y en esta ocasión ha querido centrarse en la “perseverancia al rezar”.
Para ello, empezó citando un clásico sobre la oración. “El itinerario espiritual del Peregrino ruso empieza cuando se encuentra con una frase de san Pablo en la primera carta a los Tesalonicenses: ‘Orad constantemente. En todo dad gracias’ (5,17-18). La palabra del Apóstol toca a ese hombre y él se pregunta cómo es posible rezar sin interrupción, dado que nuestra vida está fragmentada en muchos momentos diferentes, que no siempre hacen posible la concentración. De este interrogante empieza su búsqueda, que lo conducirá a descubrir la llamada oración del corazón. Esta consiste en repetir con fe: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí pecador!’”.
Francisco recordó que aquella era “una oración sencilla, pero muy bonita. Una oración que, poco a poco, se adapta al ritmo de la respiración y se extiende a toda la jornada. De hecho, la respiración no cesa nunca, ni siquiera mientras dormimos; y la oración es la respiración de la vida”.
De este modo, el Santo Padre recalcó que el Catecismo ofrece “citas bellísimas” para ayudar a “custodiar siempre un estado de oración”.
“Afirma el monje Evagrio Póntico: ‘No nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente —no, esto no se nos ha pedido— pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar’ (n. 2742). El corazón en oración. Hay por tanto un ardor en la vida cristiana, que nunca debe faltar. Es un poco como ese fuego sagrado que se custodiaba en los templos antiguos, que ardía sin interrupción y que los sacerdotes tenían la tarea de mantener alimentado. Así es: debe haber un fuego sagrado también en nosotros, que arda en continuación y que nada pueda apagar. Y no es fácil, pero debe ser así”, indicó el Papa en la catequesis.
Por su parte, San Juan Crisóstomo afirmaba: “Conviene que el hombre ore atentamente, bien estando en la plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado ante su mesa de trabajo o el que dedica su tiempo a otras labores, que levante su alma a Dios: conviene también que el siervo alborotador o que anda yendo de un lado para otro, o el que se encuentra sirviendo en la cocina” (n. 2743).
Por tanto, -insiste Francisco- “la oración es una especie de pentagrama musical, donde nosotros colocamos la melodía de nuestra vida. No es contraria a la laboriosidad cotidiana, no entra en contradicción con las muchas pequeñas obligaciones y encuentros, si acaso es el lugar donde toda acción encuentra su sentido, su porqué y su paz”.
Del mismo modo, reconoció que no es fácil poner esto en práctica.
“Podemos recordar que en el monaquismo cristiano siempre se ha tenido en gran estima el trabajo, no solo por el deber moral de proveerse a sí mismo y a los demás, sino también por una especie de equilibrio, un equilibrio interior: es arriesgado para el hombre cultivar un interés tan abstracto que se pierda el contacto con la realidad. El trabajo nos ayuda a permanecer en contacto con la realidad. Las manos entrelazadas del monje llevan los callos de quien empuña pala y azada. Cuando, en el Evangelio de Lucas (cfr. 10,38-42), Jesús dice a santa Marta que lo único verdaderamente necesario es escuchar a Dios, no quiere en absoluto despreciar los muchos servicios que ella estaba realizando con tanto empeño”, añade Francisco.
Según señala en la catequesis, “el trabajo y la oración son complementarios” pues “la oración – que es la ‘respiración’ de todo – permanece como el fondo vital del trabajo, también en los momentos en los que no está explicitada. Es deshumano estar tan absortos por el trabajo como para no encontrar más el tiempo para la oración”.
Sin embargo, tampoco es sana “una oración que sea ajena de la vida”, y es que “una oración que nos enajena de lo concreto de la vida se convierte en espiritualismo, o, peor, ritualismo”.
Por ello, antes de concluir, Francisco animó a repetir durante el día esta sencilla oración: “Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí pecador”.
ReL
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