Decidir proviene de la raíz latina “decidere”, que significa separar cortando…
Aveces no es suficiente con preguntarnos: ¿quién soy yo? Tarde o temprano es necesario pasar a otra pregunta: ¿para quién soy?
El papa Francisco en la exhortación post-sinodal Christus vivit, nos dice:
“Muchas veces, en la vida, perdemos tiempo preguntándonos: “Pero, ¿quién soy yo?”. Y tú puedes preguntarte quién eres y pasar toda una vida buscando quién eres. Pero pregúntate: “¿Para quién soy yo?”. Eres para Dios, sin duda. Pero Él quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros”.
La introspección corre el riesgo de volverse estéril y autorreferencial.
En cierto punto, es necesario agregar esta otra pregunta que resulta tan importante como la primera, pues nos abre a otro horizonte: el de la decisión y la responsabilidad.
Solo si decidimos conscientemente qué hacer con nuestra vida, podemos encontrar alegría en lo que hacemos.
Cortar
“Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén, y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo. Mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro dijo: «Sígueme». El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre». Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios». También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa». Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios»” (Lc 9, 51-62).
Todos sabemos que decidir no es fácil. No es sorprendente que esta palabra se refiera al término corte. Decidir proviene de la raíz latina decidere que significa separar cortando.
Solo cortando, puedes convertirte en adulto, es decir, alcanzar la plenitud. Como una planta que necesita ser podada para dar más fruto.
En el Evangelio que acabamos de leer, Lucas coloca la imagen de la decisión: Jesús decide ir a Jerusalén. Elige enfrentar el rechazo y el sufrimiento porque reconoce un bien mayor.
Jerusalén es el lugar del poder político y religioso y Jesús no tiene miedo de desafiarlo. No se detiene.
Tomar una posición
Cuando decide este camino, Jesús envía mensajeros delante de Él. Informa de su paso, para que las personas puedan decidir qué posición tomar.
Cristo todavía hoy pasa por nuestras vidas y no nos deja indiferentes. Nos pide decidir cómo queremos ubicarnos en relación a Él.
¿Queremos permitirle pasar por nuestra vida o preferimos rechazar su presencia? De hecho, algunos samaritanos deciden evitar que pase por su aldea.
Salir del anonimato
En el camino, Jesús tiene otros encuentros. Varias personas se cruzan en su camino. Ninguna tiene nombre. Son aquellas que buscan una identidad, una identidad que, sin embargo, desaparece cada vez que renuncian a su decisión.
Estas son personas que tienen esa pregunta fundamental en sus manos, pero aún no se deciden: ¿para quién quiero ser?
Muchas veces, como escribió el papa Francisco en Christus vivit, corremos el riesgo de pasar nuestras vidas sentados en un sofá (cf n. 143).
El significado de nuestra vida no se puede encontrar si continuamos buscando madrigueras y nidos, es decir, refugios donde podamos escondernos o “estar bien”. La vida debe enfrentarse, exponiéndose también al cansancio y a la decepción.
Decidir también significa tener la capacidad de separarse del pasado. No podemos encerrarnos en los sepulcros de nuestra historia.
La memoria debe empujarnos hacia adelante. Si nos bloquea y nos impide avanzar, significa que es un recuerdo enfermo, del cual nos hemos convertido en prisioneros, al igual que el que duda en seguir a Jesús porque primero quiere enterrar a su padre.
Las relaciones también corren el riesgo de convertirse en una jaula cuando nos detienen. Si los lazos nos atan, significa que no son saludables.
Una vida imperfecta
La vida que tenemos en nuestras manos es como un arado que hace que el camino que recorremos sea fructífero. Por esta razón, Jesús nos invita a no mirar hacia atrás, como alguien que, habiendo puesto su mano en el arado, se vuelve obsesivamente para ver si el surco que ha trazado es recto o no.
La vida nunca es lineal. También está hecha de piedras y huecos que hacen que el camino de nuestra existencia sea más auténtico, aunque sea menos perfecto.
Por eso si tengo la seguridad de para quién soy, tendré la certeza de que las decisiones que tome en el camino, aunque no siempre sean perfectas, de seguro me conducirán a Él.
Luisa Restrepo, Aleteia
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