Cada vez que me llaman para ir a hablar con una mujer en peligro de aborto conozco un poquito más a Dios, conozco un poco más su modo de actuar. Dios piensa en todos, pero necesita brazos. Así es, en este caso, Dios se acordó de Sonia y le inspiró a su hermano seminarista que fuera aquella noche por casualidad a cenar a casa de su hermana y que esta, que, ya había tomado la firme decisión de abortar y que tenía ya la cita dada, se lo dijera a su hermano. En realidad, había hecho algo más que tomar la decisión, se había tomado hasta 4 pastillas de Cytotec, así como todo tipo de cócteles caseros para abortar ella misma. Pero Dios tenía otros planes, quería darle otra oportunidad, estaba empeñado en salvarla y ninguno de esos «remedios» caseros funcionó.
Hablé con su hermano, me dijo que al oír la noticia se había ido a rezar el rosario y que había acudido a un santuario mariano y, después de eso, había decidido llamarnos. Nada en esta vida produce tanto gozo como saberse «parte» del plan salvador de Dios.
Ella vive en un pueblo a las afueras y ahí fuimos, en realidad, dos veces, porque la primera no cogía el teléfono ni respondía al whatsapp, y ya nos volvíamos, pero finalmente llegamos. Nos abrió la puerta su hijo, un precioso niño de 3 años que me dejó encandilada. ¿Su historia? la de siempre: pareja que no quiere saber nada del tema, falta de medios económicos, sentimiento de enorme soledad, verse desbordada por la situación... y como siempre, la famosa frase de parte de todos de «es tu decisión». Todo el mundo sabe que esa frase lo que en realidad significa es: «es tu problema, a mí me da igual que decidas porque igualmente tú cargarás con las consecuencias» Y como siempre, ella no quiere abortar, solo que le parece el único camino viable que la queda. Además, tiene miedo de que si continúa le haya podido afectar al bebé todo lo que se había tomado.
El niño que tiene ya, acaba de cumplir 3 años. En un momento su madre le regañó y se echó a llorar. Yo le cogí en brazos y le acuné y le acaricié y sorprendentemente él se dejó. Lo disfruté enormemente. Al irme me dio un beso y me dijo que me quería. Me derretí.
Afortunadamente ella consintió en hacerse una ecografía y la llevamos. Yo en esa no estuve, pero me dijeron que fue la ecografía más bonita que habían visto nunca, que el niño hizo toda clase de monerías ante el ecógrafo. En realidad, no le llamamos a partir de entonces «niño» sino «nuestra negrita», porque decidimos que tenía que ser niña, y que íbamos a estar locas a ponerle coletitas en un pelo rizadísimo como el de su hermano que al acariciarlo parece de velcro. Todo estaba bien, esa negrita está muy protegida por Nuestro Señor, tiene mucha gente rezando por ella y parece que ya se nos ha metido a todos en el corazón.
A la semana siguiente volvimos a verla. Había encontrado un trabajillo, aunque temporal, y seguía convencida de abortar, decía que sus amigas lo habían hecho, y que no pasaba nada, se puso a la defensiva, parecía que empezaba a sentirse molesta ya. Llegamos así al día antes de su cita para abortar y no estábamos dispuestas a asumir que íbamos a perder a nuestra negrita y el estado en el que iba a quedarse Sonia.
Así que, que Dios nos perdone, pero dijimos una mentirijilla, la llamamos para decirle que teníamos otro caso en su pueblo y de los juguetes que yo quería dar elegimos un juguete para su niño de 3 años y un peluche precioso para nuestra negrita y nos plantamos otra vez en su casa. A las 11,30 de la noche y heladas de frío fuimos a su casa, todavía no había llegado y menos mal que alguien nos abrió la puerta del portal. Mientras esperábamos en el descansillo estuvimos riendo y haciéndonos fotos con el peluche. Dios estaba con nosotros y lo sabíamos, parecíamos unas locas ahí tiritando a esas horas, pero locas por Nuestro Señor.
Cerca de las 12 de la noche llegó Sonia y nos sentamos, estábamos ya como en casa, yo hasta le puse el pijama al niño. Era la una y media de la mañana y Sonia no cedía, había decidido abortar y nada la iba a hacer cambiar de opinión. De repente, dijo: «me estáis haciendo dudar»... ¡¡¡nos alegramos tanto!!! Quedamos en hablar por la mañana nuevamente porque su cita era a las 3 de la tarde. Volvimos en el coche rezando el rosario, los misterios dolorosos, ofreciéndolo por la vida de nuestra negrita. Todo estaba en manos de Dios. Quedamos en hablarnos al día siguiente.
Yo ofrecí la misa de la mañana y llamé para tener noticias, pero aún no se sabía nada. Finalmente me llaman ¡no había ido! no iba a abortar! ¡Alabado sea el Señor!
Esta historia es real 100 por 100, aunque obviamente la mujer no se llama Sonia. El embarazo llegó a término y efectivamente nació una hermosísima nena negrita a la que conocí y tuve en brazos. No existe una sensación de alegría y plenitud tan grande como ver a esos bebés y el agradecimiento y felicidad de sus madres. Es tocar a Dios. Más, es abrazar a Dios.
MARÍA JOSÉ MANSILLA, ReL
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