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jueves, 7 de enero de 2021

Evangelizar por medio del «reggae»: el sueño del hermano Isaías cumplido en las calles del Bronx

 


La música del hermano Isaías (sus álbumes Broomstick Poco a Poco) está disponible en las plataformas de música como Spotify o Deezer. Sus títulos también se pueden encontrar en YouTube, especialmente Shade, su último proyecto musical, grabado durante el confinamiento en el estudio de su seminario de Yonkers (Nueva York).

Acompañado solo por su guitarra, toca un reggae minimalista, alimento para el alma. Shade ("sombra" en español) es una pausa musical y espiritual en el momento difícil que ha representado para todos este año 2020, como si fuera la sombra que proporciona un árbol en el desierto.

Hace algunos meses hablamos en ReL del hermano Isaías, ahora es él mismo quien cuenta su conversión a través de una entrevista de Youna Rivallain en La Vie:

"Hermano" Isaiah, hermano del Bronx, canta la Palabra

Mi primera experiencia del amor de Dios es el océano. Una ternura desmesurada, infinita, intangible. El mar (tan pronto una superficie lisa y mansa como una superficie procelosa llena de olas inmensas que pueden arrollar todo a su paso, incluso destruir el dique más alto) es el paisaje, el escenario de mi infancia. Crecí en la bahía de San Francisco, en la costa. Mis padres nadaban a menudo, yo surfeaba y aprovechaba cualquier ocasión para acercarme al agua. Ahora, cuando estoy ante el océano, me quedo sin palabras contemplando la grandeza de su Creación.

Fui bautizado episcopaliano (el equivalente estadounidense al anglicanismo), antes de que mis padres se convirtieran al catolicismo cuando yo tenía siete años. Cuando era adolescente era el típico chico que me implicaba en todo. En el instituto, estaba en un grupo de reggae, soñaba con vivir de la música. Me encantaba leer y el deporte del lacrosse, soñaba con ser deportista profesional... Había en mí una inquietud, una impaciencia; estaba sediento de sueños, de esperanza, de acción. Pero algo me faltaba. A menudo, al final del día, tenía la sensación de no haber ido lo suficientemente lejos. ¡Quería más vida! Sentía que estaba llamado a algo más.

Todo por una pizza

Entré en la universidad de Boston, donde estudié literatura para ser profesor de inglés. En esa época leía a Mark TwainTolkien y los clásicos de todos los países, como Los novios, del italiano Alessandro Manzoni, uno de mis libros preferidos. Siempre me apasionó lo que pasa en las profundidades del ser humano. La literatura es, para mí, una puerta abierta al corazón y las vicisitudes del alma. El arte permite magnificar la realidad, mostrar sus relieves, su hondura, encontrar las palabras para expresar lo que vivimos...

Quería hacer muchas cosas. Y, en mi impulsividad, de repente me encontré parado del todo. Haciendo deporte en la universidad me rompí la clavícula. Yo, que era casi hiperactivo, me vi inmovilizado durante meses. Fue un periodo sombrío, difícil, de profunda soledad.

Cada semana, la asociación de estudiantes católicos organizaba un tiempo de adoración en la capilla del campus... ¡con pizza incluida! Cuando eres estudiantes una cena gratis es algo a tener en cuenta. Me había acostumbrado a ir para disfrutar de las maxipizzas y la pizza cuatro estaciones, pero también tenía que rezar para no parecer un pícaro.

Me intrigaban esas personas que rezaban en silencio: conocía la oración recitada en voz alta, pero nunca había hablado a Dios en el silencio de mi corazón. Invocaba al Señor para darle las gracias, para pedir por otros, sin haber nunca gritado a Dios desde lo más hondo de mi alma. En ese difícil momento me senté y miré al Santísimo Sacramento por primera vez en mi vida. Me puse en actitud de escucha. Y la oración vino de mis entrañas.

El hermano Isaías nació en 1985 en San Francisco. Un viaje a Lourdes en 2006 cambió su perspectiva de las cosas y en 2008 ingresó en los Franciscanos de la Renovación en el Bronx (Nueva York), donde en 2015 hizo los votos perpetuos. En 2016 grabó su primer álbum.

En la capilla del campus sentí que mi perspectiva cambiaba claramente: pasé de "Aquí hay algo" a "Aquí hay alguien", después al "Tú estás aquí" y, por último, al "Tú eres Jesús". Todo cambió. Antes de esa experiencia veía a Dios un poco como un objeto no identificado ajeno a lo que me rodeaba. Pero todo cambió. Me di cuenta de que Cristo era una persona y que Él "estaba conmigo en mi prueba", como cantan los salmos. Entonces me encomendé a Él. "He aquí mis sueños, mis planes de vida, lo que quiero hacer, le dije a Jesús. Estoy abierto a lo que Tú quieras para mí".

El temor de entregarse a Dios

En ese momento sentí que una brecha se abría en mi interior. Y Dios puso su pie en el umbral de la puerta. Tengo que admitir que estaba aterrorizado de encomendarme totalmente a Él, de abandonarme. Tenía miedo de que me quitara algo. Pero a través de esa apertura pude entrever un nuevo modo de mirar mi vida. Todo fue más simple. Sentí una gran paz y empecé a ver las cosas de manera diferente: la belleza del sacramento del matrimonio, del sacerdocio... y de la vida religiosa, de la que entonces yo no sabía absolutamente nada. Ser fraile es pertenecer totalmente a Dios. ¡Era todo lo que yo buscaba!

Empecé un recorrido de discernimiento. El verano siguiente me propusieron ir en peregrinación a Lourdes, donde pasé dos semanas cuidando a enfermos. Durante ese viaje leí la vida de San Francisco y me asombró su manera de vivir el Evangelio. Abandonarse a Dios, vivir con los pobres, era a lo que yo aspiraba. La pobreza evangélica es el aspecto exterior de lo que pasa en el interior. Tenemos tendencia a saturarnos de muchas cosas, tanto externa como internamente. Y esta suele ser la causa de nuestra miseria. Librarse de lo superfluo es renunciar a nuestra necesidad de control y es fuente de una gran libertad. ¡Libertad! ¡Libertad! Siempre había querido vivirla. Y siempre había sido demasiado bonito para ser verdad. ¡Y Francisco lo había hecho!

Después de esa experiencia en Lourdes, orienté mi deseo de vida religiosa a la familia franciscana, pero tenía que elegir una orden. Decidí dejarme guiar. Mientras aún estaba en la universidad fui en autobús a Nueva York para participar en un fin de semana organizado por los Hermanos Franciscanos de la Renovación, una comunidad creada en 1987 en el Bronx y que ya tiene conventos en casi todo el mundo. Con ellos experimenté la alegría de vivir, la sencillez, la presencia que buscaba desde hacía tiempo. Pero lo que más me asombró es que durante ese evento los frailes tocaron... ¡reggae! ¡La música que siempre había escuchado y que soñaba con tocar!

Fue una revelación. Comprendí que Dios conocía mi corazón y mi historia. Nunca había sido el enemigo de mis sueños, porque sabía perfectamente cuáles eran. Es más, los amaba. Había sido Él quien los había hecho germinar en mí. Sentí que podía confiar en Él y poner mi vida, mis deseos, mis esperanzas, en sus manos. Así había hecho con Francisco y Clara de Asís. Francisco soñaba con ser un caballero; Clara quería ser una dama de la sociedad. Al entregarse a Cristo, él se convirtió en uno de los más grandes caballeros de su tiempo y ella en una de las damas más grandes.

La fuente de la alegría

Dios no oprime nuestra imaginación, nuestra creatividad, sino que los hace florecer. Como decía San Maximiliano Kolbe, un gran santo franciscano, "solo el amor es la fuerza de la creación". Y el Padre nos ama más de lo que podamos imaginar. Con la distancia, descubrí que Dios siempre había sido la fuente de mi alegría en el reggae y la música en general, el origen de toda belleza. Él es el que toca verdaderamente mi corazón y me atrae hacia Él, mostrándome que me ha hecho para Él, y que en Él encontramos lo que siempre hemos buscado.

En 2008 entré en el convento para hacer un discernimiento durante un año. Y me quedé. He vivido en Nueva York, después en Texas y Nuevo México para volver, al cabo de un tiempo, a Manhattan, donde me estoy preparando al sacerdocio. Al principio no había previsto que la música formara parte de mi vida religiosa, pero de nuevo el Señor me sorprendió, como de costumbre. Las oportunidades de tocar se presentaron: los fines de semana, en pequeños eventos, en misa. Hasta hoy he grabado tres álbumes.

Mi inspiración procede, mayoritariamente, de la Palabra, de sus relatos de abandono, de exilio, de luz en las tinieblas. Los salmos que rezo a diario con mis hermanos de comunidad me inspiran mucho. Pero también escribo partiendo de mis experiencias personales, mis alegrías, mis combates espirituales.

Una de mis canciones, Struggler, la compuse en un momento de mi vida consagrada en la que me costaba seguir adelante. "God, I'm struggling" ("Señor, estoy luchando"), le repetía a Dios. Fue mi oración durante meses. Poco a poco, ese grito que dirigía al Padre, acompañado por los latidos de mi corazón, se convirtió en refrán y, más tarde, en canción.

Por último, quiero decir que concibo la música un poco como la banda sonora de nuestra peregrinación en la tierra. Actualmente, la escritura y la composición forman parte de mi ministerio, aunque siempre lo han sido. La música es el lenguaje del cielo, pero también es un idioma universal que nos enseña a hablar con Dios. A través de este arte aprendo la amplitud, la altura y la profundidad del amor de Dios, que a todos nos ha hecho artistas.

ReL
Traducido por Elena Faccia Serrano.

Vea también   Sermón sobre el aplazamiento de la conversión - Santo Cura de Ars




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