Dios puede hacerlo todo, yo sólo tengo que entregar lo que tengo, mis panes, mis peces
Cuando he tocado la imposibilidad es cuando Jesús me pide que haga lo que pueda. Que no me angustie ni pierda la paz.
Así se lo dice el profeta al criado en el Evangelio:«Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará».
Y también se lo dice Jesús a los discípulos: «Dadles vosotros de comer». Ellos sólo obedecen y se ponen en camino.
Así hago yo, me pongo en camino. Sé lo que tengo y lo que puedo dar. Sé lo que hay en mi alma y todo lo que falta.
Conozco el camino recorrido y veo a lo lejos lo que aún no he podido caminar, lo que me queda.
Y no me angustio, no pierdo la esperanza, no me desespero en mi soledad. Dios puede hacerlo todo. Yo sólo tengo que entregar lo que tengo, mis panes, mis peces.
Por nosotros mismos poco podemos
Me obsesiono por controlar los pasos que doy. Quiero dar de comer a la gente con mis panes, con mis capacidades, con mis dones naturales, con mi inteligencia y capacidad.
Y miro a Jesús y le digo: «Me has llamado porque sé hacer esto y esto otro, ¿verdad?»
Y Jesús me mira divertido y me responde: «¿Pero no ves que yo lo tengo todo? Te he llamado por lo que hay en ti, en lo más hondo, tu pobreza». Y yo no acierto a comprender.
Me siento capaz de ciertas cosas y creo que en ellas, en mi potencial es donde Jesús me necesita para hacer grandes cosas.
Lo que Jesús necesita
Pero Jesús lo que necesita son los panes de un niño, pocos y pequeños. La pobreza del que no tiene demasiado para vivir.
Necesita la verdad del que no sabe cómo enfrentar el camino. Mi sonrisa que no cuesta demasiado, porque los que sonríen iluminan el mundo.
Mi corazón capaz de emocionarse con lo humano que ve ante sus ojos, con eso basta. Y sólo me pide como dice san Pablo que construya desde el bien que hay en mi interior:
«Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz».
Necesito tener paciencia, ser humilde, amar con el bien de mi alma, luchar por la unidad y por la paz.
Dios hace el milagro
Necesito levantar torres altas sin fuerza ni capacidad, porque es Dios quien lo hace. Él trae la sobreabundancia. Trae el amor y obra milagros inmensos que no puedo alcanzar a ver.
Ese milagro de la vida es el que espero ver cada día:
«Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor».
Y Jesús bendijo los panes y los peces y los repartió. Y sobró mucho, quedaron sorprendidos.
La sobreabundancia siempre sorprende. Dios me sacia en esa sed interior que tengo:
«Abres tú la mano, Señor, y nos sacias».
Él da mucho más
Pienso en la mujer samaritana que no quería tener que volver al pozo cada día a calmar la sed. Y Jesús le dice que tiene un agua que la calmará para siempre. Ella se sorprende.
Cuando me dan más de lo que pido me sorprendo. Siempre es así. Le pido algo a Dios y me da mucho más. Y miro atónito lo que recibo. Es demasiado.
Cuando pienso en mi vida con Dios es mucho más lo recibido que lo entregado. Casi pienso que la mayoría de las veces me he dado con cuentagotas.
He dado esperando recibir más. He medido mi generosidad para no extralimitarme. Y he sentido que tenía que dar sin acabar dándolo yo todo sin recibir nada a cambio.
Me he vuelto egoísta, guardándome para mí las cosas que recibía, sin dar nada, esperándolo todo.
Personas generosas
El desbordamiento del amor me sorprende. Me asombro ante los que dan y nunca esperan. Se entregan y no se guardan. Se dan y no son egoístas.
Me impresionan esas personas que siempre están atentas para ver lo que hace falta, dónde son necesarias, qué tienen que hacer.
Son esos hijos de Dios enamorados que han entregado su vida entera y no viven cuidándose las espaldas.
Me gustan los que dan sin buscar luego compensaciones. Los que piensan más en la otra persona, antes que en ellos mismos.
Que no se ponen en primer lugar contando sus historias. Y no viven centradas en sus problemas esperando que alguien se detenga a saciar la sed que tienen.
Me asombro de los enfermos que ayudan a enfermos. Los que con el riesgo de perder la vida en el intento no lo piensan y se lanzan al mar a salvar al que se está hundiendo.
Me gustan los que no miden su amor, sino que se dan sin medida. No esperan de los demás un amor que se convierte en exigencia.
Los que agradecen todo lo que reciben sin llevar cuentas. Los que no se comparan con los que reciben más o con aquellos a los que les va mejor en la vida.
No dejo de admirar a los que se entierran en el silencio sabiendo que su semilla al morir un día dará vida.
Esa actitud de Jesús es la misma que ellos tienen. Dan agradeciendo, se entregan sin esperar nada a cambio. Aman sin llevar cuenta del amor que entregan, menos aún del que reciben.
Carlos Padilla Esteban, Aleteia
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