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martes, 21 de septiembre de 2021

Evangelio del día


 

Evangelio según San Lucas 8,16-18.

Jesús dijo a la gente:
"No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz.
Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado.
Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener".


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.


Bulle

Santa Teresa de Calcuta (1910-1997)
fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad
No hay amor más grande


«Fijaos bien en la manera como escucháis»

     Escucha en silencio. Porque tu corazón está lleno de mil cosas, no puedes escuchar la voz de Dios. Pero desde el momento en que te pones a la escucha de la palabra de Dios en tu corazón pacificado, éste se llena de Dios. Esto requiere muchos sacrificios. Si pensamos, si queremos orar, es necesario prepararnos para ello. Sin darle largas. Aquí no se trata sino de las primeras etapas hacia la oración, pero si no las llevamos a cabo con determinación, jamás llegaremos a la última etapa, la presencia de Dios.
     Por eso el aprendizaje debe ser perfecto desde el comienzo: ponerse a escuchar a Dios en tu corazón; y en el silencio del corazón Dios habla. Después, de la plenitud de lo que hay en el corazón, la boca está llena para hablar. Aquí se obra la confluencia. En el silencio del corazón, Dios habla, y no tenemos que hacer más que escucharle. Después, una vez que tu corazón entra en la plenitud porque se encuentra lleno de Dios, lleno de amor, lleno de compasión, lleno de fe, tiene la boca de que hablar.
    Acuérdate, antes de hablar, que es necesario escuchar, y solamente así, desde lo más profundo de un corazón abierto, puedes hablar y Dios te escucha.

Oración

Ilumíname, interiormente, ¡oh, buen Jesús!

Haz brillar tu luz en mi corazón y disipa todas las tinieblas que la oscurecen.

Apacigua las divagaciones de mi espíritu
y líbrame de las tentaciones violentas que me combaten.

Pelea fuertemente por mí, y aleja esas grandes fieras,
esos apetitos que me seducen para perderme,
para que mi alma consiga la paz por tu esfuerzo,
y sea templo puro,
donde se entonen tu gloria y tus perennes alabanzas.

Llama a los vientos y tempestades y dile al mar: “¡Calla, enmudece! 
El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza” (Mc 4,39).

Envía tu luz y tu verdad para que resplandezcan en mi alma,
porque soy una tierra estéril y tenebrosa hasta que tú me ilumines.

Derrama sobre mí las gracias del cielo;
riega mi corazón con rocío celestial,
lluevan sobre esta tierra árida las fecundas aguas de la piedad,
para que produzcan frutos buenos y saludables.

Levántanos el ánimo oprimido por el peso de los pecados,
conduce todos los malos deseos al cielo,
para que, al gustar de la dulzura de los bienes eternos
no pueda en disgusto pensar en las cosas de la tierra.

Arrebátame, despréndeme de las furtivas consolaciones de las criaturas,
porque ninguna cosa creada puede aquietar y satisfacer plenamente mi corazón.

Úneme a ti por el vínculo indisoluble de tu amor:
porque Tú sólo bastas a quien te ama, y sin Ti todo es sombra y humo.








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