Consejos para que la comunicación en el matrimonio sea auténtica y herramientas para evitar trampas y daños
Desafiamos al calor y salimos a la calle a quedar con un matrimonio que conocemos de hace poco. Nos sentamos en un bar y pedimos un refresco. Ante nuestra sorpresa, pedir algo para beber supone un lío, porque ambos empiezan a hablar a la vez, sin escucharse, interrumpiéndose uno al otro.
El tema es superfluo, poco importa qué bebida tome cada uno. Pero se complica porque esta dinámica es constante a lo largo del encuentro. La situación te sonará. Somos cuatro, se producen dos conversaciones simultáneas y cruzadas y no sabes a quién atender.
Este problema es más común de lo habitual. La falta de escucha y de una buena comunicación dificulta gravemente la relación en el matrimonio. Lo mejor es solucionar este asunto en el noviazgo, pero no siempre ocurre así.
Quizá lo hayas visto en las comedias románticas turcas. El guion se basa en malos entendidos, ocultar y mentir, no decir las cosas a tiempo, en definitiva, en una falta de comunicación estrepitosa. Es normal que así se emitan cientos de capítulos de una misma serie.
La cuestión es: ¿por qué nos cuesta tanto escuchar a los demás? En ocasiones, olvidamos la generosidad en la comunicación, dar la oportunidad al otro de expresarse y hacer el esfuerzo de centrarnos en él.
Cuando el otro nos habla está compartiendo algo íntimo, personal, su cosmos, sus preocupaciones, sus interpretaciones, sus tesoros. La buena comunicación conyugal es la base sobre la que se construye un matrimonio sano, sólido y fuerte.
Cuáles son las claves de una buena comunicación conyugal
Puedes encontrarlas en la siguiente galería fotográfica:
Empatía. No centrarnos tanto en lo que nosotros necesitamos o pensamos como en lo que el otro siente, qué es lo que le duele, en qué hemos podido fallar o de qué forma podemos hacerle feliz.
Tender puentes. Ver en el otro un aliado, no un enemigo al que vencer. Encontrar una solución que proporcione felicidad a los dos. Al fin y al cabo, no nos casamos para que nos hagan felices, sino para hacer feliz al otro. Cuando esto sucede en ambos miembros, la felicidad alcanzada es mutua.
Claridad y lealtad. Si no nos conocemos a nosotros mismos, es difícil que expliquemos bien qué es lo que sentimos o por qué nos sentimos de determinada manera. Si estamos hechos un lío es probable que nuestra pareja también tenga dificultades para entender lo que decimos o nuestro propio comportamiento.
Por otro lado, los dobles sentidos y las ironías pueden distorsionar el mensaje o generar un efecto contraproducente en nuestro interlocutor.
Ser condescendiente. No hablemos en términos absolutos. “¡Nunca me escuchas!” Bueno, no será para tanto, alguna vez nos habrá escuchado, digo yo. “Delete the drama”. No es necesario dramatizar. Explicar la acción que nos molesta, no criticar al sujeto. “Pienso que hablar mal de los demás no es bueno” no es lo mismo que decir “eres un/a cotilla”.
Mejor buscar soluciones que no culpables. De lo contrario, en lugar de fortalecer la relación la rompes. Siempre es mejor encontrar soluciones.
Tener sentido del humor. Puede reducir el estrés en una conversación, pero debemos manejarlo con tiento. Si conocemos bien a nuestro cónyuge sabremos cuándo podemos desdramatizar con el buen humor.
Recordar de dónde venimos y adónde vamos. Ante las crisis, pensemos qué nos enamoró del otro y cuáles son los sueños que compartimos. Si no lo recordamos siempre queda preguntar con cariño y compartir ese sentimiento sin hacer daño.
Ceñirnos al tema y no sacar disgustos del pasado que ya estén superados, como recriminar fallos del otro. De acuerdo a la cantidad o calidad de la bondad que hay en nuestro corazón los recuerdos buenos borrarán a los malos de nuestra memoria. O al menos los mantendrán neutros. No es sano rumiar sobre “lo que me hizo”.
Mirar a los ojos. Si pierdes de vista el rostro de tu amado/a podrías decir cosas hirientes de las que te arrepentirás.
Preguntar y proponer. “¿Qué es lo que sientes cuando digo o hago esto? ¿Cómo puedo hacerte más feliz?” Preguntar es un camino seguro para cerciorarnos de lo que el otro piensa y siente. No es conveniente dar consejos cuando no nos lo solicitan. En muchas ocasiones, el cónyuge solo necesita compartir una preocupación o un pensamiento, pero puede que no le guste que le den consejos. A las mujeres, por ejemplo, nos pasa mucho esto. Sentimos la necesidad de compartir y sólo queremos oír un consejo cuando lo solicitamos.
Hablar con templanza. Si estamos enfadados es mejor que dejemos que el asunto se enfríe y lo retomemos posteriormente. Amamos a nuestro cónyuge y lo hemos elegido para toda la vida. El respeto es fundamental en la comunicación y la falta de respeto rompe la convivencia.
No presumamos que conocemos los pensamientos del otro. Si algo nos molesta, es mejor abordar la cuestión con cariño y que expliquemos lo que nos molesta, lo que hemos interpretado y qué es lo que sentimos.
El perdón. La humildad es la virtud más necesaria en la comunicación. Nos permite empequeñecernos para engrandecer al otro. Hace posible que nos arrepintamos y seamos capaces de pedir perdón y rectificar. Con amor hay perdón. Con perdón hay olvido. De lo contrario no somos buenos cristianos.
Agradecimiento. Ser agradecidos es de bien nacidos, como dice el refranero español. Dar las gracias supone reconocer el esfuerzo que han hecho por nosotros. Además, motivamos a nuestra pareja.
Despejar dudas sobre el mensaje. Preguntar por lo que me acaban de explicar. Es menester aclarar posibles dudas sobre lo que el otro me ha contado para cerciorarnos de que lo hemos entendido bien.
Escucha activa. Si no ponemos atención a lo que el otro dice no se establece el diálogo, no crece la empatía. Para ello también es necesario tener paciencia para no interrumpir.
Establecer momentos para compartir y comunicarnos. Podemos establecer un momento del día para hablar de forma habitual y no aislarnos. Si la conversación es estimulante nos permite un mayor conocimiento del otro.
Flexibilidad. De verdad, hay temas sobre los que no merece la pena discutir y perder el tiempo. Dónde comprar el pan o dónde es mejor guardar los vasos no son temas trascendentes como para perder el tiempo y el buen humor.
Preguntas abiertas. Frente a las preguntas cerradas -con respuesta sí o no- las preguntas abiertas permite que el otro se explique. De esta forma eliminamos posibles suposiciones erróneas y damos la oportunidad de que nuestro cónyuge comparta sus deseos y anhelos. Promovemos un enriquecimiento mutuo que nos facilita el crecimiento como individuos y como pareja.
No criticar ni culpabilizar. Hablar de nuestros sentimientos sin culpabilizar al otro por cómo nos sentimos. No atribuir intencionalidades negativas sin más. Pedir una aclaración, compartir la responsabilidad de lo que sucede. Lo que tengamos que manifestar que sea con caridad. Se trata de escuchar hasta que el otro finalice, sin atribuir una intención que puede deformar su mensaje y nuestra comprensión.
Cuidar la comunicación no verbal. Nuestra mirada, los gestos con las manos, la posición, las arrugas en la frente, arrugar la nariz, mirar hacia otro lado, comunican sin que nosotros nos demos cuenta. No es lo mismo sonreír al corregir que fruncir el ceño, o señalar en lugar de acariciar su mano mientras le miramos a los ojos.
Incluso la comunicación paraverbal, el tono, la velocidad, el volumen… todo influye en la manera en que el otro va a entender nuestro mensaje. Para ello es bueno que nos auto observemos, nos estudiemos, y así podamos mejorar nuestra comunicación.
María José García Crespo, Aleteia
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