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miércoles, 29 de septiembre de 2021

Tônio Tavares, feliz y orgulloso padre de 46 hijos

 TONIO


"Fui a pedirle cuentas a Dios, y él me contestó que me fuese yo a vivir con ellos"

Antonio Tavares es el fundador de la Comunidad Jesús Menino, que se ocupa de la adopción de niños discapacitados abandonados por sus padres. Muchos de ellos tienen parálisis cerebrales, enfermedades y malformaciones producto de intentos de aborto fallidos.

Tanto él como sus 46 hijos adoptados, han sido testimonios ya en tres JMJ, las de Polonia, Panamá y Portugal. Fueron bendecidos por Juan Pablo II, por Benedicto XVI, y ya han sido recibidos en 7 ocasiones por Francisco.

Próximamente abren una casa en Oporto, donde empezarán a adoptar a chicos portugueses de las mismas características, y desde donde pretenden llegar al resto de Europa más adelante.

Lo entrevistamos porque ha venido a Barcelona para que dos de sus hijos reciban un tratamiento médico muy especializado. Han aprovechado para contar su experiencia en la Universitat Abat Oliba CEU y en el Hospital de Campaña de la Parroquia de Santa Anna.

– ¿En qué consiste la comunidad de Jesús Menino?

Adoramos al niño Jesús en la forma de estos hijos míos que son una gracia para mí. Somos un grupo formado por laicos célibes, sacerdotes jóvenes y familias colaboradoras, que vivimos en casas pareadas y nos ayudamos a cuidar a niños que han sido abandonados, muchos de ellos víctimas del aborto.

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En Brasil, tenemos una comunidad en Petrópolis, donde empezamos, en la que ya he adoptado a 46 niños, muchos de los cuáles ya son mayores, y tememos otra en Brasilia, donde mis hijos son 36.

– ¿Qué es lo que sucede en esas casas?

Todos nos ayudamos a cuidar de estos niños que son muy dependientes y necesitan muchos cuidados, y que nunca van a dejar de ser niños. Nuestro deseo y misión son los de convertirnos en la copia de José y María en la tierra.

Cuidamos de mis hijos como si fuesen el mismo niño Jesús. Para ello, nuestra vida está centrada fundamentalmente en la oración y en el trabajo. Nuestras casas están llenas de silencio.

– A veces la paternidad se vive como un peso. ¿Cómo la vives tú con tantos hijos entre los que repartirte?

Sí, oigo muchas veces el lamento de los padres, que están a la espera de que sus hijos crezcan y se vayan de casa. Para mí la cosa es distinta. Ellos nunca se van a ir y yo estoy contento de ello, porque la vida de un hijo es una gracia.

Yo procuro que lo tengan bien claro. Celebramos el cumpleaños de cada uno de ellos. Hay semanas que tenemos tarta hasta tres días. Cada noche paso a darles un abrazo a cada uno.

Incluso cuando estoy de viaje, como ahora, algunos no quieren irse a la cama hasta que no hablan conmigo por teleconferencia.

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– En nuestra sociedad se tienen cada vez menos hijos, y cada vez nacen menos niños con discapacidades…

Sí, como ha dicho el Papa Francisco vivimos en la cultura del descarte. Parece que en todo hay que buscar el interés egoísta, el beneficio. Por eso, todo el que se muestra vulnerable es excluido o eliminado.

Muchos de mis hijos han sido agredidos en el vientre de su madre, incluso antes de nacer. En el lugar que debería ser el más seguro del mundo, el vientre de su madre, es donde se los han intentado eliminar.

– Esto lo pueden decir muchos católicos, pero no todos se lo toman tan en serio como para determinar su vida, como tú. Has consagrado tu vida a esos chicos olvidados por nuestro mundo…

Yo era muy joven cuando fui a trabajar a una casa en la que vivían muchos chicos discapacitados. Yo era su profesor. El primer día que entré en esa casa uno de los niños me cogió de la mano y me preguntó si quería ser su padre.

Esa pregunta se quedó dentro de mí como una semilla y fue tomando cuerpo a medida que pasaba el tiempo. Su vida en aquella institución era un infierno. Casi sin darme cuenta los fui incorporando a mi vida. Me los llevaba al cine, me los llevaba a casa de mis padres a cenar.

Ese día, mi padre me llevó aparte y me prohibió volverlos a llevar. Me dejó claro que no eran bienvenidos, aunque hoy ambos los adoran y los consideran tan nietos suyos como a los hijos de mis hermanos.

– ¿Y cómo llegaste al cambio de vida definitivo?

El desencadenante de mi vocación sucedió el día que me quedé a dormir en la casa donde estos chicos vivían y vi el infierno en el que vivían. Aquella injusticia clamaba al cielo. Fui a pedirle cuentas a Dios, y él me contestó que me fuese yo a vivir con ellos.

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De ahí arrancó todo. Lo fui a confrontar con el obispo y él me dio su visto bueno y me dijo que caminaba conmigo.

– Dios te habló alto y claro a través de su Iglesia y de sus preferidos, los niños…

Si, sólo por esa certeza dejé la casa de mis padres, dejé el trabajo y alquilé una pequeña casa en Petrópolis y me fui a vivir con Aleixandre, el que el primer día me preguntó si quería ser su padre, y también con Marcelo y Miguel. Ellos fueron los tres primeros.

Y desde el inicio tuve amigos que me ayudaron, porque desde entonces vivimos en pobreza voluntaria y de la providencia y nunca nos ha faltado de nada. Hasta de vez en cuando viajamos a los mejores hospitales de Europa para que intenten mejorar la vida de algunos de mis hijos.

– Cuéntanos algo de alguno de tus hijos…

Jan es anencéfalo. Tiene 9 años y no tiene cerebro. Lo adopté recién nacido y lo médicos me dijeron que moriría en 2 meses. Solo tiene agua en el cerebro.

Sorprendentemente ha ganado con el tiempo ha ganado sensibilidad en el oído y reacciona a la presencia de las personas que aprecia.

Su madre tomó píldoras anti-abortivas. Veinte veces más de las necesarias para abortar. Parió en el hospital y no quiso ni cogerlo en brazos. Dijo que era un trozo de carne y que lo sacaran de su vista.

Una doctora me vio por televisión y me llamó. Fui. Me lo dio y lo abracé. Dijeron que no tardaría en morir, pero sigue vivo, y la medicina no es capaz de explicarlo.

– Una historia muy dura…

Sí, algunos me dicen si no me da pena la vida de Jan, tan llena de sufrimiento, y me preguntan si no preferiría que muriese. Yo les contesto que no veo su sufrimiento por ninguna parte.

Él es feliz y me comunica alegría a mí, a sus cuidadores, y a muchos que lo conocen, aunque solo sea porque aparece en una película o porque yo cuento cómo está.

No solo es feliz él, sino que trasmite alegría a los que le rodean a través de su sencillo testimonio en el mundo.

– La vida de tus hijos muestra que Jesús vence a la enfermedad, a la maldad y a la muerte

Otro de mis hijos nació porque su padre apuñaló a su madre. Ella, moribunda, le pidió a los médicos que salvaran al niño. La madre murió.

El niño nació con ciertas discapacidades producto de la falta de oxígeno durante el parto. Este hijo mío no me puede llamar papá, porque para él ser padre es una cosa mala, como lo que hizo su padre biológico.

Pero él ha encontrado al Padre del cielo, y aunque es ciego, es un gran músico que ha cantado para el Papa Francisco.

Jorge Martínez Lucena, Aleteia


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