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martes, 28 de septiembre de 2021

Evangelio del día


Evangelio según San Lucas 9,51-56.

Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén
y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento.
Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.
Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?".
Pero él se dio vuelta y los reprendió.
Y se fueron a otro pueblo.


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.


Bulle

San Buenaventura (1221-1274)
franciscano, doctor de la Iglesia
Itinerario de la mente hacia Dios, cp.7


«Tomó con coraje el camino a Jerusalén»

        «Cristo es el camino y la puerta «(Jn 14,6; 10,7), la escala y el vehículo como propiciatorio colocado sobre el arca y «misterio escondido en Dios desde tantos siglos»(Mt 13,35).
        Quien a este propiciatorio mira, convirtiendo a él por entero el rostro, y lo mira suspendido en la cruz con sentimientos de fe, esperanza, caridad, devoción, admiración alegría, honra, alabanza y júbilo, ése celebra con Él la pascua (cf Mc 14,14) , es decir, el tránsito, de suerte que, en virtud de la vara de la cruz, pasa a través del mar Rojo entrando de Egipto en el desierto, donde le sea dado gustar el maná escondido y (cf Ex 14,16)...
        Y en este tránsito, si es perfecto, es necesario que se dejen todas las operaciones intelectuales, y que el ápice del afecto se traslade todo a Dios y todo se transforme en Dios. Y esta es experiencia mística y serenísima, que nadie la conoce, sino quien la recibe, ni nadie la recibe, sino quien la desea; ni nadie la desea, sino aquel a quien el fuego del Espíritu Santo lo inflama hasta la médula. Por eso dice el Apóstol que esta mística sabiduría la reveló el Espíritu Santo (1Co 2,10).
        Y si tratas de averiguar cómo sean estas cosas, pregúntalo a la gracia, pero no a la doctrina; al deseo, pero no al entendimiento; al gemido de la oración, pero no al estudio de la lección; al esposo, pero no al maestro; a la tiniebla pero no a la claridad; a Dios, pero no al hombre; no a la luz, sino al fuego, que inflama totalmente y traslada a Dios con excesivas unciones y ardentísimos afectos. Fuego que ciertamente, es Dios, y fuego» cuyo horno está en Jerusalén» (Is 31,9), y que lo encendió Cristo con el fervor de su ardentísima pasión y lo experimenta, en verdad, aquel que viene a decir «Mi alma ha deseado el suplicio y mis huesos la muerte». Aquel que ama esta muerte, puede ver a Dios, porque, sin duda alguna, son verdaderas estas palabras: «No me verá hombre alguno sin morir» (Ex 33,20).
        Muramos, pues, y entremos en estas tinieblas, reduzca más a silencio los cuidados, las concupiscencias y los fantasmas de la imaginación; pasemos con Cristo crucificado «de este mundo al Padre»(cf Mc 14,14), a fin de que, manifestándose en nosotros el Padre, digamos con Felipe: «Esto nos basta» (Jn 14,8); oigamos con San Pablo: «Te basta mi gracia»(2Co 12,9); y nos alegremos con David, diciendo: "Mi carne y mi corazón desfallecen, Dios de mi corazón y herencia mía, por toda la eternidad». (Sal.72,26). (EDD(

Oración

Deseo transformarme en tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti, oh Señor. Que este más grande atributo de Dios, es decir su insondable misericordia, pase a través de mi corazón y mi alma al prójimo.
 
Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos para que yo jamás sospeche o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle. 
Ayúdame Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos. 
 
Ayúdame Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás critique a mi prójimo sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos. 
 
Ayúdame Señor, a que mis manos  sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas. 
 
Ayúdame Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.  
 
Ayúdame Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie le rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en silencio. Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí.
Jesús mío, transfórmame en Ti porque tú lo puedes todo. Amén

* Santa María Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia

 


































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