La Resurrección de Cristo tiene consecuencias tangibles y concretas sobre la vida de los hombres. 'Noli me tangere' (detalle, 1570), obra de Jerónimo Vicente Vallejo Cósida que refleja las palabras de Jesús Resucitado a María Magdalena junto al sepulcro (Jn 20, 17). Museo del Prado.
Solo puedo dar gracias a Dios por la primera Semana Santa vivida como obispo de Orihuela-Alicante. Ciertamente, nunca hubiese imaginado la hondura de la veneración de la que he sido testigo en nuestras calles. La lluvia de las ‘aleluyas’ en la celebración de la resurrección en Elche es una muestra maravillosa del don de la Pascua.
Por eso mismo, sería muy de lamentar que no extrajésemos todas las consecuencias que se derivan de la celebración de la Pascua de Cristo. En efecto, no somos meros espectadores de lo acontecido a quien es el personaje central de la historia de la humanidad, Jesús de Nazaret. Celebrar la pasión, muerte y resurrección de Jesús es tomar conciencia de que su Pascua introduce nuestra propia pascua. La muerte de Cristo nos llama a morir al ‘hombre viejo’ –en palabras de San Pablo (Efesios 4, 22-24)-, para revestirnos del ‘hombre nuevo’. Celebrar bien la Pascua de Cristo se traduce en la experiencia de una ‘vida resucitada’, en contraposición a una ‘existencia mortecina’: «Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.» (Colosenses 3, 1-3).
Si alguno cree que estas expresiones bíblicas son abstractas e imprecisas o que corren el riesgo de reducirse a una mística desencarnada, está muy equivocado. Y como prueba de ello, me centro ahora en subrayar tres manifestaciones concretas y prácticas en las que se traduce la vida resucitada que nace de la Pascua de Cristo:
1.- Sanación de heridas interiores
Nuestro tiempo se caracteriza por la proliferación de heridas afectivas, de las que solemos ser más o menos conscientes, que nos arrastran a la decepción y a la desconfianza. La familia se ha desestructurado en pocos años hasta límites nunca antes vistos. A esto se añade que la sociedad del bienestar nos ha hecho más frágiles y vulnerables, por lo que el daño generado por las malas experiencias de amistades, familiares y de pareja, está provocando daños especialmente incisivos.
Por mucho que nuestra cultura libertina haya pretendido maquillar todo este sufrimiento, convirtiéndolo a veces en un escaparate al modo de un ‘Gran Hermano’, lo cierto es que nunca habíamos alcanzado un índice tan grande de fracturas psicológicas. A pesar de que las nuevas ideologías pretendan convertir las heridas en pulmones, en una suerte de huida para adelante, lo cierto es que desde esas heridas solo se respira desencanto y frustración. Finalmente, el narcisismo parece ser la consecuencia inevitable generada por la carencia de un amor maduro y estable.
En realidad, sufrimos porque no somos capaces de amar desde la cruz de nuestra vida. Y por ello, la Pascua de Jesucristo se convierte en la escuela divina del amor humano. No es casualidad que el Evangelio nos pida el amor al prójimo y el amor al enemigo; ya que generalmente nuestro enemigo suele ser nuestro prójimo. Por ello, el perdón a nuestros enemigos se convierte en la condición para poder amar a fondo perdido, sin confundir amar con poseer o con utilizar. ¡Solo la gracia del resucitado nos permite amar como si nunca hubiésemos sido heridos!
2.- Liberación de esclavitudes y adicciones
Cuando las heridas interiores no son identificadas y abordadas en pro de su sanación, lo frecuente es buscar compensaciones en forma de un placer inmediato. Ya que no somos felices –¡solo el amor maduro nos alcanza la felicidad!—, recurrimos a aliviarnos en algún refugio placentero, que finalmente termina por degenerar en una esclavitud adictiva: alcohol, drogas, pornografía, videojuegos, etc.
Merece especial mención la pandemia adictiva de la pornografía. Aunque no existen estudios serios sobre la incidencia en adultos, sabemos que 7 de cada 10 adolescentes consumen pornografía, a la que acceden por primera vez a los 12 años… Cuando en la revolución del mayo del 68 se reivindicaba el sexo libre, pocos hubiesen supuesto que éste habría de convertirse en un instrumento de manipulación colectiva. ¡Nunca una dictadura llegó a estar tan consolidada, como cuando consiguió que los esclavos sintiesen placer en serlo!
La Pascua de Cristo nos otorga el don del amor maduro, así como la verdadera libertad, que se traduce en la capacidad de ser dueños de nuestra voluntad al tiempo que siervos de nuestra conciencia.
3.- Iluminación del sentido de la existencia desde la razón y la fe
En el momento en que la cultura occidental dio la espalda a la revelación cristiana, no solo se produjo el eclipse de la fe, sino también el de la razón. El recurso al relativismo ha demostrado ser la táctica de quien es incapaz de dar una respuesta a la pregunta por el sentido de la vida. Lo hemos comprobado en el currículo de una nueva Ley de Enseñanza que se impone sin diálogo con el mundo educativo, en la que el aprendizaje de la historia es trastocado desde la llamada "memoria democrática", la filosofía es suplida por supuestos "valores cívicos", y la religión es arrinconada.
En la Pascua de Cristo se producen los encuentros del resucitado con sus discípulos; y esto nos recuerda a nosotros la importancia de abrirnos a la Revelación contenida en las Sagradas Escrituras. En palabras de San Agustín, el Evangelio es la boca del Cristo resucitado, y gracias a él descubrimos la superioridad de la Verdad frente al relativismo, de la Bondad frente al mero emotivismo, y de la Belleza frente a la crisis estética.
¡¡Feliz Pascua de Resurrección a todos!!
Monseñor José Ignacio Munilla
Vea también El Matrimonio, la Redención y la Resurrección - San Juan Pablo II
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