Un bellísimo testimonio de un sencillo milagro suscitado por la fuerza de la fe, del escritor Claudio de Castro
«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo»
Juan 6, 51
Hace mucho dejé a un lado toda duda. «Creo Señor cada una de tus palabras. Creo cuando nos dices amorosamente: «Yo soy el pan de la vida» (Juan 6, 48).
Quiero de ese pan, buen Jesús, para habitar en Ti y que permanezcas en mí.
Tantos milagros
He visto tantos milagros que no queda en mí la menor duda. Por eso a todo el que puedo le recomiendo:
«Ve al Sagrario y habla con Jesús. Es el Hijo de Dios, Todopoderoso y nos ama. Pasa pendiente de nuestras necesidades corporales y espirituales. Quiere lo mejor para nosotros. Y no hay mejor amigo que Él».
Al tiempo vuelven con una enorme sonrisa en los labios. Me sonrío para mis adentros, intuyo lo que ha ocurrido y susurro un: «Gracias Jesús».
—Claudio, no vas a creer lo que me ha ocurrido con Jesús.
—Puedo imaginarlo, pero cuéntame.
Y nos quedamos hablando por horas, maravillados de las cosas de nuestro amado Jesús, que está vivo en cada hostia consagrada por las manos de un sacerdote.
Tantas gracias recibidas e inmerecidas… Las comparto en mis artículos de Aleteia y los libros publicados. Tanto por comprender, bellas caricias del cielo.
Una misa en la iglesia del Carmen
Hace unos días estuve en la Iglesia Nuestra Señora del Carmen. Lo primero que hago siempre que entro en una Iglesia, es buscar a Jesús en el sagrario para saludarlo. Allí, en su presencia, frente a aquel hermoso sagrario recordé.
Fue hace algunos años, con un Claudio más joven e ingenuo. Estaba en Misa de 6:00 p.m. El sacerdote nos invitó a ponernos en fila para recibir la comunión. Tenía presentes aquellas palabras de san Josemaría Escrivá que siempre pienso antes de recibir a nuestro Salvador.
«¿Hemos pensado alguna vez en cómo nos conduciríamos, si sólo se pudiera comulgar una vez en la vida? Cuando yo era niño, no estaba aún extendida la práctica de la comunión frecuente. Recuerdo cómo se disponían para comulgar: había esmero en arreglar bien el alma y el cuerpo. El mejor traje, la cabeza bien peinada…».
Es Cristo que pasa 91
Me sentía particularmente feliz aquella tarde. Esperaba con ansias comulgar y en mi interior rezaba con fervor. Creo que esta historia alguna vez te la he contado.
El sacerdote estaba en una silla de ruedas y un diácono le asistía. Lo envió a buscar las hostias consagradas depositadas en el sagrario, lateral al altar.
De pronto noté que algo inusual ocurría. El diácono hacía intentos vanos por girar la llave en la cerradura de la puerta del sagrario y no lo conseguía.
La cerradura estaba trancada y la llave se había atorado. No había forma de abrir el sagrario.
Esperamos un rato en la fila. Él seguía intentándolo. Trató con ambas manos juntando todas sus fuerzas pero fue inútil. La llave no giró y el sagrario permanecía cerrado con las hostias consagradas dentro.
Mientras esto acontecía, crecía la fila del pasillo central de la Iglesia y la inquietud de los que se disponían a comulgar.
«Impulso del alma»
No me preguntes por qué lo hice, fue un impulso del alma. En ese momento ante la mirada atónita de todos, me salí de la fila y caminé con determinación hacia el Sagrario. El diácono me miró sorprendido por mi presencia.
—¿Qué hace?—preguntó.
—¿Puedo ayudarle en algo?
—La llave está atorada dentro de la cerradura. No gira ni sale. He tratado de todas las formas posibles. Me temo que se ha corrido alguna pieza de la cerradura.
—¿Me permite intentarlo?
Se hizo a un lado.
—Por supuesto, trate usted.
Un pequeño milagro
Intenté girar la llave de muchas formas y efectivamente, estaba atorada dentro de la cerradura del sagrario.
Luego hice mi mayor esfuerzo con ambas manos, teniendo cuidado de no romperla, pero no resultó. Volví a ver hacia la fila. Me miraban preguntándose qué estaba pasando.
—Tal vez Jesús nos pueda ayudar — me dije, sabiendo que Él estaba en aquel Sagrario.
Me arrodillé con fervor y humildad frente al sagrario y elevé en voz alta una plegaria:
—Mira, buen Jesús, todas estas personas que quieren recibirte. ¿Vas a dejar que se vayan sin comulgar?
Me levanté con una certeza interior.
Tomé la llave nuevamente por el mango. ¡Fue increíble! Giró suavemente en el cerrojo, tan suave que el diácono me miraba asombrado como diciendo:
—Esto no es posible. No puede ser.
Me arrodillé dando gracias a Jesús y le indiqué al diácono.
—Está resuelto… Vuelvo a la fila para comulgar. Queda usted con Jesús.
Me agradeció con un gesto, abrió la puerta, sacó con cuidado el copón y se lo llevó al sacerdote. Yo regresé a mi puesto en la fila, con gratitud en el corazón… y todos pudimos comulgar.
Volver a agradecer
Ahora que regresé a la iglesia del Carmen y recordé esta reconfortante historia, le agradecí nuevamente a Jesús y tomé esta foto para ti, del aquel hermoso sagrario.
Amable lector, ¿tienes alguna experiencia hermosa con Jesús que te gustaría compartirnos? Te dejo mi e-mail personal cv2decastro@hotmail.com
¡Dios te bendiga!
Patricia Navas, Aleteia
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