Necesitamos un apapacho en la vida, si no cada día, sí de vez en cuando... Una bellísima reflexión del padre Carlos Padilla
Mi familia me educó el corazón cuando era niño, o no lo hizo. El amor recibido o el desprecio y la indiferencia dejaron una huella en mi alma.
La familia me educa, lo quiera o no lo quiera. Allí aprendí a amar. O no aprendí nunca.
Allí pude descansar en corazones humanos. Viví lo que expresa una palabra en guaraní: Kunuú (kunu´u). Es el abrazo en el regazo de un madre. En México se dice apapachar.
Necesito que me apapachen como soy. Sin pedirme que sea diferente. Yo necesito un apapacho en la vida, no cada día, pero sí de vez en cuando. Necesito que me acepten.
Quiero descansar en otros corazones. Sin prisas. Con calma.
Experiencias de infancia que marcan
Miro a mi familia. La que tuve un día siendo niño. Allí aprendí o no a amar dejándome amar por los míos. Cuando todo era fácil o difícil. Donde me sentí sanado o herido. Querido o despreciado.
Es fácil herir y quedar herido cuando uno tiene la inocencia de los niños y piensa que la vida es segura junto a los que me aman.
Pero a veces lo que espero y deseo que suceda, resulta que no sucede. Y duele el alma.
Me gustaría aprender a contener al que sufre. Al que ha caído. Sostener en las derrotas al que amo y me ama.
Animar en la lucha a seguir adelante, ser capaz de enaltecer siempre en lugar de fijarme en lo que los demás hacen mal.
Lo que viví un día es lo que puedo entregar.
Amar sin más
Quisiera aprender a amar sin buscar primeramente ser amado. Dar paz sin querer que me pacifiquen. Sostener sin pretender que me sostengan a mí.
¿Está realmente en paz mi corazón? ¿Está sano por dentro? Puede que esté enfermo mi corazón sin yo saberlo.
Cuando tengo el corazón roto no amo bien. Sangro por la herida, hiero estando herido. No acojo y acabo diciendo palabras que hacen daño.
Un corazón con vínculos sanos construye hogar. Un corazón seco, sin vínculos, incapaz de abrirse con humildad, acaba matando la vida.
Me da miedo enfermarme y olvidar lo que he vivido. Olvidar el amor recibido en un apapacho algún día de mi pasado.
No quiero vivir mendigando cariño cada día. Exigiéndole a mis amigos, a mis hermanos, a mi cónyuge que me amen como nadie lo ha hecho antes.
No puedo exigir el amor, así no funciona.
Hacer familia
Quiero construir una familia alegre y en paz. Un espacio en el que sea capaz de reírme de mí mismo. Una risa pura, sana, cristalina.
Puedo crear puentes. Puedo unir a los que están lejos. Quiero aprender a escuchar, a acoger, a respetar a mi hermano.
Quiero ser capaz de perder el tiempo con él. No tengo prisas. La vida es larga y los vínculos crecen a fuego lento, suavemente. Desde lo hondo de la tierra en la que muere la semilla y brota la planta.
Quiero hacer de mi vida una familia unida, y fiel. Que donde yo esté haya paz, risas, comunión. Decía el papa Francisco:
«¡Qué hermosa es la familia en la que ambos padres, madre y padre juntos, cuidan de sus hijos, los ayudan a crecer sanos y los educan en el respeto de las personas y de las cosas, en la bondad, en la misericordia y en la protección de la creación!».
La aportación esencial de cada uno en el hogar
La familia es el comienzo de todo. Yo puedo cambiar la vida de muchas personas. Hay algo importante que puedo hacer por los demás.
Puedo unir y amar a mis hermanos. Hay algo único y singular. Algo que es parte de mi esencia que puedo entregar a los demás.
No tengo que ser distinto. No tengo que ser como los demás esperan que sea. Hace falta educar el corazón en familia, en un mundo que está herido en el amor. Un mundo frío en el que falta amor y paz.
¿Dónde descansa mi alma cada día? Me gustaría dar lo que hay en mí. Dar respeto, esperanza, unidad.
Me gustaría sanar al que está enfermo con un apapacho. Es fácil decirlo, cuesta más hacerlo.
Perdonar con misericordia
Me falta fe en mí mismo y en los demás. No quiero abandonar al que otros abandonan, cuando se ha confundido, cuando ha herido en su fragilidad.
Quiero ser verdadero y auténtico. Misericordioso con todos. Quiero abrazar sin miedo a retener demasiado.
Quiero ser lugar de encuentro sin juzgar a nadie por lo que hizo, por cómo vive.
Sé que sin perdón no crezco. Y veo que mi corazón herido y roto guarda muchos rencores que lo paralizan.
No se puede olvidar todo lo que me ha hecho daño en la vida. Pero sí puedo perdonar. Puedo hacerlo. Con mi voluntad. Con la gracia de Dios. Él puede lograrlo en mí.
Construir un mundo nuevo
Es difícil el perdón que no siempre doy. Es posible. Es necesario. Es imprescindible para poder crecer. Porque sin el perdón, la rabia dentro de mí será más fuerte que la afabilidad.
Quiero ser generoso, bondadoso, humilde y no egoísta con mi amor, con mi tiempo, con mis dones.
Quiero vivir en una familia así. Es la que sueño con construir. Me llevará toda la vida. No importa.
No quiero dejar de soñar con un mundo nuevo. Mejor, con más armonía. Donde reinen la confianza y la solidaridad.
Que acepte al diferente. Al que no amo tanto. Que acoja, que ame siempre. Que confíe y crea en la bondad que hay en el corazón de cada hermano con los que comparto la vida, el tiempo y mis sueños.
Mi familia hoy es ese lugar en el que he echado mis raíces. El corazón en el que vivo. El espacio que construyo con paciencia y amor.
Hacen falta familias santas, sanas y unidas que trasparenten el amor de Dios. Hogares en los que María habita y reina, creando una atmósfera de verdad y amor.
Quiero que haya más familias que vivan en oración, desempolvando el primer amor que los unió como esposos.
Un lugar en el que los hijos puedan aprender el sentido de la misericordia y de la gratuidad. Un amor incondicional que se entrega siempre con humildad.
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