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jueves, 25 de mayo de 2023

Papa Francisco explica 3 modos para cuidar las vocaciones

JÓVE

Peregrinación De La Familia Vocacionista. Foto: Vatican Media

Discurso del Papa a los participantes en la peregrinación a Roma de la familia vocacionista.

(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano).- Por la mañana del lunes 22 de mayo, el Papa Francisco recibió en audiencia a los participantes en la peregrinación de la Familia Vocacionista, una familia eclesial compuesta por una congregación masculina, una femenina, un instituto secular y laicos asociados a la familia vocaconista cuyo carisma es la promoción vocacional en la Iglesia. Fueron fundados por el beato Giustino Russolillo. Ofrecemos a continuación la traducción al castellano del discurso del Papa.

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Os agradezco vuestra visita y me alegra acogeros un año después de la canonización de San Justino María Russolillo, apóstol de las vocaciones y fundador de vuestra Familia Vocacional.

Celebrar un aniversario como éste significa para nosotros no sólo hacer memoria agradecida de los dones de Dios y del camino recorrido, sino también preguntarnos qué luz podemos recibir para el presente y qué herencia estamos llamados a recibir para el futuro del testimonio de san Justino. En otras palabras: qué mensaje nos deja para renovar nuestro seguimiento del Señor. Cada uno de nosotros debe hacerse esta pregunta en su interior, cuestionarse a sí mismo.

Vuestra llamada es a ofrecer un «servicio a todas las vocaciones» (S. Russolillo, “Lo Spirito e il Carisma di Don Giustino”, Centro studi vocazionisti, 60). Este carisma brota del deseo del joven Justino que, siendo aún seminarista, sintió fuerte en su corazón el impulso de cuidar las vocaciones, especialmente las del sacerdocio ordenado y la vida consagrada. Y de esto hay tanta necesidad también hoy: de cuidar las vocaciones. Y yo os pido, por favor: cuidad las vocaciones: sembradlas, preparadlas, hacedlas crecer, acompañadlas.

¿Y cómo hacerlo? Mirando a San Justino, quisiera mostraros tres caminos: la oración, el anuncio, la misión.

[1º La oración]

En primer lugar, la oración. Que cada uno responda a esta pregunta en su interior, no en voz alta, sino en su corazón: ¿rezo por las vocaciones? ¿O me limito a rezar un padrenuestro o un avemaría a toda prisa? ¿Rezo intensamente por las vocaciones? La oración es la raíz de todas nuestras actividades y de todo apostolado.

La primacía no es de nuestras obras, nuestras estructuras y nuestras organizaciones, sino de la oración. Ella tiene la primacía. Y por eso la primera pregunta es: ¿rezo por las vocaciones? Porque cuando entramos en el espíritu de contemplación y adoración, el Señor nos transforma y podemos ser reflejo del amor del Padre para los que encontramos en el camino, para ser personas nuevas, luminosas, acogedoras, alegres. Cuando llegamos a ser así, ofrecemos el primer servicio a las vocaciones, porque quienes encontramos, especialmente los jóvenes, se sienten atraídos por nuestro modo de ser y por la opción de vida que hemos hecho: pueden ver la luz de Dios reflejada en nuestros rostros, su ternura y su amor en nuestros gestos, su alegría en los corazones de quienes se han entregado y se entregan enteramente a Él. Las vocaciones, sobre todo las de especial consagración, nacen a menudo así, en contacto con algún sacerdote o monja que muestra una hermosa humanidad, una paz de corazón, una alegría invencible, un rasgo amoroso y acogedor. Y es la oración la que nos hace así. No la descuidemos. Rezad por las vocaciones, intensamente.

[2º El anuncio]

En vuestro apostolado, pues, no debéis olvidar la importancia del anuncio. Anunciad al Señor. San Justino hablaba del «deber de la predicación diaria y de la perpetua búsqueda y cultivo de vocaciones» (Reglas y Constituciones, I, 75, art. 802), recomendando especialmente la enseñanza del catecismo. Esta es una indicación que conserva su importancia y hace actual su carisma. En el contexto cultural actual, en efecto, al desaparecer el sentido de la presencia de Dios y debilitarse la fe, puede suceder que las personas, sobre todo los jóvenes, sean incapaces de comprender el sentido y la dirección de su vida, y tal vez se contenten con vivir el día a día, o lo planifiquen sin preguntarse cuál es su camino, qué sueño tiene el Señor para ellos. Entonces vemos la necesidad de volver a la evangelización: proclamar la Palabra, comunicar los contenidos de la fe de forma sencilla y apasionada, y acompañar a las personas en el discernimiento. Hay necesidad de esto en la Iglesia: que las energías de nuestro apostolado se dirijan sobre todo al encuentro y a la escucha, a acompañar en el discernimiento. Esto es lo que os recomiendo: ¡acercáos a todos con la alegría del Evangelio, ayudad a las personas en el discernimiento espiritual, gastáos en la evangelización!

[3º La misión]

Por último, os recuerdo que cultivéis y renovéis siempre el espíritu misionero. El vocacionista, dice san Justino, es apóstol, es misionero, es testigo del Evangelio, y «toda la Congregación vocacionista debe ser eminentemente misionera» (Reglas y Constituciones, I, 89, art. 971). Se trata de poner en circulación, en la vida de la Iglesia, pero también en los diversos ámbitos de la sociedad en los que se actúa, todo lo que es útil para comunicar la alegría del Evangelio, para dialogar con los jóvenes, para mostrar cercanía a las familias, para enriquecer las actividades humanas, especialmente las que se desarrollan en el campo de la educación. Una misión, ésta, para la que es necesario y precioso el servicio de tantos laicos que comparten el carisma de san Justino. Pero yo añadiría algo más: Justino recomendaba que toda comunidad vocacionalista se convirtiera en «un claustro para los religiosos; una casa para el clero; un cenáculo para las vocaciones; una oficina para el pueblo; un dispensario de luz y de consuelo; el corazón de la comunidad parroquial y diocesana» (Obras, I, p. 363). Así se realiza también la misión: haciéndose capaces de acogida, de escucha, de cercanía.

Queridos hermanos y hermanas, os deseo que seáis siempre un espacio abierto para la acogida y el cuidado de las vocaciones; un lugar de oración y discernimiento para los que buscan; un lugar de consuelo para los que están heridos; un «taller del Espíritu» donde los que entran puedan experimentar ser moldeados por el divino artífice que es el Espíritu Santo. Y no os desaniméis en vuestros trabajos y dificultades: ¡el Señor está cerca de vosotros y san Justino intercede por vosotros! Seguid adelante con valor. Os bendigo de corazón y os ruego que recéis por mí.

Gracias.

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.
























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