Hay que ver en estas contrariedades no solo factores estresores,
sino también oportunidades para crecer
Nuestro tiempo se ufana de ser el de una vida intensa, y esa vida intensa, no es sino una vida agitada, porque su signo es el de la carrera, y los más importantes descubrimientos de los que se enorgullece no son descubrimientos de sabiduría, sino de una velocidad que nos precipita robándonos la capacidad humana de mirar en nuestro interior para descubrir el ofrecimiento divino en remansos de amor y paz.
El estrés es la reacción del cuerpo a un desafío o demanda. En pequeños episodios el estrés puede ser positivo, como cuando ayuda a evitar el peligro o cumplir con una fecha límite. Pero cuando el estrés dura mucho tiempo, puede dañar la salud.
Existen contrariedades en el día a día, que siendo de poca magnitud pueden llegar a tener un claro efecto estresante. Si se atiende solo la dimensión psicológica y biológica de las personas escucharemos consejos útiles como: descansar bien, hacer ejercicio, tener distractores sanos, técnicas de relajamiento, algunas formas de meditación, etc. etc. Pero existen consideraciones espirituales que cambian el signo de estas realidades para ver en ellas el amor de Dios que las permite, porque nos vienen bien, ya que sin estas jamás lograríamos el temple y con él las virtudes que nos mejoran como personas.
Contrariedades que son para nuestra alma, como ese constante y suave aire en contra que permite a las aves elevarse.
Así, vivimos la monotonía del trabajo o sus exigencias, los cambios en los horarios, el ruido ambiental, las singularidades de las personas con que tratamos, la intensidad y agresividad del tráfico, la descompostura del único coche con que se cuenta; los claroscuros en la vida familiar como: pequeñas tragedias domésticas, problemas de comunicación con el cónyuge, fallas académicos, los retos de hijos adolescentes, las influencias del grupo de amigos, el marcado protagonismo de la televisión, de los propios mensajes de la sociedad de consumo, y quizá, un largo etcétera.
Cambiarles de signo, es ver en esas contrariedades oportunidades para la vida en gracia. Ver en estas contrariedades no solo factores estresores, sino también las riquezas de un cristiano para santificarse en la vida ordinaria; lo que contraria mucho al demonio que bien sabe que la tristeza y el abatimiento son duros enemigos del alma.
Algunos acontecimientos estresantes pueden ser verdaderas tempestades y tan importantes que exigen las más de las veces cambios y reajustes en los comportamientos.
Tales como: Casarse o divorciarse, empezar un nuevo empleo, la muerte de un cónyuge o un familiar cercano, despido laboral, Jubilación, tener un bebé, quiebra económica, mudanza a otra casa o ciudad, tener una enfermedad grave, problemas difíciles en el trabajo, problemas difíciles en casa etc. etc.
Algunos sucesos pueden llegar a tener una connotación tan difícil que llegan a constituirse en un fuerte eclipse de personalidad o hasta “pequeñas muertes psicológicas” las cuales debemos superar, no limitándonos solo a “sufrirlos”, sino a realizar un acto de libertad que nos lleve, sobre todo, a recibirlos de forma positiva para empezar a edificarnos nuevamente.
Cambiarles de signo a estos eventos extraordinarios, es confiar en que nada malo puede venir de Dios, y que Él puede sacar siempre cosas buenas de las cosas por muy malas que nos parezcan. Poner los medios humanos que estén a nuestro alcance para enfrentar y tratar de resolver situaciones dejándole a Dios el resto, confiando en su infinita misericordia, sobre todo, recordando que Nuestro Señor Jesucristo no hizo milagros sin antes pedir el máximo esfuerzo, por poco que representara. Al paralitico: “extiende tu mano”; ante la pregunta de los apóstoles sobre el hambre de los que los seguían, antes de multiplicar los panes: “denles de comer ustedes”; a Bartimeo el ciego, una muestra de fe: “¿qué quieres que te haga?”; a Pedro, sobre pagar el impuesto al Cesar: “ve, saca un pescado, y en su interior encontrarás una moneda”.
El peor sufrimiento es el que rechazamos.
La dureza de las pruebas puede ser una realidad, pero es en nuestros corazones donde nos angustiamos y empequeñecemos perdiendo libertad y paz interior. Si amáramos y confiáramos más en Dios, percibiríamos con más claridad la dimensión infinita de nuestras vidas y difícilmente nos abatiríamos.
Las contrariedades cumplen una importante función por penosas que sean, ya que nos impiden adueñarnos de nuestras vidas y de nuestro tiempo, evitando que nos encerremos en nuestros proyectos, nuestros planes o nuestro juicio personal excluyendo a Dios de nuestro horizonte. Lo peor que podría sucedemos es que todo fuera de acuerdo con nuestros deseos, eso supondría el fin de todo crecimiento para creer más en Él, esperarlo todo de Él y amarlo por encima de todas las cosas.
Por Orfa Astorga de Lira.
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